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Carole nunca volvió a Salt Lake City. Se convirtió en la amante de Cully y andaba siempre por sus habitaciones, aunque vivía en una casa de apartamentos próxima al hotel. Cully hizo que recibiese lecciones de tenis y clases de baile. Hizo que una de las coristas de más clase del Xanadú le enseñase a utilizar el maquillaje y a vestirse adecuadamente. Le consiguió trabajo como modelo en Los Angeles y fingió estar celoso. Le preguntaba cómo pasaría las noches en Los Angeles cuando se quedara toda la noche, y le preguntaba sobre sus relaciones con los fotógrafos de la agencia.

Carole le suavizaba con besos y le decía:

– Querido, ya no podría hacer el amor con otro que no fueses tú.

Y, que él supiera, era sincera. Podría haberlo comprobado, pero no tenía importancia. Dejó que la relación amorosa siguiera tres meses y luego, una noche, estando ella en la suite, le dijo:

– Gronevelt se siente muy deprimido esta noche. Ha tenido malas noticias. Intenté convencerle de que viniera a beber algo con nosotros, pero está arriba en sus habitaciones, solo.

Carole había conocido a Gronevelt en sus idas y venidas por el hotel, y una noche habían cenado los tres. Gronevelt fue muy simpático con ella, a su modo galante. A Carole le agradó.

– Oh, qué pena -dijo Carole.

Cully sonrió.

– Sé que siempre que te ve se le alegra el espíritu -dijo-. Eres tan guapa. Con esa cara que tienes. A todos los hombres les gusta hacer el amor con alguien que tenga una cara tan inocente como la tuya, sabes.

Y era verdad. Tenía los ojos muy separados y toda la cara salpicada de pequeñas pecas. Parecía un trocito de caramelo. Su pelo rubio era de un amarillo tostado y lo llevaba revuelto como un niño.

– Pareces ese niño de las historietas -dijo Cully-. Charlie Brown.

Y ése pasó a ser su nombre en Las Vegas. A ella le encantaba.

– A los hombres de edad siempre les gusto -dijo Charlie Brown-. Algunos amigos de mi padre se me insinuaban.

– No me extraña -dijo Cully-. ¿Y qué hacías tú?

– Bueno, no es que me volviesen loca -dijo-. Me sentía halagada y nunca se lo dije a mi padre. De hecho, eran muy amables, siempre me traían regalos y nunca hicieron nada malo, en realidad.

– Tengo una idea -dijo Cully-. ¿Por qué no llamo a Gronevelt y subes allí a hacerle compañía? Yo tengo cosas que hacer en el casino. Haz lo posible por animarle.

Dijo esto con una sonrisa, y ella le miró muy seria.

– De acuerdo -dijo.

Cully le dio un beso paternal.

– Entiendes lo que quiero decir, ¿no? -dijo.

– Sé lo que quieres decir -dijo ella.

Y, por un momento, Cully, contemplando aquel rostro angelical, sintió una punzada de culpabilidad.

Pero entonces ella esbozó una alegre sonrisa.

– No me importa -dijo-. De veras que no, él me agrada, pero, ¿estás seguro de que querrá?

Y entonces Cully se sintió tranquilo.

– Querida -dijo-, no te preocupes. No tienes más que subir y yo le llamaré. Estará esperándote, y procura ser lo más natural posible. A él le encantará. Créeme.

Y después de decir esto, cogió el teléfono.

Llamó a la suite de Gronevelt y oyó que Gronevelt decía:

– Si estás seguro de que ella quiere subir, con todo lo que significa, a mí me parece una chica deliciosa.

Y Cully colgó el teléfono y dijo:

– Vamos, querida, yo te subiré.

Fueron a las habitaciones de Gronevelt. Cully la presentó como Charlie Brown y pudo ver que a Gronevelt le encantaba el nombre. Cully preparó bebidas para todos, se sentaron y charlaron. Luego Cully se disculpó. Dijo que tenía que bajar al casino y les dejó solos.

No vio a Charlie Brown aquella noche y supo así que la había pasado con Gronevelt. Al día siguiente, cuando vio a Gronevelt, le dijo:

– ¿Estuvo bien la chica?

Y Gronevelt dijo:

– Magníficamente. Una chica encantadora. Muy dulce. Intenté darle dinero, pero no lo quiso.

– Bueno -dijo Cully-. Ya sabes que es una chica joven. Es un poco nueva en esto, pero ¿se portó bien contigo?

– Magníficamente -dijo Gronevelt.

– ¿Quieres que le diga que vaya a verte siempre que quieras?

– Oh no -dijo Gronevelt-. Es demasiado joven para mí. Me siento un poco incómodo con chicas tan jóvenes, sobre todo si no aceptan dinero. Oye, ¿por qué no le compras un regalo de mi parte en la joyería?

Cully, cuando volvió a su oficina, llamó al apartamento de Charlie Brown.

– ¿Lo pasaste bien? -preguntó.

– Oh sí, él estuvo muy bien -dijo Charlie Brown-. Es todo un caballero.

Cully empezó a preocuparse un poco.

– ¿Qué quieres decir con eso de que es todo un caballero? ¿No hicisteis nada?

– Oh, claro que sí -dijo Charlie Brown-. Fue estupendo. Resulta increíble que una persona tan mayor pueda ser tan estupenda. Subiré a animarle siempre que él quiera.

Cully concertó una cita con ella para aquella noche, y cuando colgó el teléfono se apoyó en la silla y examinó la situación. Había tenido la esperanza de que Gronevelt se enamorase y él pudiese utilizarla como un arma contra Gronevelt. Pero Gronevelt había percibido, de algún modo, todo esto. No había medio de cazar a Gronevelt a través de las mujeres. Había tenido demasiadas. Había visto demasiadas mujeres corrompidas. No conocía el significado de la virtud y por eso no podía enamorarse. Y tampoco podía enamorarse a través de la lujuria porque era demasiado fácil.

– Con las mujeres tú no tienes un porcentaje a tu favor -decía Gronevelt-. Y uno nunca debe prescindir del porcentaje.

Y así Cully pensó: bueno, quizás no con Gronevelt, pero hay muchos otros peces gordos en la ciudad a los que Charlie podría enganchar.

Al principio había pensado que era la falta de experiencia técnica de la chica. Después de todo, era muy joven y no era ninguna especialista. Pero en los últimos meses, le había enseñado unas cuantas cosas y la chica se desenvolvía mucho mejor que al principio. No había duda. En fin, no podía enganchar a Gronevelt, lo cual habría sido ideal para todos ellos, y ahora tendría que utilizarla de un modo más general. Así pues, en los meses siguientes, Cully se dedicó a conectarla. Le preparó citas de fin de semana con los tipos más importantes que aparecieron por Las Vegas, le enseñó a no aceptar dinero de ellos y a no irse siempre con ellos a la cama. Le explicó su razonamiento:

– Tienes que buscar sólo la gran ocasión. Alguien que se enamore de ti y que te dé gran cantidad de dinero y te compre muchos regalos. Pero no lo harán si creen que pueden soltarte un par de billetes de cien sólo por joderte. Tienes que jugar tus cartas con mucha habilidad. De hecho, a veces puede ser mucho mejor no joder con ellos la primera noche. Como en los viejos tiempos. Pero si lo haces, tienes que hacer ver que lo has hecho porque te subyugaron.

A Cully no le sorprendió el que Charlie aceptase hacer cuanto le decía. Ya la primera noche había detectado el masoquismo que es tan frecuente en las mujeres guapas.

Estaba familiarizado con él. La falta de sentido de la dignidad y del propio valor, el deseo de complacer a alguien que creía que se interesaba realmente por ella. Era, por supuesto, un truco de chulo, y Cully no era un chulo, pero hacía esto por el bien de ella.

Charlie Brown tenía otra virtud. Cully nunca había visto a nadie que comiese tanto como ella. La primera vez que no se reprimió comiendo, dejó a Cully asombrado. Se comió un filete con patatas cocidas, una langosta con patatas fritas, pastel, helado. Después ayudó a limpiar la bandeja de Cully. Se dedicó luego a exhibir sus cualidades como comedora, y algunos hombres, algunos de los peces gordos, se sentían orgullosos de esta cualidad suya. Les encantaba llevarla a cenar y verla comer enormes cantidades de comida, lo cual nunca parecía embarazarla, ni disminuía su hambre ni añadía jamás un centímetro de grasa a su silueta.