No crea usted que hago mal uso de la beca, porque aprendo rápido y en el fondo el jefe me tiene aprecio, más que a la aragonesa que le ha defraudado porque le pidió que bailara unas sevillanas y ella se descolgó con que eso era moro y se lanzó a una jota, baile difícil de entender aquí en París. Fui a lo de la Tour Eiffel porque era gratis, pero me resisto a gastarme las pelas que me dio sólo para ver tetas perfectas. Tiene usted razón. Las tetas perfectas… para los museos y de mármol. Prefiero las reales, de las que estoy muy bien abastecido. Como hace mucho calor en París las chicas van como van y me harto de ver tetas, no al completo, pero casi y a la española, de reojo, que sigue siendo mucho más emocionante.

El profesor está admirado por lo de las Olimpiadas y dice que Barcelona fue francesa hasta hace poco. Como no tengo cultura no sé qué responderle. Prepárese para la sopa de albóndigas de tuétano. Es exquisita como dice el profesor y de puta madre como digo yo.

La carta de Biscuter le devolvía a la realidad de siempre y a las cuarenta y ocho horas del final de los Juegos sólo la herencia que habían dejado en la fisonomía de la ciudad demostraba que se habían realizado. Pero no podía entregarse únicamente al olvido o a la melancolía o a sus contrarios: la memoria y la indignación moral, ¿para o contra qué? Definitivamente el mundo estaba hecho, mal, pero ya estaba hecho y ante la evidencia de lo fácilmente que podrían truncarse las evidencias, no ya personales, sino colectivas, había que desintoxicarse de todo prurito de resistencia. Por ejemplo, ¿por qué no volver a tener sexualidad? Últimamente los críticos de más edad parecían saludar las novelas de Carvalho al grito de «Bienvenido al club de los desganados sexuales». Y en efecto, roto el vínculo con Charo, peligrosa la propuesta directa en un juego de relaciones tamizadas por todas las texturas de los diferentes tipos de preservativos, el sexo había ido desapareciendo de su vida y cuando lo cumplía, no ignoraba un cierto carácter forzadamente exhibicionista a la peripecia, como si fuera una prueba de que «aún podía» o quizá de que «aún debía», dadas sus características de héroe literario ecléctico y preconstruido, en el que la sexualidad había jugado un papel muy importante en los diez primeros años de escritura posfranquista. Pero, ¿y ahora? Salir a la calle a la conquista de cuerpos y cerebros parapetados detrás de toda una vida, sin el recurso de volver a pedir: «Cuéntame cómo eras… cuando…», ¿cuando qué? O bien: «Quisiera envejecer contigo…» ¿Más todavía? ¿Envejecer más todavía? En la soledad de su placenta artificial, a Carvalho le entró la angustia de una revelación excesiva: se asesinaba, se mataba, se amaba, se organizaban fiestas y olimpiadas por miedo. Todo se había hecho por miedo, siempre, y la única operación intelectual con éxito había consistido en disfrazar el miedo de necesidad.

La cena fue excelente. Anfitrión de un único invitado, el latinista y gestor Fuster, asumió su veredicto sobre todo lo que había pasado.

– Dii nos quasi pilas habent o lo que es lo mismo: Los dioses nos llevan como a pelotas. Es de Plauto. Captivi 22.

Un pastel de setas, las primeras que llegaban al mercado de la Boquería, bajo el nombre catalán de rossinyols, y unos callos a la sidra, reforzados con estragón, clavos y un vaso de Calvados. Quemó en la chimenea el libro de Simpson y Jannings Los señores de los anillos, ya inútilmente antiolímpico, y El deporte del poder de Espada y Boix, penúltimo intento de situar a Samaranch en la Historia y no en el Olimpo. Fuster tenía una noche latinista.

– Animus est in patinis… mi alma está en los platos… ésta es de Terencio.

– Terencio Moix, supongo.

Ya a solas, el espectáculo de la ciudad postolímpica y equivalentemente postiluminada, le deprimió. Se tomó cincuenta pastillas de Ginsén Rojo Coreano para comprobar sus efectos o para suicidarse sexualmente y se durmió. En plena madrugada le despertó la traca que celebraba las primeras cuarenta y ocho horas posteriores al final de los Juegos y una portentosa erección situada más o menos en el centro de su cuerpo. Se miraron Carvalho y su hijo predilecto. La mirada del padre fue achicando al muchacho. Al fin y al cabo ¿por qué?, ¿para qué?

– ¿Eres un diseño de Walt Disney, muchacho?

Y el pene le contestó.

– No. De Mariscal.

Carvalho había abierto el periódico sin darse demasiada cuenta de que lo hacía. Fue entonces cuando leyó el resultado:

Vera Musovich-Jim Courier: 6-0, 6-1, 6-3.

A su lado la mujer contemplaba el techo cebra por los rayos de sol segmentados. Buscaba allí el no tener nada que decirle. El ginsén, pensaba Carvalho, de alguna ayuda le habría servido si sus dedos no hubieran encontrado aquella verruga en la espalda. Todo fue tocar la verruga y el ginsén se volatilizó en sus venas y el pequeño Carvalho empezó a deshincharse, a replegarse en busca de los cuarteles de invierno. Ella era una señora y ni siquiera miró de reojo la catástrofe, pero tampoco salió de su mismidad para contribuir al prodigio por procedimientos extranormales. Le sobó un poco el pene. Sólo un poco. Lo suficiente para comprender que aquélla no era su tarde. Luego suspiró, dio la espalda a Carvalho y dirigió su desnudo hacia el oeste.

– ¡Qué estupidez!

– ¿El qué?

– El sexo

– ¿Mi sexo?

– No. El sexo.

Dos meses atrás otra mujer, otra habitación, esta vez no hubo verrugas y sí ginsén. Pero ella, de pronto, se metió un dedo en la oreja y lo removió. Y el pequeño Carvalho volvió a replegarse a sus cuarteles de invierno, miserable objetor de conciencia. Y cuando no era una verruga o un mal gesto era un tono de voz… Las voces demasiado agudas desmayaban las erecciones aparentemente más consistentes.

– No se le levanta porque está deprimido.

Le dijo un psiquiatra que parecía del Seguro pero que no lo era.

– Yo creo que estoy deprimido porque no se me levanta.

Estos jóvenes psiquiatras se hacen un lío entre las causas y los efectos porque también ellos se han empapado del descrédito de las causas y de la dictadura de los efectos. Están tan desorientados como sus clientes neoliberales y mucho más que sus clientes posmarxistas.

– No puedo, en conciencia, jefe, añadirle garbanzos y chorizo a una sopa o mejor dicho a un potage Ouka. Y si no puedo hacerlo no es por afrancesamiento, por odio adquirido al garbanzo o al chorizo, sino por ética profesional. No es que yo crea en la supervivencia indiscutida de los cánones…

– ¿Qué es un canon, Biscuter?

– La madre de todas las imitaciones… Pues, como le decía, no es por respetar los cánones que fijan dónde se pone y dónde no se pone chorizo o garbanzos, sino por sentido de la armonía…

– ¿Qué es la armonía, Biscuter?

– La sensación de que algunas cosas tienen su sitio y esas cosas están en el sitio que les toca. Por ejemplo, el chorizo con los callos, con el pote gallego, con las patatas a la riojana… ¿Me explico, jefe?

– Ya puede decirse de ti que eres un intelectual. Teorizas a partir de una práctica.

– De puta madre, jefe. Y eso que no tengo estudios, pero cuando iba al colegio nadie me ganaba con las tablas de aritmética y con los lápices de colores Alpino. Dibujaba paisajes para ilustrar, como se decía entonces, hasta los ejercicios de aritmética. Recuerdo la definición de Historia como si la estuviera diciendo en clase ahora mismo: Historia es la ciencia que trata de los hechos que forman parte de la vida de la Humanidad a través de su desarrollo, explicando también las causas que los han motivado…

– No siempre explica las causas que los han motivado.

– No se quede conmigo. Le expongo mis apreciaciones y una vez usted me haya escuchado, a ver si insiste con lo del chorizo y los garbanzos. Ya le he dicho que primero se ha de hacer un caldo base: esturión, espinas, aletas, agua, vino blanco, perejil, celerio, hinojo, champiñones, sal… Bien, pero eso es para empezar. Porque aparte se ha de preparar una juliana del núcleo del celerio, de la parte blanca de los puerros, de la raíz de perejil, carne de pescado de roca… Un pescado duro, ésa es la única condición, por ejemplo dorada y si no la encuentro la sustituyo por otro… y no me pregunte el nombre porque es un secreto profesional… Bien, esta juliana se pasa por mantequilla y se cuece con un poco del caldo obtenido. El caldo se clarifica en compañía de 125 gramos de caviar picado y 500 de carne de pescadilla… Se cuela otra vez. Éste es el caldo bueno y con la juliana compone el consomé… ¿Dónde quiere usted que le meta el chorizo y los garbanzos? El consomé es un pequeño prodigio, jefe. Un pequeño prodigio en sí mismo.