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"Mágicas palabras, Belmonte. El director del Lloyd apareció en pijama a las once de la noche. En menos de dos horas nuestro don Otto acomodaba el culo en una limousine que lo trasladó de Berlín a Hamburgo, y a las seis de la mañana era recibido con honores por el director, y una caterva de historiadores y expertos en arte. Varios empleados del Lloyd no durmieron esa noche. Al grano, Belmonte. Don Otto aceptó un café y dijo: "Ustedes buscan la colección de arte perdida de la Kunsthalle de Bremen. Yo sé dónde está. Hablemos de la recompensa". Por si lo ignoras, se trata de una magnífica colección de pinturas evaluadas en unos sesenta millones de dólares. "Nuestras averiguaciones indican que posiblemente se encuentre en Moscú", dijo un historiador. Don Otto continuó sin inmutarse. "Puede ser. Pero sólo una parte", indicó y a continuación narró su participación en la desaparición de las pinturas. Arreglado el tema de la recompensa, se tornó más locuaz. Una parte importante de la

colección se encontraba en Asunción, Paraguay, guardada por un ex camarada de armas en las SS cuya identidad y paradero valían oro en Israel. Para enfatizar sus argumentos don Otto enseñó unas fotografías que, pese a ser de pesima calidad, hicieron temblar de emoción a los expertos.

"Don Otto empezó a ver la vida de un color absolutamente rosa. Acompañado por ejecutivos del Lloyd y expertos en arte voló sobre el Atlántico. Durante la travesía debió de reflexionar sobre lo que haría con la recompensa, sobre la virtud de la paciencia, pero al aterrizar en Asunción sus sueños continuaron bajando hasta el infierno. Los periódicos paraguayos informaban sobre la trágica muerte de un distinguido miembro de la colonia alemana residente en Asunción. Al parecer sufrió un accidente en la tina de baño. Un secador de pelo que por desgracia estaba conectado a la corriente, cayó al agua y lo hizo brincar hasta el otro mundo. Accidente, ¿entiendes?

– Vi algo parecido en una película de James Bond. Con un ventilador. ¿Qué pasó con las pinturas?

– Nadie sabe dónde están ahora. Tal vez aparezcan. Lo más probable es que terminen en el sótano climatizado de algún coleccionista árabe.

– Termine el chiste de don Otto.

– No creo que lo haya encontrado gracioso. Le pagamos el boleto de regreso y lo entregamos a la policía. Después de todo, el año cuarenta y cinco fue cómplice de un robo que afectó los intereses del Lloyd. ¿Entiendes la moraleja de la historia?

– No por mucho madrugar amanece más temprano. Llegaron tarde al Paraguay. Pero sigo sin entender por qué me habla de todo esto y qué quiere de mí.

– Necesito tu astucia y tu experiencia. Para investigar. Para no llegar tarde al Paraguay o a donde sea.

– Está loco. Qué sé yo de investigaciones. Supongo que una compañía como el Lloyd trabaja con los mejores detectives. Y dígale al perro de mierda que deje en paz mis pantalones.

– Creo que le gustas. Supones bien. Contamos con los mejores detectives, investigadores, pero son ratones de bibliotecas o laboratorios. Investigan con ordenadores. En realidad dar con el paradero de una obra de arte o de un objeto valioso no es tan difícil. Es cuestión de paciencia. Las verdaderas dificultades se dan luego con el tira y afloja, con los sobornos, con las reglas que impone la ley de oferta y demanda, que son las que en definitiva deciden si el objeto cambia de manos. Pero todo esto es así en tiempos normales y como sabes, Belmonte, los tiempos han cambiado muy rápidamente. También las reglas del juego han cambiado. Ahora se trata de investigar contando con muy pocas pistas, se trata de rastrear, dar con ciertos asuntos y actuar. No pongas esa cara, que me acerco al meollo de lo que debes saber. No te imaginas, nadie puede imaginar, la cantidad de bienes que hemos conseguido recuperar en Sudamérica. Durante cuarenta y pico de años fuimos estableciendo las

reglas de la negociación con los muchachos del Tercer Reich que salvó la Odessa Conection. Un trabajo arduo y lento, de burócratas, que fue posible gracias a que disponíamos de tiempo. Pero ahora, con el fin de las fronteras que encerraban a los habitantes del mundo socialista, nada impide que los poseedores de muchos secretos viajen a por lo que consideran suyo. Y como la mayoría de estos depositarios de verdades ha envejecido, o bien vende los secretos al mejor postor o bien se lanza al camino. Quiere ahora su tajada.

– Sigo sin entender qué demonios pinto yo en su historia.

– Piensa en un tipo como Menguele. Proscrito y reclamado por medio mundo, y sin embargo consiguió disfrutar de una existencia legal y feliz entre Brasil y Paraguay. Los judíos nunca pudieron comprobar ante un tribunal brasileño o paraguayo que el vejete de aspecto bonachón fotografiado miles de veces era el mismo Angel de la Muerte. Entonces intentaron echarle el guante por otros medios, tal como lo hicieron con Adolf Eichmann en Buenos Aires, pero no les resultó. Enviaron varios comandos a secuestrar o eliminar a Menguele, pero todos fracasaron, y ¿sabes por qué? Porque no conocían los secretos de la ilegalidad sudamericana. Y tú sí que sabes del tema, Belmonte. Dominas el arte de la clandestinidad. Un ex guerrillero del cono sur no es el sujeto romántico y fracasado que pintan los informes políticos de la socialdemocracia. El capitalismo victorioso ha hecho que sus conocimientos sean una ciencia temporalmente exacta y necesaria. Entonces, ¿qué quiero de ti? Tu experiencia.

El inválido terminó de hablar y se quedó mirándome con expresión autosuficiente. ¿Y de semejante idiota había sentido miedo? Vaya un pelmazo. Si Kramer, con sus ideas ridículas del guerrilleroso era un tipo respetado por la pasma política, eso explicaba por qué no daban con los prófugos de la Baader-Meinhof.

– Experiencia. Usted no sabe de qué habla. No entiende un carajo. No niego que estuve metido en un par de aventuras, pero fracasaron, Kramer. Fracasaron. Dé una vuelta por Pans o Berlín y se topará con cientos de guerrilleros jubilados.

– Cierto. Pero no es lo mismo un hombre que pegó tiros en la selva, que uno que conoce todos los terrenos. ¿Sabías que la policía antiterrorista alemana considera una joya el atentado contra Somoza? Lo estudian. Cinco hombres logran colarse en el país más vigilado de Sudamérica, el Paraguay, donde uno de cada cuatro habitantes era chivato de la seguridad. Meten armas al país, hasta dos lanzacohetes, dan con Somoza y lo liquidan. Y no eran nicas Belmonte. Eran del cono sur. Eran tios como tú. Durante largo tiempo busqué un ex tupamaro, un ex ERP, uno como tú, de los que aprendieron idiomas, técnicas de sabotaje, clandestinidad, el arte de ser invisibles, que se movieron por el mundo y en cada país dejaron una red de contactos.

– Usted está loco, Kramer. Lo que me dice es pura novelería. El hombre que necesita se llama Iván llich Ramírez. Le regalo el dato.

– El legendario "Carlos". No creas que no he pensado en él. Lástima que se haya convertido en un anciano. Cuando lo echaron del Líbano se largó a Siria con su harén de alemanas. Grandes fornicadoras las damas de la Fracción del Ejército Rojo. Hicieron de él un estropajo. Acabemos. Vas a trabajar para mí. No para el Lloyd. Para mí.

– No. Ni para el Lloyd ni para usted. ¿Algo más?

– Sí. Hay algo más. Debes saber que la policía recibió una llamada anónima que la condujo hasta un alijo de coca. Cuando esperabas en la sala del Lloyd revisaban tu casa. Mal asunto, Belmonte, porque tu cómplice, un tal Valdivia, opuso resistencia al allanamiento. Mal asunto. ¿Dos mil dólares tenías en la casilla postal? También fueron requisados. Es lo normal en estos casos. No te pongas tenso. A Canalla le gustan los tipos relajados.

– Pensó en todo, hijo de la gran puta.

– Naturalmente. A los suizos no nos gusta dejar cabos sueltos. Es una deformación nacional. Y ahora salgamos de aquí. Regresaremos lentamente. La policía necesita tiempo para reconocer un error.