La curiosidad gastronómica de Butros Gali era insaciable y Carvalho la atendía al tiempo que notaba las miradas feroces de Vera, instándole a que no fuera cómplice de aquella absurda situación. A Carvalho se le había atrofiado el mecanismo detector de situaciones absurdas y mantenía el ten con ten gastronómico con Gali.

– ¿Es indispensable que la bechamel se haga con caldo de las cabezas de las gambas?

– Bastante… pero mucho ojo con el número de cabezas empleadas porque si el caldo sale demasiado fuerte la bechamel adquiere casi características de pasta de gamba.

– ¡Elemental! La cocina es cuestión de equilibrio…

– Y de paciencia.

– Y de paciencia, desde luego. Y se lo dice un buen conocedor de la cocina egipcia que es excelente, bueno, egipcia, egipcia… sería más propio hablar de una cocina del Mediterráneo Oriental que los turcos supieron cohesionar mucho mejor que su imperio, aunque los sirios y los libaneses se la hayan apropiado. Los sirios y los libaneses se quedan con todo lo que encuentran. Pero los egipcios guisamos las habas como nadie.

– En Andalucía y Cataluña le sacan muy buen partido a las habas.

– Será por la influencia árabe.

– Lo dudo porque las guisan con cerdo… jamón… butifarra.

– ¿Ha probado usted las habas en ensalada? A los sirios o a los libaneses no se les hubiera ocurrido jamás un plato tan austero y formidable.

– ¡Basta!

Estalló Vera.

– ¡Basta ya!

Gali miraba desconcertado, ora a Carvalho, ora a Vera.

– Creía que usted era serbia y no siria o libanesa…

– ¡Basta que usted nos dé gato por liebre! ¿Nos ha llamado para hablar de cocina?

A Gali le costaba cerrar la boca y el asombro. Finalmente dijo con firmeza entristecida:

– Desde luego. He pensado… ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? Nadie me hace ni caso en esta feria de atletas… La única persona que me trata con dedicación es su majestad el rey. Es un profesional. Cada vez que me ve siempre tiene una pregunta oportuna. «¡Hola Butros! ¿Qué tal las pirámides? Hay que conservarlas, porque hoy día no se hacen cosas así…» ¡Si no fuera por él! El simulacro de orden universal olímpico no puede coexistir con la ONU como simulacro de Orden Internacional. Casi molesto. Soy como una inútil redundancia. Estoy desesperado…

Todavía recelaban los ojos de Vera, pero Carvalho había asumido la situación. Puso una mano sobre el hombro del abatido Gali y le ofreció:

– Voy un momento al mercado de la Boquería, compro lo necesario y le hago unas Berenjenas gratinadas con langostinos.

Gali no tenía palabras. Cogió una mano de Carvalho. La besó y luego la lubricó con sus lágrimas. Mas no duró mucho su derecho a la emoción. Una patada contra la puerta dio con ella en el suelo. Por el hueco así abierto se coló Corcuera y todas sus policías.

– A ustedes los estaba buscando… ¿Quién es este sarraceno?

Gali se había puesto en pie tensando su cuerpo a la par que su dignidad.

– Butros Gali. Secretario general de las Naciones Unidas.

– Y yo Ortega y Gasset… ¿No te jode el moranco? Carvalho, no se entretenga. Los acontecimientos se precipitan.

– El señor Carvalho me había concedido el honor de cocinar para mí esta noche.

Corcuera estudió a Carvalho con el peor de los entrecejos.

– ¿Un cocinitas, eh? El mundo se está hundiendo, nada es lo que es, nadie es el que es y estos tíos de cocinitas. ¿De qué iba la cena?

– Berenjenas con gambas y jamón, bechamel, queso rallado… todo al gratén.

– ¡Coño! No pinta mal.

Se le notaban las ganas de ser invitado desde el deseo común en todos los ministros del Interior de ser queridos por sus súbditos. Carvalho estaba pactista.

– Donde comen cuatro comen cinco.

– Donde comen cuatro comen cuatro. Cortó la culturista serbia.

– Yo no me siento a una mesa con un represor al servicio del capitalismo en su fase terminal.

Corcuera no podía comprenderlo y se daba puñetazos en la cabeza, con tanta contundencia que le saltaban las neuronas por las orejas.

– ¡Qué rencorosa es el alma eslava!

Hubo que dejar la cena para mejor o peor ocasión.

Grupos de guerrilleros se repartieron las diferentes montañas sagradas de Cataluña, sagradas a todos los efectos porque estaba demostrado que habían servido de lugar de culto desde tiempos prerreligiosos, mágicos, pasando luego por toda clase de religiones homologadas, incluidos los ritos especiales como los de los templarios y finalmente los del nacionalismo moderado de Jordi Pujol. El presidente del gobierno autonómico de Cataluña había simplificado mucho el ritual y lo limitaba a pronunciar algunas palabras hubiera o no hubiera público, incluso si estaba solo, permitirse algunos guiños incontrolados dirigidos hacia el Poniente y tararear una sardana en el momento de la llegada y de comenzar la bajada. El propio presidente Pujol emitió un comunicado en el que expresaba su sorpresa y rechazo de la violencia, viniera de donde viniera. Los guerrilleros fueron consecuencia de la firma del pacto entre voluntarios olímpicos arrepentidos y reconvertidos en olimpiónicos, cristianos de base, chiitas descalzos, ex combatientes del mayo francés, del junio alemán, del otoño cheyenne y cantautores de la canción protesta.

Los nacionalterroristas prefirieron mantener sus efectivos en el subsuelo, mientras las distintas fracciones de guerrilleros urbanos e indios metropolitanos años setenta, se echaron a la calle disfrazados de peregrinos olímpicos a de huérfanos de las guerras balcánicas. En cuanto a los exorcistas enviados por el Vaticano apenas si conseguían intervenir, ni siquiera con la ayuda de un batallón de paracaidistas que les había cedido el ministro Corcuera. El gobierno español había dado carta blanca al Santo Padre quien, todavía disfrazado de lanzadora checa, dirigía las acciones exorcistas desde un sótano secreto de la Villa Olímpica.

– Todo lo que ustedes desdiablicen hoy, trabajo que me quitan mañana.

Aprobó Corcuera. El papa le miraba de hito en hito, pero con la cabeza y el cuerpo ladeados, según la técnica recomendada por el Actor's Studio.

– ¿Eres un buen hijo de la Iglesia?

– Yo creo en algo… cómo le diría… De la Nada no hemos salido.

– Unos más que otros.

– Yo creo en algo… pero… y lo siento… no creo en los curas.

– Y yo, ¿qué soy? ¿Un bombero? ¿Cuánto tiempo hace que no te has confesado? ¿Usas preservativo?

– A veces… pero es de esos de castigo…

El papa trató de agredir a Corcuera, pero se interpusieron los cascos azules y el ministro salió de la audiencia hecho un basilisco y más ateo de lo que había entrado.

– Esto no es un papa. Esto es un atleta sexual frustrado.

No tuvo tiempo ni ganas para recrearse en consideraciones teologales. Estaban en el punto álgido, en la cresta agónica de la crisis y Corcuera se sentía cansado. Carvalho y la culturista serbia contemplaban en un mapa los frentes estratégicos y parecía como una preparación para la guerra entre restos de serie fin de temporada, del mismo modo que se pensaba gracias a las rebajas del pensamiento o se hablaba y escribía con lo que sobraba de una lengua que en el pasado había servido para establecer una tensión poética entre la memoria y el deseo. Y ni siquiera era compensador el esfuerzo de entenderse con lo que quedaba de esfuerzo y de entendimiento y desde la lógica del espectáculo: ¿qué era preferible, una ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos a base de un popurrí de ópera italiana y del himno a la Libertad de Shiller o un bombardeo de Barcelona a cargo de la VI Flota a causa de la banalidad del conocimiento geopolítico de los gendarmes del Universo?

– ¿Tú qué prefieres, Carvalho?

Preguntó la serbia.

– Yo me rendiría.

– ¿A quién?

– Éste es el problema. Uno ya no sabe ni a qué ni a quién rendirse.

Pero su amor propio, es decir, su ética profesional, le impedía tirar la toalla hasta no encontrar` a los desaparecidos y Vera insistía en que no sabía dónde estaban.