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La señora Qing ya se había dado media vuelta y se alejaba. Lo que había quedado de los platos de marisco fue retirado para hacer sitio a un gran pato tomatero trinchado y vuelto a componer sobre un lecho de col china. El tío Chen cogió una tortita fina como el papel y le puso encima salsa de trigo dulce, dos trozos de la mejor carne de pato y unas briznas de cebolleta. Hizo con ello un rollito para Mei.

– Gracias, pero estoy llena -dijo Mei, contemplando el gesto más amable que alguien había tenido con ella en todo el día.

– Hay que comer. La comida es uno de los grandes placeres de la vida -insistió el tío Chen, empujando el plato hacia ella.

Mei sonrió y tomó un bocado. Observó que el tío Chen no había probado el pato.

– ¿Quién era? -le preguntó, señalando con la barbilla a la mesa de la señora Qing.

– Oh, una conocida mía de los tiempos de la universidad -dijo el tío Chen-. Iba un año por detrás de mí; ¡pero mira a qué se dedica ahora! -le pasó la tarjeta de visita.

Sra. Yun Qing, Presidenta, Jeep Pekín, Empresa asociada con Chrysler.

– Mei, déjame decirte una cosa. Haces bien en montar tu propia empresa. Ahora es el momento de hacerlo, de tomar las riendas de tu propia vida. No esperes a que sea demasiado tarde.

– ¿Demasiado tarde?

– Mírame a mí. He seguido siempre las directrices del Partido, he cumplido con mi deber y he esperado toda mi vida a que me tomaran en consideración. El año que viene cumplo sesenta y pronto me jubilaré. ¿Qué he conseguido? Quedarme atascado en la tierra de la desesperanza. Ya es tarde.

Mei nunca había visto al tío Chen tan descontento. Pensó que quizás había bebido demasiado.

Volvió a mirar a la multitud que comía, bebía y conversaba. Fuera explotaban los petardos. Mei se sintió atrapada, como si ella y todos los que la rodeaban estuvieran encerrados dentro de una ciudad sitiada. Los que estaban fuera querían entrar, y los que estaban dentro querían salir.