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– La Revolución soviética.

– Ah, entonces Charlie Chaplin no sólo es comunista, sino que preparó la revolución rusa, eso es lo que usted quiere exhibir, un manual de insurrección disfrazado de comedia…

(Lo sentimos mucho. La compañía no puede pasar su programación. Los anunciantes han amenazado con retirar su apoyo si usted sigue programando películas subversivas.)

– ¿Es usted o ha sido miembro del Partido Comunista?

– Sí. También lo son o han sido los catorce veteranos que me acompañan ante este Comité y que son todos mutilados de guerra.

– La brigada roja, ja ja.

– Luchamos en el Pacífico por los Estados Unidos.

– Lucharon por los rusos.

– Eran nuestros aliados, senador. Pero sólo matamos japoneses.

– La guerra se acabó. Pueden ustedes irse a vivir a Moscú y ser felices.

– Somos americanos leales, senador.

– Demuéstrenlo. Denle al Comité los nombres de otros comunistas…

(… en las fuerzas armadas, en el Departamento de Estado, pero sobre todo en el cine, la radio, la televisión naciente: los inquisidores del Congreso amaban sobre todas las cosas investigar a la gente del espectáculo, codearse con ellos, salir retratados con Roben Taylor, Gary Cooper, Adolph Menjou, Ronald Reagan, todos delatores, o con Lauren Bacall, Humphrey Bogart, Fredric March. Lilian Hellman, Arthur Miller, los que tuvieron el coraje de denunciar a los inquisidores…)

– Esa fue la opción: arrebatarnos nuestra singularidad para hacernos enemigos o colaboradores, chivatos, delatores, ése fue el crimen del macartismo.

Emergió del agua la cabeza de Laura y vio al conjunto alrededor de la piscina y pensó todo lo que pensó y por eso le llamó la atención que le llamara la atención un hombre pequeño de hombros estrechos y mirada melancólica, el pelo ralo y un rostro tan esmeradamente rasurado que parecía borrado, como si la navaja le privase, cada mañana, de las facciones que se pasarían el resto del día pugnando por renacer y reconocerse. Una camisa sin mangas, floja, color caqui, y los pantalones flojos también, del mismo color pero ceñidos por un cinturón de piel de serpiente, de esos que venden en los mercados tropicales, donde todo sirve. No usaba zapatos. Sus pies desnudos acariciaban el césped.

Salió sin dejar de mirarlo aunque él no la miró a ella, él no miraba a nadie… Laura salió del agua. Todos se desentendieron de su desnudez de matrona cincuentona pero apetecible. Laura, alta y fabricada de ángulos rectos, desde niña tuvo ese perfil de caballete nasal audaz y retador, no una naricita infantil de botón de rosa; desde niña tuvo esos ojos casi dorados sumidos en un velo de ojeras, como si la edad fuese ella misma un velo con el que a veces se nace, aunque casi siempre se adquiere; con los labios delgados de las madonas de Mem-

ling, como si jamás la hubiese visitado un ángel con la espada que parte el labio superior y destierra el olvido al nacer…

– Ésa es una vieja leyenda judía -dijo Ruth mezclando una nueva jarra de martinis-. Al nacer, un ángel desciende del cielo con su espada, nos golpea entre la punta de la nariz y el labio superior, nos hace esta hendidura inexplicable de otro modo -Ruth se raspó con la uña sin pintar un bigotillo imaginario, como el del pro-tocomunista Chaplin- pero que, según la leyenda, nos hace olvidar todo lo que supimos antes de nacer, toda la memoria instantánea e intrauterina, incluyendo los secretos de nuestros padres y las glorias de nuestros abuelos, «¡salud!» dijo en español la gran madre de la tribu de Cuernavaca, así la bautizó Laura en el acto y se lo dijo, riendo, a Basilio. El español le dio la razón. Ni ella puede impedirlo, ni ellos quieren admitir que la necesitan. ¿Quién no necesita una mamá?, sonrió Basilio, sobre todo si cada fin de semana prepara un platón sin fondo de espagueti.

– Los cazadores de brujas publicaban un pasquín llamado Red Channels. Para justificarse, invocaban su patriotismo y su anticomunismo igualmente vigilantes. Pero sin denuncias, ni ellos ni su publicación prosperarían. Iniciaron una búsqueda febril de personas implicables, a veces por razones tan extravagantes como oír a Shos-takóvich o ver a Chaplin. Ser denunciado por Red Channels era el principio de una persecución en cadena que se continuaría con cartas a quien empleaba al sospechoso, anuncios amenazantes contra la compañía culpable, llamadas telefónicas de intimidación a la víctima, hasta culminar con la cita en el Congreso por el Comité de Actividades Antiamericanas.

– Me ibas a hablar de una madre, Basilio…

– Pregúntales a cualquiera de ellos por Mady Christians.

– Mady Christians era una actriz austríaca, que protagonizó una obra de teatro muy famosa, / Remember Mamma -dijo un hombre alto con pesados anteojos de carey-. Era profesora de drama en la Universidad de Nueva York, pero su obsesión era proteger al refugiado político y a las personas desplazadas por la guerra.

– Nos ofreció protección a los exiliados españoles -recordó Basilio-. Por eso la conocí. Era una mujer muy bella, de unos cuarenta años, muy rubia, con un perfil de diosa nórdica y una mirada que decía, «Yo no me doy por vencida».

– También nos protegió a los escritores alemanes expulsados del Reich por los nazis -añadió un hombre de quijada cuadra-

da y ojos apagados-. Creó un Comité para la Protección de los Nacidos en el Extranjero. Éstos fueron los crímenes que le bastaron a Red Channels para exponerla como agente soviética.

– Mady Christians -sonrió con cariño Basilio BaJtazar-. La vi antes de morir. La visitaban detectives que se negaban a identificarse. Recibía llamadas anónimas. Dejaron de ofrecerle papeles. Alguien se atrevió a llamarla para un papel, los inquisidores hicieron su trabajo y la compañía de TV retiró la oferta aunque ofreció pagarle su sueldo. ¿Cómo puede vivirse con este miedo, esta incer-tidumbre? La defensora de los exiliados se convirtió en la exiliada interna, «Esto es increíble», logró decir antes de morir de un derrame cerebral, a los cincuenta años de edad. Elmer Rice, el dramaturgo, dijo en el entierro de Mady que ella representaba la generosidad de América y en cambio recibió la calumnia, el acoso, el desempleo y la enfermedad. «No sirve de nada hacer un llamado a la conciencia de los macartistas, porque carecen de ella.»

Había muchos pasados reunidos en la casa de Fredric Bell y a medida que fue regresando, primero con Basilio, luego sola cuando el profesor anarquista regresó al orden virginal de Vassar Colle-ge, Laura empezó a agrupar las historias que escuchaba, tratando de separar la experiencia verdadera de la justificación herida, innecesaria o urgida. Todo eso.

Decir que había muchos pasados era decir que había muchos orígenes y entre los invitados a los fines de semana, muchos de ellos residentes en Cuernavaca, era notable la presencia de judíos de la Europa Central -eran los más viejos, y sus esposas, que se juntaban en círculo a contarse historias de un pasado que parecía histórico pero que no tenía más de medio siglo de vida (así de rápida era la historia norteamericana, dijo Basilio), estas parejas se reían recordando que habían nacido, a veces, en aldeas vecinas de Polonia, o a pocas millas de la frontera entre Hungría y Besarrabia.

Un viejecito de mano temblorosa y ojo alegre se lo explicó a Laura, éramos sastres, buhoneros, tenderos, discriminados como judíos, emigrados a América pero en Nueva York también éramos extranjeros, discriminados, excluidos, por eso nos fuimos todos a California, donde no había nada más que sol y mar y desierto, California donde se acaba el continente, Miss Laura, nos fuimos todos a esa ciudad con nombre angelical, muchos ángeles, el sindicato con alas que parecía estarnos esperando a los judíos de la Europa Central para hacer nuestras fortunas, Los Ángeles donde como cuenta

nuestra anfitriona Ruth, un ser alado desciende del cielo y nos priva con su espada de la memoria de lo que fuimos y ya no queríamos ser, es cierto, los judíos no sólo inventamos Hollywood, inventamos a los Estados Unidos como nosotros queríamos que fuesen, soñamos el Sueño Americano mejor que nadie, Miss Laura, lo poblamos de buenos y malos inmediatamente identificables, le dimos el triunfo siempre al bueno, asociamos al bueno con la inocencia, le dimos al héroe una novia inocente, creamos una América inexistente, rural, pueblerina, libre, donde la justicia siempre triunfa y resulta que esto era lo que los americanos querían ver, o más bien era como querían verse, en un espejo de inocencia y bondad en el que siempre triunfan el amor y la justicia, eso le dimos al público americano nosotros, los judíos perseguidos de la Mitteleuropa, ¿por qué nos persiguen ahora a nosotros?, ¿comunistas nosotros?, ¿nosotros los idealistas?