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Mientras pensaba en los lejanos días que estaban por venir, el día propiamente dicho tocó a su fin. Las farolas alumbraban alrededor del lago y el suave viento de la tarde se volvía másfuerte y frío. Ya no veía a los desconocidos que también habían acudido al lago. Quizá se hubieran marchado hacía mucho o habían desaparecido en el bosque que había en la ladera de la colina a mi espalda. De pronto se me ocurrió que Dong Yi y Lan podrían venir al lago. Me levanté de un salto, eché un vistazo a mi alrededor, inquieta, y empecé a alejarme. No quería volver a verlos juntos, al menos no tan pronto e, indudablemente, no allí. Pero, al tiempo que caminaba rápidamente por el sendero, no podía apartar ciertas imágenes de mi cabeza. No dejaba de imaginármelos juntos, de una manera íntima, de una manera en que Dong Yi y yo nunca habíamos estado. Al final conseguí librarme de aquellas imágenes.

Pero lo que no podía quitarme de la cabeza era la imagen de los grandes ojos castaños de Lan brillando de deseo. Me miraba directamente. Desde detrás de los árboles a mi derecha, el viento arreció de un modo que me heló los huesos. Me volví con brusquedad; la senda que descendía hasta la orilla del lago estaba vacía. Volví a girarme; por delante de mí, el camino que torcía en el edificio de biología también estaba vacío.

Bajé la colina casi corriendo. Cuando estaba a punto de salir a la plaza intensamente iluminada que había frente a la biblioteca, me detuve y contemplé el camino a mis espaldas, eclipsado entonces por las sombras. Allí volví a ver a Lan, con una sonrisa victoriosa en el rostro.

– Tienes razón, no puedo ganar -le dije, y luego corrí hacia la luz, el ruido y la realidad sin volver a mirar atrás.

El Triángulo todavía estaba lleno de gente, algunos escuchaban con atención el debate en la emisora, otros discutían. En comparación con unos días antes, había más hombres y mujeres de mediana edad codo con codo con los jóvenes. Algunos de ellos eran profesores y administradores de la universidad, mientras que muchos otros eran personas que vivían en el lugar, ciudadanos que se habían sumado más recientemente a la multitud del Triángulo en busca de noticias fidedignas sobre la batalla a vida o muerte que se libraba en la plaza de Tiananmen.

Me abrí camino por entre el gentío, pasando por entre las hileras de carteles.

Al doblar la esquina, alcé la mirada. En la ventana de la esquina del primer piso del Edificio para el Joven Profesorado había luz. En una noche como aquélla, la ventana tenuemente iluminada era como un faro en medio de una tormenta.

– ¡Mira quién está aquí! -exclamó Eimin al abrir la puerta. A juzgar por el tono de su voz, mi visita era una agradable sorpresa.

Sonreí y entré en su diminuto mundo. El escritorio estaba lleno de libros y papeles. «¿Cómo puede seguir escribiendo su libro mientras debajo de su ventana el mundo está patas arriba?», me maravillé. Pero decidí no preguntar, estaba demasiado trastornada. «¿Quién soy yo para juzgar a nadie?», pensé, y de nuevo mi mente regresó con Lan y Dong Yi.

Me acerqué al escritorio, dejando a Eimin de pie a mis espaldas, sonriendo. Me incliné para mirar por la ventana la silueta del gran álamo temblón contra el cielo oscuro y despejado. Pensé que debía de estar preguntándose por qué había ido a verle de pronto a aquellas horas de la noche, pero yo no dije nada. En aquel momento no me preocupaba gran cosa lo que él pensara.

Eimin apoyó la mano derecha en mi hombro. No me moví, seguí mirando fijamente por la ventana. Se acercó más y me puso la mano izquierda en la cintura. La derecha había avanzado por debajo de mi cabello y empezó a acariciarme el cuello lentamente. La mano izquierda trazaba círculos sobre mi estómago, giraba, daba vueltas, despertando mis sentidos. Luego me atrajo hacia sí y empezó a besarme el cuello y el diminuto pero sensible punto detrás de la oreja.

Seguí sin moverme. Cerré los ojos y dejé que sus manos y sus labios actuaran sobre mí. Mi respiración se hizo tan agitada como la suya, me di la vuelta y empecé a devolverle los besos. Eimin apagó la luz y me guió hasta su cama.

Los grandes ojos castaños de Lan habían desaparecido.

No veía nada más que oscuridad.