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– ¡No hables así! -exclamó mamá muy ofendida-. Si no funciona es porque no se hicieron bien los fideos.

– Lo lamento, Eimin. ¿No es increíble? Mis padres son intelectuales, ¿cómo pueden creer en semejantes supersticiones?

No obstante, me comí los fideos y después Eimin sacó un pastel con veintitrés minúsculas velas encendidas. Él y mi hermana cantaron Cumpleaños feliz. Mis padres sonreían a la luz de las velas. Soplé las velas y mi madre volvió a encender la luz. Todos tomamos un poco del pastel al «estilo occidental».

Aquella noche la policía armada se llevó a alguna persona de una de las residencias de estudiantes situadas a unos centenares de metros de allí, lo cual suscitó el temor a una ofensiva generalizada. Al día siguiente, tras una prolongada discusión, mis padres decidieron que Pekín se estaba convirtiendo en un lugar demasiado peligroso.

– Wei podría ir conmigo a mi ciudad natal -dijo Eimin-. Allí estaríamos más seguros.

Mis padres estuvieron de acuerdo. Mamá dijo:

– Tan pronto como abra la oficina de pasaportes iré a leer el tablón de anuncios. No te preocupes. Nos pondremos en contacto con vosotros en cuanto tu nombre salga en la «lista de aprobados».