VILLA TRINIDAD DEL MONTE MONTES

– Aquí se dice can y no villa, Joan Manuel Serrat.

– Lo sé, pero bueno, cómo explicarte…

– La carta esta que tienes ahí, sobre el tablero del automóvil, lo explica todo: ¿No te has fijado? Remite: María Fernanda de la Trinidad del Monte Montes.

– Verdad. Ni cuenta me había dado. Y es que acabo de recogerla en el Bar Bahía, antes de ir a buscarte al aeropuerto y…

– ¿Y?

– Y bueno… Bueno… Pues digamos que Fernanda Mía, perdón, Fernanda María, que, desde que la conozco, jamás ha estado triste una mañana, le pase lo que le pase, aparte de ser una amiga inmensa, es una mujer tan valiente y osada y saludable como Tarzán, aunque de vez en cuando le dé su amigdalitis, como a todo el mundo, y se quede sin grito ni voz, siquiera, en la jungla de asfalto en que le ha tocado vivir…

– No sigas, Serrat, que me estás partiendo el alma.

– De acuerdo, no sigo, pero te juro que lo del letrero de la entrada es porque una vez, la pobrecita, con un marido y dos hijos que mantener, a pesar de haber nacido para millonaria de alcurnia y esas cosas de telenovela, lo reconozco, terminó pintando letreros de todo tipo en todo tipo de tiendas y hasta en todo tipo de Californias…

– Día y noche y a destajo, ¿no?

– Pues sí: Día y noche y a destajo. Nunca mejor dicho…

– Realmente conmovedor, Serrat.

– De acuerdo: me apellido Serrat, pero ¿y tú?, ¿tú cómo diablos te apellidas?

– Dejémoslo en Flor, a secas, en vista de que ni siquiera tengo un apellido que pueda competir con doña Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes, alias Mía, o Tuya… En fin, según el cristal con que se mire, me imagino, o según quién cuenta la historia…

– Bueno, como prefieras, Flor a Secas, pero ya hemos llegado a casita.

– Home sweet home, ¿no?

– Bienvenida… Bienvenida, realmente, y…

– ¿Y de todo corazón?

– -Pues sí. Y es verdad aunque no lo parezca.

– Espero que nos llevemos bien, Serrat, porque realmente aquí hay trabajo para rato. Hacía tiempo que no veía jardines tan lastimosamente abandonados como éstos. ¿No te da vergüenza?

– Ya no, porque tú los harás florecer.

– Para eso he venido, ¿no?

– Bueno, sí, pero ahora abre tu maleta, acomódate lo más rápido que puedas, y vámonos derechito al puerto, a tomar una copa y a hartarnos de mariscos, Flor a Secas.

– Bienvenida sea tu propuesta, Juan Manuel Carpio.

– ¿Cómo? ¿Y Serrat dónde quedó?

– Pues digamos que quedó atrás y que realmente te agradezco la invitación. Y que te lo digo de verdad, aunque no lo parezca. ¿Te suena bien?

– Me suena perfecto.

Por supuesto que inmediatamente abrí la carta de Mía y la leí cien veces, como siempre, mientras Flor a Secas abría su maleta, guardaba y colgaba sus pertenencias, y se aseaba un poco.

San Salvador, 1 de febrero de 1984

Amado Juan Manuel Carpio,

Este año he tardado más que de costumbre en darte mis abrazos y saludos de fin de año porque aquí toda la familia ha estado encerrada en una gran tristeza con la enfermedad y muerte de mi tío Dick Mansfield, el de la empresa británica en que tanto trabajé, ¿te acuerdas? Más que un tío fue otro papá y un ángel de la guarda para todos nosotros. Murió el 4 de enero y recién hoy encuentro un poco de valor para tomar pluma y papel y saludar el año nuevo.

Lamento que mi saludo sea medio desabrido, porque poco bueno se me viene a la mente. Pero aunque mi presencia sea triste, torpe y fea, hoy, no quiero que te falte mi cariño y mis mejores deseos para un año lindo y lleno de buenas cosas.

Muy feliz año y nada más por esta vez, amado artista.

Tuya,

Fernanda

Momentos después me sorprendía yo estivalmente instaladísimo en la terraza de un bar que, desde lo alto, dominaba íntegro el puerto de Mahón, y pidiendo dos copas de un blanco bien seco y muy frío, si fuera tan amable, señor, bajo el ala de un sombrero de tela marinera que coronaba, color marfil y con cinta negra, el descuidado atuendo británico de un habitué solar y balear, todo calcado de Charlie Boston, por supuesto, o sea con grave riesgo de terminar pareciendo una calcomanía, más bien. Y también me sorprendía alzando una copa de vino blanco para brindar por Flor a Secas y su llegada tan bienvenida. Y, para brindar lo más seductora, falsa e hijodeputamente que darse pueda -es lo menos que puedo decir, la verdad-, lo único que se me ocurrió soltar, de paporreta, fue:

– Salud, señorita jardinera. Salud de a de veras. Y lamento que mi brindis sea medio desabrido, porque poco bueno se me viene a la mente. Pero aunque sea mi presencia triste, torpe y fea, hoy, no quiero que te falte mi cariño y mis mejores deseos para un lindo verano en Menorca, repleto de buenas cosas.

Apenas si pudo alzar su copa, la pobre Flor, forzando al mismo tiempo una sonrisa lamentablemente tembleque, que además le contagió el pulso, o sea que hubo derramadita de vino blanco y uno de esos momentos cargados de embargo emotivo y hasta de trastornos del pánico, algo en verdad fulminante y culminante fue lo que hubo, en realidad. Y a su «Sa-sa-salud, ju-Juanma…», en off, cámara lenta y travelling interminable, la verdad es que no le faltaron ni los efectos especiales.

– ¿Sabes que Mahón es el puerto más profundo del Mediterráneo? -le pregunté, en un desesperado esfuerzo por cambiar de guión, ya que el anterior, o sea el del plagio de la carta de Fernanda que acababa de leer, de golpe se transformó en una serie de frases de las más sinceras y sentidas que hasta el día de hoy he pronunciado en mi vida. Con lo cual, además, mi paporreteo perdía ya por completo su origen y contenido deshonesto y ladrón, a fuerza de feeling o filin, como dicen en el Caribe salsero y Celia Cruz. Y para muestras basta un botón: Fernanda María había escrito lleno de buenas cosas, y refiriéndose, además, sólo al año 1984, mientras que yo, en cambio, había dicho repleto de buenas cosas, infiriendo notablemente en el guión original y cual pez que por la boca muere, ya que además de todo me había referido al resto de la vida, ya no sólo al año ochenta y cuatro, o sea que, en realidad, me había referido al resto de mi vida, en vista de que le doblaba casi la edad a la preciosa Flor, sentadita fragilísima ahí a mi lado, mirando con tembleque y conmovedora lontananza en sus ojazos negros las aguas del puerto más hondo del Mediterráneo, mientras que lo menos que puede concluirse es que los datos estadísticos no me favorecían en nada, ni me favorecerían jamás, ya, lo cual solito se asoció con aquello tan célebre de Jorge Manrique de que nuestras vidas son los ríos que van a dar a Mahón, que es el morir, y ya no fueron sólo los datos estadísticos los que me fallaron, mientras Flor a Secas insistía en su mirar ausente y mudo y a mí me fallaban incluso las constantes vitales.

En fin, fue lo que se llama uno de esos momentos, transcurrido el cual nos hartamos de mariscos en el restaurante Marivent y Flor a Secas fue nieta de judíos anarquistas fusilados en Barcelona e hija de padres que huyeron a Francia muy jovencitos, que se conocieron en un campo de concentración, y que regresaron a España cuando la muerte del Caudillo y esas cosas.

– ¿Cómo que esas cosas, Flor? No seas tan seca, por favor.

– Es que yo era una niña aún y mi vida era los recuerdos de mis padres, día y noche, desayuno, almuerzo y comida, y los recuerdos de mis padres eran también los de mis abuelos y todo el santo día muerte y horror en la guerra civil, acá, y en la resistencia y Vichy, en Francia, con cambios de apellidos, pasaportes e identidades, a cada rato, o sea que a lo mejor es verdad que me apellido Gotman, porque así solía decir mi padre, delirando en su lecho de muerte, y mi madre no sé qué diablos sigue callando.