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Werner Schroeders era oficial de inteligencia, y con ese nombre lo conocían en el Departamento Latinoamericano del ministerio. En él recayó la misión de encontrar un veneno que eliminara el gusano en el corazón mismo de la manzana.

El acta confidencial de Javier Moreira hablaba de él como de un comunista a toda prueba. Destacado militante de las Juventudes Comunistas. Servicio militar en la infantería de Marina. Poco antes del golpe militar de 1973 fue integrante del aparato de seguridad del Partido. Hasta 1975 estuvo en la clandestinidad a cargo de la seguridad del Comité Central en el interior. Entre 1977 y 1979 recibió instrucción militar en Bulgaria y Cuba. A finales de 1979 se trasladó a Nicaragua como uno de los encargados de las operaciones de depuración ideológica. Su misión consistió en anular a los elementos trotskistas, anarquistas y guevaristas que ingresaron a Nicaragua con la Brigada Internacional Simón Bolívar.

– ¿Con quién vives? -preguntó Schroeders.

– ¿A qué viene la pregunta?

– El piso tiene tres cuartos. Mucho para un hombre solo.

– Ojos en la nuca. Vivo solo. Al volver de Chile me casé, pero duró poco. Mi ex se largó con sus cosas y el canario. Puedes contar con la casa.

– A mí me pasó lo mismo. Está bueno esto. Repite la ronda.

Werner Schroeders lo vio exprimir más limones y descubrió que en los movimientos de Moreira había una derrota demasiado palpable, casi obscena. Estaba muy lejos de ser el hombre seguro que en 1981, en un vetusto edificio de Berlín oriental, escuchó durante horas sin mover un músculo el informe de situación que le leyera, y que luego de recibir el atado de documentación falsa se despidió haciendo chocar los talones.

Moreira se reveló entonces como un hombre eficaz, como un "cuadro altamente confiable". Con la diligencia de una hormiga se movió por Frankfurt, Munich, Hamburgo, Berlín, Leipzig. Asistió a innumerables fiestas latinas. A misas católicas y protestantes. Escuchó cientos de discos de Mercedes Sosa, Joan Baez, Inti lllimani, Pet Segers, Quilapayún, Viglietti. Marchó protestando por Bolivia, por Chile, por Sudáfrica, por Nicaragua, por El Salvador, por todos los países sumidos en conflictos de clase. Se dejó apalear en sentadas frente a centrales nucleares e industrias contaminantes. Bailó con sujetos vestidos de gitanas en festivales gay. Fumó marihuana cultivada en balcones y hachís comprado en Amsterdam. Fornicó en sacos de dormir, en camastros burgueses y al aire libre. Hizo en definitiva la vida normal del exilio latinoamericano. A los seis meses dio con la entrada del laberinto y regresó a Berlín con un retrato robot del minotauro.

En la RDA la Stasi golpeó con ganas. Los implicados alemanes fueron a dar al banquillo de los colaboradores con el enemigo de clase, les confiscaron los bienes y recibieron largas condenas en cárceles que poco o nada tenían que envidiarle a las mazmorras de Pinochet o de Videla. Los latinos que no alcanzaron a escapar fueron expulsados a sus países de origen, para felicidad de muchos dictadores de todos los pelajes, y Moreira recibió la orden de regresar a Frankfurt a cerrar el caso.

El cerebro del correo era un uruguayo, un militante con muchos años de circo entre los tupamaros. El oriental vio desmoronarse la red y se puso a hilar fino hasta que dio con la identidad del topo. Entonces hizo un análisis bastante objetivo de la situación: la represión proletaria no iba a estirar la mano hasta Frankfurt para raptarlo.

No. No eran tontos los hijos de papá Stalin. Lo entregarían a la policía política de Alemania Occidental. Sabía demasiado acerca del movimiento contestatario de la RFA. Los alemanes occidentales le permitirían elegir entre servir como chivato o viajar al Uruguay a pudrirse en un penal de nombre paradójico, Libertad. Fue un análisis acertado. Como también lo fue pensar que tenía una carta de triunfo en las manos: conocía la verdadera identidad de Moreira. Los comunistas chilenos y los alemanes orientales no querrían ver "quemado" a un hombre en el que habían invertido dinero, confianza y tiempo. Vio una posibilidad de negociar con Moreira y se anticipó citándolo a conversar en un lugar abierto. Su propuesta era simple y directa: no destapar ni la acción desbaratadora ni la identidad de Moreira a cambio de un par de semanas de tranquilidad, tiempo suficiente para trasladarse a algún país escandinavo del que se comprometía a no salir jamás. Pensando en todo eso vio aparecer a

Moreira por una de las entradas de la estación Konstablerwache. Lo que no vio ni previó fue al militante del Partido de los Trabajadores del Kurdistán que lo empujó hacia las vías del metro.

– Háblame de ti, Moreira. ¿Qué haces?

– Vegeto. Leo, cago, duermo, y vuelta a lo mismo. Perdí.

– El Partido tenía bienes.

– El Partido. Tú conociste a quien manejaba nuestras finanzas en Berlín. Un cuadro. Un gran compañero con estudios en la URSS y en la RDA. Ahora tiene una empresa de transportes, y la única vez que lo visité para pedirle apoyo me rezó el rosario de la economía de mercado: "No pueden crearse puestos de trabajo fantasmas, compañero. Entiendo su situación, pero yo no soy Cáritas, compañero. Estábamos equivocados, compañero. Así que, muy fraternalmente, compañero, cáguese de hambre y salga de mi oficina antes de que llame a la policía". El Partido. ¿Quieres saber en qué trabajo? Soy mayordomo, bonita palabra, pero no mayordomo de un Lord. Soy mayordomo de un parvulario. Cada mañana debo limpiar, encender la estufa, revisar los columpios para que ningún crío se desnuque, pulir el tobogán, reparar mesas y sillas enanas, colgar cortinas, juntar chupetes y tijeritas olvidadas, y por las tardes reunir los pañales enmierdados. El Partido. Estuve dos años viviendo del poco dinero que

traje de la RDA y más tarde de lo que ganaba mi ex mujer. Pagar la casilla postal, mi contacto con la causa, con los hombres como tú, Werner, a veces me significó pasar semanas a pan y agua. El Partido. Algunos que fueron dirigentes están bien colocados, son individuos prósperos. Una vez visité a uno para pedirle trabajo y csabes qué me preguntó?: "¿.Cuáles son tus estudios, compañero?". Mis estudios.¨ Geopolítica materialismo histórico y dialéctico, conducción psicológica de la guerra, técnicas de sabotaje, contrainteligencia, la teoría de Von Clausewitz, la de Ho Chi Minh, historia de la resistencia argelina, tae kwon do. Paja. Ni siquiera sirvo para ser basurero. El Partido. No existe. Todo fue una farsa, una miserable estafa. Cuando los rusos nos quitaron la teta en el ochenta y cinco se derrumbó todo y vino el sálvese quien pueda. Y para los actuales dirigen¨tes los tipos como yo somos unos miserables aventureros, los responsables de la gran desgracia, los culpables del

debacle. El Partido. Salud.

– Feo discurso, Moreira. Jamás pensé que se les derrumbaría el castillo de esa manera. Después de los rusos, los chinos y los italianos, ustedes tenían el cuarto partido comunista mejor organizado del planeta.

– Todo fue una estafa. ¿Preparo otra ronda?

– No. ¿Lo tienes?

– El matarratas. Sí.

Moreira fue hasta el cuarto de baño. Al retirar los pernos que fijaban el espejo a la muralla se vio retratado y sintió vergüenza. Se había mostrado como un sujeto desesperado, a punto de perder el control, ¿y para qué puede servir un hombre en semejante estado? Era pura escoria. quitó el espejo y con la ayuda de una pinza movió el ladrillo que tapaba la boca del barretín.

Antes de volver a la sala se enjuagó la cara. Al poner sobre la mesa el bulto envuelto en una toalla respiró confiado. No estaba tan al fin del camino. Ahí tenía la prueba.

Werner desenvolvió el bulto.

– ¿Crees que podría volver a Berlín?

– Colt nueve milímetros largo. Es una excelente pistola. Y este tubo, ¿qué diablos es?

– Tecnología criolla. Un silenciador. Empezamos a fabricarlos antes del setenta y tres. Es algo muy simple; un tubo de acero al que por dentro se le soldan cojinetes formando una espiral en sentido contrario a las estrías del cañón. Amortigua un ochenta por ciento del estampido. Se acopla por fuera del cañón y, aunque queda fijo, conviene sujetarlo con una mano para que el retroceso no lo desvíe.