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– La tía Jiang exagera -dijo Mei, respuesta tomada directamente del manual de etiqueta. Al fin y al cabo, ella no estaba totalmente sin pulir.

– No entiendo cómo puedes seguir soltera -dijo la señora Jiang, y casi sonaba enfadada-. Niña mía, a veces una puede ponerse el listón demasiado alto. Si tú quieres, una palabra a la tía Jiang y te encontraré un agradable marido en Vancouver.

El señor Jiang interrumpió a su mujer:

– Deja de pinchar a la niña con eso. Todo el tiempo estás con lo mismo. Déjala vivir su propia vida -se volvió hacia Mei y le preguntó-: He oído que has dejado el Ministerio de Seguridad Pública. ¿Qué vas a hacer?

– Voy a ser detective privada -respondió Mei. Notó con sorpresa que la voz le menguaba. Ella creía que había ido a la boda con la cabeza bien alta. Creía que estaría orgullosa de su nueva vida. En lugar de eso, se avergonzaba.

– ¿De verdad? -gritó la hermana de Lining-. ¡Qué emocionante! ¿Eres la primera sabuesa de Pekín? ¿Tienes casos de asesinato?

Mei iba a responder negativamente a ambas preguntas cuando un tipo grande con traje oscuro y una corbata de cuero marrón de moda brotó de no se sabe dónde.

– ¡Enhorabuena! -gritó.

– Ah, señor Hu. ¡Feliz encuentro! -el hermano de Lining le saludó del mismo modo. Explicó a su padre-: El señor Hu es el presidente del Partido en la Segunda Fábrica de Petardos y Pólvora de Pekín.

– ¿Les gustan los petardos? -preguntó el hombre del Partido, que aparentemente no necesitaba respuesta para seguir adelante-. Son los mejores que tenemos, los muy malditos. Le dije a Lining: no te preocupes, déjamelo a mí. Tengo otro camión lleno en el aparcamiento.

– ¿No es peligroso eso? -preguntó el señor Jiang.

– ¿A qué se refiere?

– Pues a dejar un camión de explosivos fuera en un día de sol tan seco.

– No hay problema, tengo a dos chicos sentados encima -dijo el señor Hu con despreocupación.

Mei aprovechó la ocasión para escabullirse. En cuanto se hubo sentado, un joven y solemne pianista de frac tocó la primera nota de la marcha nupcial. El novio y su padrino emergieron de detrás del cartel gigante de «doble felicidad». Poco a poco las damas de honor, ángeles vestidos de rosa, bajaron por la alfombra roja. Tras ellas, del brazo del teniente de alcalde de Pekín, Lu parecía una diosa viajera deslizándose sobre nubes blancas.

La novia y el novio hacían muy buena pareja, pese a la diferencia de edad de quince años. Lining era de estatura media y estaba en forma. Tenía el aire seguro de un hombre extremadamente triunfador. Parecía mucho más joven de lo que era. Por otro lado, Lu era más elegante y sofisticada que la media de las mujeres de veintiséis años. Y en cuanto a la personalidad de cada uno, Mei pensaba que tenían mucho en común.

Se acordó de cuando Lu conoció a Lining. Había dicho que no le gustaba: era demasiado mayor, estaba divorciado, era arrogante. Era un hombre que tenía a demasiadas chicas a sus pies, acostumbrado a conseguir todo lo que quería. Mei se preguntaba si Lu de verdad pensaba así o si lo decía para hacer que Lining la persiguiera todavía más.

Después de la ceremonia de boda a la occidental, los novios fueron a cambiarse. La estrella del pop Tian Tian saltó al escenario, meneando las caderas y cantando sus últimos éxitos. Hablaban todos de amor y entrega. Jovencitas de ojos húmedos caían en desmayado éxtasis. Mei acompañó tarareando la música. Estaba contenta, lo estaba pasando bien en la fiesta y, como todos los demás, estaba impresionada por tanta distinción.

Veinte minutos después, Tian Tian rindió el estrado a la señora regordeta del traje rosa. El novio llevaba ahora una larga túnica de seda de un azul profundo con bordados de oro. La novia llevaba un rojo vestido de novia chino y una esclavina adornada con piedras preciosas.

– ¡Inclinaos ante el Cielo! -gritó la dientes de tiburón, con voz inesperadamente potente. La novia y el novio se inclinaron mirando hacia el norte, donde estaba el cartel de «doble felicidad»-. ¡Inclinaos ante la Tierra! -Se volvieron y se inclinaron mirando hacia el sur-. ¡Inclinaos ante los padres! -Hicieron lo que se les decía-. ¡Marido y mujer, inclinaos el uno ante el otro!

El novio levantó el velo rojo de la novia.

La multitud bramó:

– ¡Que coman ciruelas secas, que coman cacahuetes! -gritaban.

Lu se sonrojó como una dulce joven de dieciocho años. Los invitados volvieron a gritar:

–  ¡Zao sheng zi! ¡Ciruelas secas y cacahuetes! -que simbolizaban el deseo de los invitados de que los recién casados fueran bendecidos muy pronto con hijos.

Fuera volvió a explotar una batería de petardos.

Por segunda vez, la pareja se ausentó para cambiarse.

El majestuoso piano fue empujado de nuevo al estrado. Garbosas camareras de ceñidos qipao condujeron a los invitados escaleras arriba hasta sus mesas. La directora y los encargados de patio gritaban. Jóvenes ayudantes iban y venían apilando las sillas y llevándoselas de allí. Trajeron dos grandes mesas de palo de rosa. En una de ellas se había colocado un gran cuenco de cristal lleno de sobres rojos repletos de dinero; en la otra, una variedad de regalos de diversos colores, formas y tamaños.

Se encendieron cigarrillos, cuyo humo se elevaba y llenaba la sala. Cuando todos estuvieron sentados, se sirvió el banquete: un espléndido despliegue de entremeses fríos, sopa de nido de golondrina, caballito de mar en adobo, medusa, carne de cangrejo servida en cocos, pescados trinchados en forma de ardilla, marisco picante y verduras verde jade.

El tío Chen se inclinó hacia delante y le dijo a Mamá:

– Qué estupenda comida, y también qué bonita boda.

– Ha resultado agradable, ¿verdad? -se iluminó Mamá-. Ha venido mucha gente a hacer los honores: el teniente de alcalde y todos los altos cargos, tu familia, la familia de Lining que ha venido de Canadá… Lu lo ha hecho bien.

– Se dice que más vale suerte que talento. Lu es una chica excepcional: guapa, inteligente y triunfadora por sí misma. Pero también es afortunada por haber hecho tan buena boda -el tío Chen sonrió con picardía.

Mamá también sonreía, ampliamente.

– ¡Brindemos por la suerte de Lu y de la vieja Ling! -el tío Chen se levantó y alzó su aguardiente de arroz.

– ¡Suerte! -gritaron todos los de su mesa, alzando los vasos.

– Suerte, suerte -Mamá se inclinó con una amplia sonrisa y vació su chupito de aguardiente.

El tío Chen volvió a sentarse.

– Tienes que estar muy orgullosa de ella -se rió-. Ahora ya puedes sentarte a disfrutar de tu buena suerte.

– Ojalá pudiera -suspiró Mamá-. Lo que quiero decir hoy es que Lu nunca me ha dado una preocupación. Siempre ha sido una niña lista, buena con la gente. Nuestros antepasados decían que en la vida hay dos objetivos: formar una familia y hacer carrera. Ella ya ha hecho las dos cosas.

El tío Chen asintió con aprobación. Habían traído langosta fría cortada en tiras, y estaba demasiado ocupado comiendo para hablar.

Mei decidió ignorar a Mamá, aunque entendía que su madre estaba hablando para ella. Mei no tenía interés en hacer guanxi. Creía en sí misma. Creía que triunfaría en la medida de su propia capacidad.

Los recién casados volvieron a aparecer. Lu se había puesto un traje de pantalón blanco y llevaba el pelo recogido atrás en un moño, luciendo un par de chispeantes zarcillos de brillantes. Desfilaba con su nuevo marido, vestido ahora con un elegante traje oscuro, brindando con los huéspedes distinguidos. Lu, que normalmente bebía poco, andaba por el estrado con una copa de champán en la mano. Lining la seguía feliz con un vaso de explosivo aguardiente chino de arroz. Mei sabía que después de esa ronda Lu volvería a cambiar de atuendo antes de continuar su recorrido escaleras arriba, presentando sus respetos a todos los invitados.

– ¿Estás bien? -al parecer el tío Chen había advertido la cara larga de Mei.

Ella se encogió de hombros y trató de sonreír.

– Muy bien.

– No debe de ser fácil ser la hermana mayor soltera -dijo el tío Chen.

Por todas partes, Mei oía a la gente hablar alto, reírse, cantar y beber y el entrechocar de cuencos, palillos y fuentes. Había rostros sudorosos, humo de tabaco y olor a aguardiente de arroz. Algunos ojos la miraban con mirada inquisitiva; sonreían, y asentían con aire entendido.

– No dejes que eso te inquiete -oyó Mei que decía el tío Chen.

– Estoy bien. En realidad no me importa -mintió.

– No puedes impedir que la gente hable. Hay gente que se alimenta de eso: murmuran y juzgan a otros para poder sentirse superiores. Pero te diré una cosa -susurró el tío Chen-: tú siempre has sido mi preferida. No estoy diciendo que no me guste Lu, pero de ti pienso que eres distinta. Eres valiente. No persigues las cosas como todos los demás. Lu ahora está feliz, pero ¿por cuánto tiempo? Pronto habrá otra cosa que quiera, y luego otra.

– Bueno, por lo menos ya está casada -Mei frunció el ceño.

El tío Chen le dio palmaditas en el hombro:

– Tú también lo estarás.

En ese momento, una mujer espigada y bien vestida de unos cincuenta años se acercó a ellos tanteando, agachando la cabeza para ver mejor al tío Chen.

– ¡Viejo Chen, ya me parecía que eras tú! -le señaló de inmediato con la mano derecha-. Estaba ahí sentada y he pensado: ese hombre se parece un montón a Chen Jitian.

El tío Chen contempló primero el rostro redondo de la mujer y luego su pequeña mano blanca, con la boca entreabierta como si esperara que las palabras le brotaran de las entrañas. Intentó levantarse. Con una violenta sacudida, la silla se le cayó encima, haciéndole dar con la panza en el borde de la mesa. Pero se recompuso para coger la mano de ella con una sonrisa en los ojos.

– Xiao Qing, qué sorpresa. ¿Cómo estás? ¿Cuánto tiempo hacía que no nos veíamos?

– Desde el trigésimo aniversario de nuestra universidad, en 1984. ¿Qué tal te va? ¿Sigues trabajando en la Agencia de Prensa Xinhua?

La señora Qing era de la misma estatura que el tío Chen pero, en contraste con su gordura y la línea recesiva de su frente, ella era delgada y lucía una moderna permanente.

– Sí, lo mismo de siempre -el tío Chen seguía sonriendo.

– Muy bien. Llámame la semana que viene y nos vemos -la señora Qing le tendió una tarjeta de visita. Los recién casados habían llegado a su mesa. Tenía que ir.

– Eso está hecho -el tío Chen sacudió la cabeza como un gallo.