¿A qué incoherencias había llegado la culturista serbia? ¿A un internacionalismo blanquista y socialista-monárquico?

– Así es, porque imagínate que ganan los del Sur tal como están y me mutilan el clítoris o me prohíben la gimnasia de pesas. Y no creas que no te afecta, podrido filisteo, porque si gana el Sur que no ha accedido al modo de producción capitalista, sea capitalismo privado o de Estado, tú no podrías comer carne de cerdo, por ejemplo. ¿Qué sería de Cataluña sin las judías con butifarra o de España sin chorizo? Te he hablado de la flota submarina rebelde de la URSS que permanece lejos de la detección del sonar, a la espera de una decisión. No creas que es el único poder dispuesto a apoderarse de Barcelona antes de que terminen los Juegos. El Vaticano ha enviado un equipo completo de exorcistas disfrazados de corredores de marcha y preparan un comunicado sobre la diabolización de los Juegos Olímpicos. Se dice que el mismísimo papa polaco está en Barcelona de incógnito, disfrazado de lanzadora de jabalina checa.

Carvalho no pudo reprimir la excitación.

– Entonces el atentado que sufriste… la jabalina… ¡El papa!

– Pues debió ser sin querer… porque me han dicho que la lanza fatal. Es un metomentodo y ya se sabe, como dice un proverbio serbio: Quien mucho abarca poco aprieta. El papa está obsoleto, aunque se niegue a aceptarlo. Bush. Ése es peligroso. ¡Es más malo…! El presidente Bush duda entre tirar unas cuantas bombas inteligentes sobre Irak o sobre Barcelona, porque le han dicho que Barcelona está cerca de Bagdad y llena de iraquíes… ¿No te das cuenta de que el olimpismo es el internacionalismo más extendido y su gestualidad marcará el lenguaje y la conducta de los tiempos venideros? ¡Pásate a la revolución olimpiónica!

De tantas cosas se había tenido que dar cuenta a la fuerza que una más ¿qué importaba?

– ¿Me haces el amor?

– Sólo tengo un pene para toda la vida.

– Antes de que se precipiten los acontecimientos.

– Me dan miedo tus músculos interiores.

– Todo puede terminar de un momento a otro.

¿Por qué no? Durante una fase de su vida había respetado mejor o peor el principio de que las experiencias enriquecen, pero ahora pensaba exactamente lo contrario. Las experiencias nuevas solían aportar la sensación de que o lo eran o, en cualquier caso, frustraban otras realmente nuevas o más nuevas, como Marx, que había impedido la existencia de un Marx más marxista que él. Vera lloriqueaba. Se sentía repudiada.

– Si supieras lo mal que lo pasamos las hijas de personajes célebres. La más triste sin duda, María Hitler, hija de Adolfo y de una española miembro de la Sección Femenina de la Falange. María era una mujer bellísima y tuvo una sexualidad tormentosa porque todos los que la querían seducir en realidad buscaban lo que en ella quedaba de su padre.

– Es decir, que a quien querían tirarse era a su padre.

– Dicho así es una monstruosa grosería.

Llegaba ese momento en que la escasez de deseo debe ser recompensada con jadeos, chasquidos de lengua, contenciones salivares y procacidades que avergüenzan a quien las pronuncia, por muy depravado que sea, y ante aquella colección completa de musculitos a Carvalho sólo se le ocurrían tonterías que se negaba a exteriorizar. Por fin ella le cogió por un brazo, lo derribó sobre el lecho, lo inmovilizó mediante una llave, le abrió la bragueta y Carvalho se oyó decir a sí mismo:

– Jamás pude hacer el amor en cautividad. Y ése tampoco…

Trataba de implicar a su pene en sus prejuicios, pero el animalito daba señales de vida. El perverso polimórfico se sentía atraído por aquel monstruo musculado. Carvalho se desentendió. Allá se las compusieran los dos monstruos. La serbia no estaba para matices y se disponía a violar al detective cuando el frío cañón de una pistola se posó en su sien. Un casco azul de la ONU encañonó primero a la mujer y luego a Carvalho que lo tenía otra vez todo, absolutamente todo a media asta.

Las noticias que le llegaban de Bagdad no eran tranquilizadoras. Aprovechándose de los Juegos Olímpicos, Sadam Hussein sometía a continuas ofensas verbales a los atletas norteamericanos, especialmente a los blancos.

– Los atletas yanquis, sobre todo si son blancos, huelen a cerdo y darían positivo en cualquier análisis sobre el dopaje. Catsup, así se llama su droga preferida.

No le gustaba tampoco a George Bush la complicidad del rey de España en los Juegos Olímpicos de Bagdad, constantemente presente en diferentes modalidades deportivas, muy alborozado, lejos de la contención y el distanciamiento exhibido por los jóvenes socialistas españoles, González y Serra.

– ¿Quién se ha creído que es el rey de Bagdad? ¿El Dios del Olimpo? ¿De quién fue la idea de concederle los Juegos Olímpicos a Bagdad?

Preguntó el presidente Bush a los camilleros que todas las mañanas le seguían cuando practicaba el jogging.

– Los Juegos Olímpicos no se celebran en Bagdad, sino en Barcelona, más hacia el oeste, más o menos hacia Siria.

Le informó el adivino del Departamento de Estado. Conseguía sus adivinaciones contemplando las tripas de un pollo frito a la manera de Kentucky. Bush era receloso por naturaleza, pero sobre todo desconfiaba de los mapas que describían territorios más allá de los límites de los Estados Unidos.

– Siria o Irak, qué más da.

Bush cayó derribado a causa del tercer infarto de aquella mañana y se levantó como movido por un resorte, con la sonrisa gagá en el rostro y dos dedos haciendo el signo de la victoria. A pesar del visto y no visto de su caída, su mujer ya se había vestido de viuda, con costuras en las medias y él rictus de una sonrisa canalla llena de rouge y de rimmel.

– Tu quoque, Barbara?

Pero se sobrepuso a la tristeza o a la indignación moral recordando que era presidente del pueblo más fuerte de la tierra y el líder moral del Universo.

– Pongan en marcha la operación Freedom for Catalonia.

– Con todos mis respetos, señor -terció el presidente del Senado, que agonizaba en su litera tras secundar durante tres horas la carrera presidencial-. Me parece precipitado bombardear Cataluña con bombas, aunque sean inteligentes. Primero probaría el efecto Quayle.

– Bien pensado.

Opinó Bush, antes de derrumbarse por cuarta vez, muy cerca ya de las escalinatas traseras de la Casa Blanca donde los esperaba su esposa todas las mañanas, vestida de viuda, por si el exceso deportivo provocaba el temido tránsito.

– Consulten a Karl Popper sobre el efecto Quayle.

A Popper le estaban dando la extremaunción, pero opinó que sólo una enérgica acción norteamericana podía evitar que los Juegos Olímpicos se convirtieran en una manifestación de sociedad y cultura cerrada. El consultor de Popper no era otro que el presidente del gobierno autonómico de Cataluña en el exilio, sin que a nadie se le hubiera ocurrido preguntarle por qué se había exiliado.

– Aquí hi viu el senyor Popper? Que es vosté mateix? Hola, Carles, sóc en Jordi… Jordi Pujol. El polític catalá. La Maria Stuart catalana. Sí, home, sí. Sóc el que et va donar aquelles pessetones… el premi del Mediterrani.

– La Mediterranée n'existe pas. Mais le vrai probléme n ést pas le sens, mais le décalage entre les énoncés de la science et ceux de la pseudoscience ou la métaphysique.

– Per qué em parles en francés, coi?

– C'est la langue plus ouverte.

– I ara em surts amb aquesta? Escolta. M'ha demanat l'amic Bush que et pregunti sobre el Quayle… Qué et sembla si el deixem esbravar-se a Europa?

– Qu ést-ce qu'il sait ce monsieur á propos du Cercle du Vienne?

– Cony, em sembla que res.

– Nous sommes encerclés par les emmerdants! C'est tout. [1]

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[1] -¿Vive aquí el señor Popper? ¿Es usted mismo? Hola, Carlos. Soy Jordi Pujol. El político catalán. La María Estuardo catalana. Aquel que te dio aquellas pesetillas… el premio del Mediterráneo.

– El Mediterráneo no existe, pero el verdadero problema no es el significado, sino el decalaje que se produce entre los enunciados de la ciencia y los de la pseudociencia o la metafísica.

– ¿Por qué me hablas en francés?

– Es la lengua más abierta.

– ¿Y ahora me sales con éstas? Oye, el amigo Bush me ha pedido que te pregunte sobre Quayle… ¿Qué te parece si le dejamos desfogarse por Europa?

– ¿Qué sabe este señor del Círculo de Viena?

– ¡Coño! ¡Me parece que nada!

– Estamos rodeados de enmierdadores.

(Nota del autor.)