Características de los cuentos
Los cuentos de Unamuno, breves, fibrosos, de poca ficción, restringidos casi siempre, como sus novelas, a la narración de peripecias interiores, vibran con la luminosa intimidad propia de la poesía. Estamos de acuerdo con Stevens: son reflejo de los personajes en que don Miguel se divide, cada uno de los múltiples yos proliferantes del suyo engendra a otros, o por lo menos, según desde donde se le enfoca y capta, se presenta con diferente tono, colorido y matices. Características de este cosmos son la duplicación interior, el vaivén, el arabesco trazado por la oscilación desde el actuar de los personajes al pensamiento del autor, quien se proyecta y sitúa en el mismo plano, conversando y conviviendo con sus criaturas. Entre los personajes destacan las figuras no héroes como Celestino ("El semejante"), don Roque ("Solitaña"), don Hilario ("Sueño"), constituyendo intentos de exteriorizar ese recóndito modo de ser y, como tales, método de conocimiento, limitado y defectuoso sin duda, pero eficaz.
Clavería apunta que en "Y va de cuento…" puede verse qué técnicas literarias y qué armas empleaba Unamuno -a la manera de Montarco en otro cuento-ensayo- en una obra escrita teniendo muy presente la estulticia provinciana: desprecio del argumento y del interés de la narración, salidas ingeniosas, humorismo, paradojas… (Carlos Clavería, "Unamuno y la enfermedad de Flaubert", Temas de Unamuno, Madrid, Gredos, 1953). Y es que Unamuno busca el lector cómplice, el lector a quien todo escritor anhela y desea. A él se refería cuando escribió estos versos esclarecedores: "Aquí os dejo mi alma-libro / hombre-mundo verdadero./ Cuando vibres todo entero, / soy yo, lector, que en ti vibro". Hizo literatura en prosa y verso de su egotismo en el pensar y en el querer. El doctor Álvarez Villar [Medicina en España, 1966), a la luz de la tipología de Kretsmer y siguiendo a José L. Abellán [Miguel de Unamuno a la luz de la psicología, Madrid, Tecnos, 1964) vino a clasificar al rector de Salamanca entre los esquizotímicos: introvertidos, excitables, fanáticos y en continua regresión al mundo de su niñez. Y estos rasgos estarán presentes en el marco de varios relatos aquí reproducidos.
Nuestra edición: Breve presentación.
Una colección de cuentos del autor apareció en 1913, con el título El espejo de la muerte. Novelas cortas (Madrid, Renacimiento), cuyo título fue invención de Gregorio Martínez Sierra, reeditado varias veces en Buenos Aires, Espasa-Calpe, colección Austral. Se trata de un conjunto de 27 relatos, entre ellos el que da título al libro. Con posterioridad se han recogido, junto a otros, en el volumen Relatos novelescos (1886-1932) que contiene treinta y dos textos, incluidos en el tomo II de Obras Completas, ordenación, prólogo y notas de Manuel García Blanco (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1951), los mismos de la edición del tomo V de O.C., De esto y de aquello (Afrodisio Aguado, Madrid, 1951) y con posterioridad en O.C. (Escelicer, Madrid, 1966-1971). Existe una interesante edición de Cuentos realizada por la profesora de Philadelphia Eleanor Krane Paucker (Madrid, Minotauro, 1961. Colección "Biblioteca Vasca", tomo IX, 1 y 2), que contiene sesenta y nueve relatos y, por último, la excelente edición del catedrático Ricardo Sanabre que presenta ochenta y tres cuentos en el estado actual de la cuestión (O.C., II, Biblioteca Castro. Turner, 1995), algunos de ellos recuperados de la casa-museo Unamuno de Salamanca.
La casi totalidad de los relatos que integran nuestro volumen Cuentos de mí mismo apareció por vez primera en la prensa de la época, pues ya en 1905 el autor se muestra convencido de su poder difusor: "… es preciso hoy en España que el catedrático sea publicista…, lo cierto es que la prensa es hoy el verdadero campo de extensión universitaria; la prensa es hoy la verdadera universidad popular" (O.C, VII, p. 619). Al final de cada cuento, siempre que nos ha sido posible precisarlo, encontrará el lector la fecha y lugar de su primera publicación.
Mención especial merecen "Don Catalino, hombre sabio", firmado primeramente en el semanario madrileño La Esfera (1915), apartado "Artículos y crónicas", e incluido con posterioridad en Humorismo internacional, "Colección ideal" (Barcelona, 1931), en el que hay relatos de más de treinta autores españoles y extranjeros, así como "Y va de cuento…" seleccionado por Menéndez Pidal en Antología de Cuentos de la literatura Universal (Barcelona, Labor, 1955, 3a edición). Algún otro, como "El desquite", figura en distintas Antologías especialmente dirigidas a un público juvenil.
Desde el primer relato, "Ver con los ojos", firmado cuando Unamuno tenía 22 años, hasta el último que se supone escribió, '"Al pie de una encina" (Ahora, Madrid, l-VIII-1934), el rector de Salamanca veía en el cuento una forma de diálogo directo con el lector, pues casi todos ellos tienen a aquél como protagonista. Nuestra selección ha consistido en espigar las veinte narraciones con mayor acopio de datos personales. El autor no deja de meterse físicamente en estas ficciones que resultan, a pesar de su forma, y a causa del empleo de la primera persona, autodiálogos. Así pretendemos acercarnos a la paradójica personalidad unamuniana, su concepto de la vida humana, su agonía y narcisismo. Son textos -como señala la profesora Paucker- "que le brotaron, como hijos de su carne y de su sangre, en cincuenta años de comercio con las musas". En vísperas de la conmemoración centenaria del 98, esta colección originalmente denominada Cuentos de mí mismo se reviste, por tanto, del mejor sentido de la oportunidad para leer la obra de uno de los integrantes más valiosos de esa generación. Y pasemos a presentar al lector, brevemente, estos relatos.
Con el seudónimo tan elocuente de Yo mismo publica don Miguel su primer cuento, "Ver con los ojos", que resulta una idealización de su noviazgo, concretamente la historia de un muchacho que pierde la alegría de vivir y se vuelve pesimista y amargado por culpa de sus lecturas filosóficas. Se salva cuando encuentra en Magdalena unos ojos para ver el mundo. Siempre elogió Unamuno los ojos de Concepción Lizárraga y su alegría. Como ya señalara Emilio Salcedo, uno de sus mejores biógrafos (Vida de Don Miguel, Salamanca, Anaya, 1964), son los ojos y la alegría de Magdalena (Concha) los protagonistas. El héroe, conquistado y curado por el amor, no puede ser otro que el mismo Unamuno, novio ya de quien más tarde había de ser su esposa Concha, "mi costumbre", como solía decir. Apreciamos un estilo bastante encorsetado en este primer cuento, con abundantes paradojas que tratan de sacudir la atención del lector. En la nota que encuentra la muchacha perteneciente al triste Juan se observan preocupaciones que ya inquietaban a don Miguel por esos años. Escrito dos años después de una crisis religiosa y a su regreso a Bilbao, vemos huellas de su propia juventud y tal vez de su vuelta, aunque no fuera duradera, a la fe sencilla. En el cuento parece burlarse de sí mismo, de su personalidad algo tétrica: "La vida es un monstruo que devora; sufre al sentirse devorada, y goza al devorar. Los placeres se olvidan, luego persisten los dolores amargando la vida". Efectivamente, rasgos de un intimismo que adornarán la obra posterior porque a Unamuno -como a Baroja y otros compañeros del novecientos- le importaban muy poco los géneros literarios, prestaba escaso respeto a los límites entre narración y cualquier otro tipo de creación.
En otro cuento temprano, "Las tijeras", dos viejos desahogan su bilis en los monólogos dialogados que sostienen en el café. Desde la cumbre de su soledad, miran la vida con desdén y gozan en maldecir de todo. Apenas saben nada uno del otro, pero no les importa porque lo que buscan en el contertulio es el eco de su alma. Unido a la idea de escisión de personalidad se halla la de lo hueco de ésta, la imposibilidad de conocer sus múltiples facetas, de saber cómo en verdad somos ni la idea que de nosotros tienen nuestros prójimos. El cuento, escribe Paucker, se relaciona con la novela corta Don Sandalio, de 1930, que a su vez tiene sus principios en un ensayo sobre El ajedrez de 1912. Carácter también embrionario de novela resulta "Solitaña" que tiene su origen en un juego de escuela. En el prólogo a De mi país (Madrid, 1903) se habla de él como elemento que incorporó a Paz en la guerra, El protagonista de "Solitaña" es otro tipo de inocente, de infeliz, como Pedro Antonio de Paz en la guerra, prototipo del "hombre dormido en la carne", cuya conciencia apenas funciona, tan soterrada está bajo las capas de la costumbre, la vida rutinaria, la "niebla de las pequeñas menudencias de cada día". La casa se parece a la del mismo Unamuno tal como la describe en "Mi bochito", incluido en De mi país. El tema del amor entronca con el de la vida intrahistórica del Unamuno contemplativo, esa intrahistoria que constituye la vida oscura, monótona e invulnerable, latente en las sombras; fluir de días y trabajos, sobre los cuales se construye la historia. El tema del pobre hombre que afronta con amor y resignación los avatares y desgracias es un motivo netamente noventayochista. Por eso termina así "Solitaña": "¡Bienaventurados los mansos!". También localizado en el País Vasco resulta "El desquite", escrito en tono coloquial y lúdico e inspirado, sin duda, en las correrías adolescentes del autor.