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– El tercer acto es la victimación de los hombres y mujeres de buena fe, comunistas o simplemente humanistas. McCarthy era el mismo tipo humano que Beria el policía de Stalin, o Himmler el policía de Hitler. Los movía la ambición política, la facilidad de obtener ventajas sumándose al coro anticomunista cuando terminó la guerra caliente y empezó la guerra fría. El frío cálculo de adquirir poder sobre las reputaciones arruinadas. La delación, la angustia, la muerte… Y el epílogo -Harry abría las manos, mostraba las palmas abiertas, los dedos amarillos, se encogía de hombros, tosía levemente.

Era ella la que decía, le decía, se decía a sí misma, sin saber en qué orden y de qué manera comunicárselo mejor a Harry, el epílogo tenía que ser la reflexión, el esfuerzo de la inteligencia para entender qué había sucedido, por qué había sucedido.

– ¿Por qué nos comportamos en América igual que en Rusia? ¿Por qué nos volvimos igual a lo que decíamos combatir? ¿Por qué se dan los Beria y los McCarthy, todos esos Torquemadas modernos?

Laura escuchaba a Harry pero quería decirle que los tres actos y el epílogo de los dramas políticos nunca se presentan así, bien ordenados y aristotélicos, decía Harry burlándose un poco de la «Academia» de Cuernavaca, sino enmarañados, lo sabían los dos,

mezcladas las razones con las sinrazones, la esperanza con el desaliento, la justificación con la crítica, la compasión con el desprecio.

– Ojalá pudiera volver al momento de España y quedarme allí -le decía Harry a veces. Y volviéndose brutalmente a Laura, febrilmente, continuaba con la voz cada vez más apagada pero más ronca, «¿por qué no me dejas, por qué sigues conmigo?».

Era el momento de la tentación, Era el momento en que ella dudaba. Podía empacar e irse. Era posible. Podía quedarse y aguantarlo todo. También era posible. Pero ni podía irse sin más, ni quedarse pasivamente. Oía a Harry y tomaba, una y otra vez, la misma decisión, me quedaré, pero haré algo, no sólo lo cuidaré, no trataré solamente de darle aliento, trataré de entenderlo, de saber qué le pasó a él, por qué conoce todas las historias de esa era de infamias y desconoce la suya, por qué a mí, que lo quiero, no me dice su propia historia, por qué…

Es como si él la adivinase. Pasa con todas las parejas unidas por la pasión más que por la costumbre, nos adivinamos, Harry, basta una mirada, un gesto de la mano, una distracción fingida, un sueño penetrado igual que se penetra un cuerpo sexualmente, para saber qué piensa el otro, piensas en España, piensas en Jim, piensas que al morir tan joven se salvó, no tuvo tiempo de ser víctima de la historia, fue víctima de la guerra, eso es noble, eso es heroico; pero ser víctima de la historia, no prever, no apartarse a tiempo del golpe de la historia, o no asumirlo con entereza si llega a pegarnos, eso es triste, Harry, eso es terrible.

– Todo ha sido una farsa, un error…

– Yo te quiero, Harry, eso no es ni una farsa ni un error…

– ¿Por qué te he de creer?

– Yo no te engaño.

– Todos me han engañado.

– No sé qué quieres decir.

– Todos.

– ¿Por qué no me lo cuentas?

– ¿Por qué no lo averiguas por tu cuenta?

– No, yo no haría nada a espaldas tuyas.

– No seas tonta. Te autorizo. Ve, regresa a Cuernavaca, pregúntales por mí, diles que yo te di permiso, que te digan la verdad.

– ¿La verdad, Harry?

(La verdad es que yo te amo, Harry, te amo de una manera distinta a como amé en su momento a mi marido, a Orlando Xi-

ménez o al propio Jorge Maura, te amo como los amé a ellos, como una mujer que vive y se acuesta con un hombre, pero con:igo es diferente, Harry, además de amarte como amé a los hombres, te amo como amé a mi hermano Santiago el Mayor y a mi hijo Santiago el Menor, te amo como si te hubiera visto morir ya, Harry, como a mi hermano muerto y sepultado bajo las olas en Veracruz, te amo como vi morir a mi hijo Santiago, fulgurante en su promesa incumplida, resignado y bello mi hijo, así te quiero a ti, Harry, como a un hijo, a un hermano y a un amante, pero con una diferencia, mi amor, que a ellos los quise como mujer, como madre, como amante, y a ti te quiero como perra, sé que ni tú ni nadie me va a entender, te quiero como perra, quisiera parirte yo misma y luego desangrarme hasta morir, ésa es la imagen que te hace a ti distinto de mi marido, mi amante o mis hijos, mi amor por ti es un amor de animal que quisiera ponerse en tu lugar y morir en vez de ti, pero sólo al precio de convertirme en tu perra, cosa que nunca sentí antes y que quisiera explicarme y no sé cómo pero así es, y es así, Harry, porque sólo ahora, a tu lado, me hago preguntas que antes no me hice nunca, me pregunto si merecemos el amor, me pregunto si es el amor lo que existe, no tú y yo y por eso quisiera ser animal, tu perra sangrante y moribunda, para decir que sí existe el amor como existen un perro y una perra, quiero sacar el amor tuyo y mío de cualquier idealidad romántica, Harry, quiero darle la última oportunidad a tu cuerpo y al mío arraigándolos en la tierra más baja pero más concreta y cierta, la tierra en la que un perro y una perra olfatean, comen, se traban sexualmente, se separan, se olvidan, porque voy a tener que vivir con tu memoria cuando te mueras, Harry, y mi memoria de ti nunca será completa porque no sé qué hiciste durante el terror, no me lo dices, quizás fuiste un héroe y tu humildad se disfraza de honor peleonero, como John Garfield, para no contarme sus hazañas y rendir tu corazón al sentimentalismo, tú que lloras con una película de Libertad Lamarque, pero acaso fuiste un traidor, Harry, un delator, y eso es lo que te avergüenza y por eso quisieras regresar a España, ser joven, morir al lado de tu joven amigo Jim en la guerra y tener guerra y muerte en vez de historia y deshonor, ¿cuál es la verdad?, creo que es la primera, porque si no no te aceptarían en el círculo de los victimados en Cuernavaca, pero puede ser la segunda porque ellos nunca te miran ni te dirigen la palabra, te invitan y te tienen sentado allí, sin hablarte pero sin atacarte, hasta que tu silla se convierte en el banquillo de los acusados y me

conoces a mí y ya no estás solo y debemos salir de Cuernavaca, dejar atrás a tus camaradas, no oír más esos argumentos repetidos hasta la saciedad…)

– Debimos denunciar los crímenes de Stalin desde antes de la guerra.

– No te engañes. Te habrían expulsado del Partido. Además, contra el enemigo, los olvidos que sean necesarios.

– Eso no quita que por lo menos entre nosotros debimos discutir los errores de la URSS, habríamos sido más humanos, nos habríamos defendido mejor contra el asalto macartista.

¿Cómo íbamos a imaginar lo que iba a pasar?, le dijo Ha-rry una noche a Laura, bebiendo cerveza al caer la noche en el jardincillo de espaldas a la montaña y los aromas de flor naciente y árbol moribundo, los comunistas americanos luchamos primero en España, luego en la guerra contra el Eje, los comunistas franceses organizaron de veras la resistencia, los comunistas rusos nos salvaron a todos en Stalingrado, ¿quién iba a pensar que cuando se acabó la guerra ser comunista sería un pecado y que los comunistas iríamos todos a la hoguera?, ¿quién?

Otro cigarrillo. Otra Dos Equis.

– La fidelidad a lo imposible. Ese fue nuestro pecado.

Laura le había preguntado si estaba casado y Harry le dijo que sí, pero prefería no hablar de eso.

– Todo pasó ya -quiso concluir.

– Tú sabes que no. Tienes que contármelo todo. Tenemos que vivirlo juntos. Si es que vamos a seguir viviendo juntos, Harry.

– ¿Los enojos, las peleas, los sermones, la inquietud por las reuniones secretas, la sospecha de que los acusadores tenían razón? «Me casé con una comunista». Parece el título de una de esas malas películas que hacen para justificar al macartismo como patriotismo. Así lavan los magnates de los estudios sus culpas rojillas. Fuck them. We'U see tomorrow.