El vicepresidente Quayle almorzaba su plato preferido, sopa de tortuga de lata Campbell con la ayuda de un tenedor, para prolongar más el placer de aquel sabor y mantener la línea. Cuando le llegó el fax según el cual Bush le dejaba manos libres sobre los Juegos Olímpicos de Bagdad, Quayle lo primero que pidió fue la intervención de los cascos azules y a continuación escribió una carta más personal que oficial dirigida al Honorable Jordi Pujol, presidente de la República kurda: «Ríndase, restaure la democracia y luego hablaremos.» (El corrector de estilo tuvo que emplearse a fondo para que las dos líneas fueran legibles.)

Lo sucedido era un entreparéntesis necesario para explicar por qué la violación de Carvalho a cargo de la culturista serbia fue interrumpida por un casco azul de las Naciones Unidas. Prácticamente nadie había advertido el desembarco en la ciudad de los paracaidistas internacionales y la nota protocolariamente explicatoria y legitimadora escrita por Quayle planteó problemas a la administración de Correos. Señor presidente de la República kurda catalana. Si hasta ese momento sólo una parte de las autoridades políticas y olímpicas se habían escondido y utilizado un doble, la llegada de una carta tan amenazadora provocó un pánico generalizado. ¿A quién se le entregaba? ¿Quién podía asumir la presidencia de la República kurda catalana si se llegaba a la conclusión de que estaban ante una metáfora? Pujol se limitaba a declarar desde el exilio que él no se daba por aludido hasta que Quayle aprendiera geopolítica. Pero no ganaba tiempo, lo perdía porque los submarinos soviéticos en el exilio ya mostraban sus periscopios en el horizonte y algunos olimpiónicos revolucionarios impacientes empezaron a acariciar toda clase de gatillos. Metidos en un jeep azul de los cascos azules de la ONU, la última policía del espíritu incorporada a la seguridad olímpica, Carvalho y la culturista serbia fueron conducidos a la Jefatura Superior Azul onusiana. Carvalho percibía una liturgia de la detención muy diferente, como si se tratara de una detención abstracta, realizada por un superestado abstracto y por unas fuerzas armadas igualmente abstractas. La ametralladora con la que les apuntaban era concreta: olía a metal engrasado, como las puertas de las cárceles y las guillotinas. La patrulla de custodia no transmitía sensación de localidad, es decir, no parecían pertenecer a lugar alguno terrestre, como si hubieran nacido por la genética del Reglamento. Una situación tan abstracta no podía ser replicada con la grosería de un comportamiento naturalista, por lo que Carvalho se comportó como si no fuera un ser humano concreto ni abstracto, sino todo lo contrario. En cambio, la culturista introdujo el ruido de un comportamiento naturalista a todas las luces inadecuado. Decía por ejemplo: «Exijo la presencia de mi abogado», o bien: «No me toques, esbirro del imperialismo» y, finalmente, la bordó recitando:

Otros vendrán
verán lo que no vimos
yo ya no sé con sombra hasta los codos
por qué nacemos
para qué vivimos

Toda la abstracción terminó cuando fueron conducidos en presencia de Butros Gali, secretario general de las Naciones Unidas. Era un egipcio magro y universal que no se parecía en nada a los personajes de los jeroglíficos ni a los de Durrell. Para empezar les ofreció sus excusas por lo aparatoso de la detención.

– Es un problema de profesionalidad. Muchos de estos soldados son universitarios, incluso los hay teólogos, pero nadie les ha hecho pasar por un curso de Formación Profesional que es lo que verdaderamente hubieran necesitado. Créame, Carvalho, estoy desesperado.

La serbia no quería contemporizar con el enemigo.

– Tú eres un lacayo del neoimperialismo, doblemente traidor: al pueblo árabe sodomizado por el capitalismo y al género humano en su conjunto al que le habéis vendido la mentira de que sois una fuerza neutral de interposición.

– ¡Qué alegría me da, señorita Vera, que usted se haya dado cuenta de todo! Ya era hora. Créanme que estoy desesperado. Nadie se da cuenta de nada. En efecto, soy una mera visualización del supuesto Orden Internacional.

– Pues vaya visualización. ¿Le ha diseñado a usted un enemigo? Podía haberle echado una mano Mariscal.

– ¡El gran diseñador! ¡El valenciano universal! No caerá esa breva. Mariscal es muy caro y los sueldos de funcionarios de la ONU son dignos, no diré que no, pero no dan para tanto. ¿Qué tiene que ver usted con Mariscal?

Había hablado demasiado. La culturista se mordió el labio inferior y le estalló el tríceps del brazo derecho.

– ¿Usted cree que me mejoraría?

Mutismo absoluto. Carvalho quiso salir de tan embarazosa situación hablando de lo mucho que llovía últimamente en Cataluña.

– Ahora que usted lo dice… ¡Es cierto! Yo pensaba que toda España era un desierto y me había traído un camión cisterna de agua del Nilo.

– Que llueva mucho en Cataluña no es bueno para la unidad entre los hombres y las tierras de España.

– Por desgracia eso siempre crea agravios comparativos.

– En España hay muy buenas aguas… y muchas… No pasaríamos apuros si se hiciera un buen plan hidrológico.

– No me lo diga usted a mí… Estoy desesperado. ¿Quién hace hoy bien las cosas? Usted cocina muy bien… que me he enterado. He tratado de hacer alguna receta de La Rosa de Alejandría y no siempre me salen bien, pero a veces… Me encantó la receta del gazpacho a la manchega. Es como una koiné cultural mediterránea: elementos de cultura romana, árabe, ibérica… Amasar la harina ¡qué maravilla!… Luego cocer la pasta en las brasas y utilizar desde la humilde ortiga a la esplendorosa liebre para un plato en el que cabe el mundo… Y ese gazpacho viudo… ese gazpacho de trilladores, como lo llama usted… tortas y como complemento calabaza, patatas, ajos tiernos, pimiento, tomate…

– Es un plato tan antiguo como la trilla.

– Y antes de llegar la patata de América, ¿qué ponían?

– Bastaba con la calabaza. Los americanos nos han inundado de necesidades artificiales.

Gali se chupaba los dedos, pero con una auténtica dedicación. Dedo por dedo. Con la lengua fuera, como sólo chupan los perros lobos cariñosos y las amantes con complejo de inferioridad o la propia esposa o esposo con complejo de culpa adúltera.

– Me han hablado de una receta hecha con berenjenas y langostinos… Ya sabe usted que la berenjena es una materia prima mediterránea… de hecho la única materia prima mediterránea que no pertenece ni al Norte ni al Sur, hasta el punto de que se me ha ocurrido meter una berenjena en la futura bandera de la Mediterraneidad.

– El diseño no es el fuerte de este tío.

Opinó despectivamente la serbia y añadió sin contemplaciones:

– Basta de hablar de comidas odiosas, biodegradantes del cuerpo humano. Sólo pensáis en comer y en pagar con Visa lo que coméis. Y si en la etapa terminal del capitalismo ni siquiera sabéis diseñar los estuches vacíos de contenido, ¿para qué servís?

– Mire, yo a usted la contrato porque dice verdades como puños… Créame que estoy desesperado… Pero volviendo a las berenjenas con langostinos…

Carvalho le explicó la receta pacientemente tras advertirle que podía encontrarla muy bien detallada en Los mares del sur. Gali le rogó que ultimara su generosidad poniéndosela por escrito porque para chistes y recetas de cocina tenía muy mala memoria. Carvalho pasó por alto las caras de asco que ponía la culturista, agredida en su paladar interior por las propuestas gustativas combinatorias que emanaban de la receta de Carvalho. Gali estaba exultante.

– ¡Cuando le diga a mi mujer que Carvalho en persona me ha dictado la receta de las Berenjenas gratinadas con langostinos!