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Ella había mantenido la mirada al frente, los brazos cruzados, hasta que Jack volvió al coche y se marcharon. Por el espejo lateral había visto la pequeña figura mientras se alejaban. Parecía mucho más pequeño de lo que recordaba, casi diminuto. En la memoria, su padre siempre sería un monolito enorme que encarnaba todo lo que ella odiaba y temía en el mundo, que llenaba todo el espacio a su alrededor y le quitaba la respiración con su tamaño sobrecogedor. Aquella criatura era una ficción, pero se negaba a reconocerlo. Pero si bien no había querido tratar nunca más con aquella imagen, fue incapaz de desviar la mirada. Durante más de un minuto, a medida que el coche aceleraba, mantuvo los ojos en el reflejo del hombre que le había dado la vida para después quitársela junto con la de la madre con una finalidad brutal.

A medida que el coche se alejaba, él había continuado mirándola, con una mezcla de tristeza y resignación en las facciones que la sorprendió. Pero Kate la racionalizó, la atribuyó a otra de sus tretas para hacerle sentirse culpable. Ninguna de sus acciones merecía una calificación benigna. Era un ladrón. No tenía ningún respeto a la ley. Un bárbaro en una sociedad civilizada. En él no existía la sinceridad. Entonces doblaron en la siguiente esquina y la imagen desapareció bruscamente, como si hubiesen dado un tirón a un hilo imaginario que la sujetaba.

Kate aparcó en el camino de entrada. La casa estaba a oscuras. El reflejo de los faros en el maletero de un coche aparcado delante le molestaba en los ojos. Apagó las luces, respiró hondo para calmar los nervios y abandonó el coche.

La nevada había sido escasa, y los pocos restos que quedaban crujieron bajo sus pies mientras avanzaba hacia la puerta. La temperatura prometía heladas durante la noche. Apoyó una mano en el costado del coche para no perder el equilibrio mientras caminaba. Aunque no esperaba encontrar al padre en casa, ella se había peinado con esmero, se había puesto uno de los trajes que sólo usaba en los juicios e incluso se había maquillado un poco más de lo habitual. A su manera, ella había triunfado, y si se daba la ocasión de verse las caras, deseaba demostrarle que, a pesar del abandono paterno, además de sobrevivir había prosperado.

La llave seguía en el mismo lugar donde Jack le había dicho que la encontraría hacía ya muchos años. Resultaba irónico que un ladrón consumado dejara su propiedad tan accesible. Abrió la puerta y entró despacio, sin advertir la aparición de un coche que se detuvo al otro lado de la calle o fijarse en el conductor que la miraba atentamente y que ya había escrito el número de su matrícula.

La casa tenía el olor a moho típico de un lugar abandonado hacía tiempo. En ocasiones, ella se había imaginado cómo sería la casa por dentro. Había imaginado un lugar limpio y ordenado y no estada desencaminada.

Se sentó en una silla de la sala a oscuras, sin darse cuenta de que era la favorita de su padre e ignorante de que Luther había hecho lo mismo cuando había visitado su apartamento.

La foto estaba sobre la repisa de la chimenea. Tendría unos treinta años. Kate, en los brazos de su madre, abrigada de pies a cabeza, sólo unos cabellos negros visibles debajo del casquete rosa; había nacido con mucho pelo. Su padre, el rostro sereno y con sombrero, estaba junto a la madre y la hija; la mano musculosa acariciaba los dedos de Kate.

La madre de Kate había conservado aquella foto sobre el tocador hasta que murió. Kate la había tirado el día del funeral, mientras maldecía la intimidad entre padre e hija que reflejaba la imagen. La había tirado inmediatamente después de que el padre se presentara en la casa donde ella le había atacado con una furia que se había hecho cada vez más descontrolada a medida que él no respondía, no contraatacaba, sino que se limitaba a aceptar los improperios. Y cuanto más callado había estado él, más furiosa se había puesto ella hasta abofetearlo, con las dos manos, hasta que intervinieron otros y la apartaron. Y sólo entonces su padre se había puesto el sombrero, había dejado sobre la mesa las flores que había traído y, con el rostro inflamado por las bofetadas y los ojos llenos de lágrimas, se había marchado, cerrando la puerta con mucha discreción.

Ahora, sentada en la silla del padre, Kate pensó que también él había sufrido aquel día. Había sufrido por una mujer a la que aparentemente había amado durante buena parte de su vida y que desde luego le había querido. Sintió un nudo en la garganta y se apresuró a contenerlo con la presión de los dedos.

Se levantó para recorrer la casa. Espiaba en las habitaciones y se apartaba, cada vez más nerviosa a medida que se adentraba en los dominios de su padre. La puerta del dormitorio estaba entreabierta, y por fin se decidió a abrirla del todo. Al entrar se arriesgó a encender la luz, y mientras sus ojos se acomodaban al cambio se fijó en la mesa de noche. Se acercó y acabó por sentarse en la cama.

La colección de fotos era, en esencia, un pequeño relicario dedicado a ella. Desde el nacimiento en adelante, allí estaba recapitulada toda su vida. Cada noche cuando su padre se iba a dormir ella era lo último que veía. Pero lo que le sorprendió más fueron las fotos de mayor. Las de su graduación en el instituto y en la facultad de Derecho. Desde luego su padre no había sido invitado a ninguno de estos acontecimientos, pero allí estaban registrados. Ninguna de las fotos era estática. Aparecía caminando, saludando a alguien o sola sin darse cuenta de la presencia de la cámara. Miró la última foto. Bajaba las escaleras del palacio de justicia de Alexandria. Su primer día en los tribunales, comida por los nervios. Un caso de hurto, una nimiedad para el tribunal general del distrito, pero la sonrisa en su rostro proclamaba la victoria total.

Se preguntó cómo era que no le había visto. Y entonces pensó que quizá sí se había dado cuenta de su presencia pero se había negado a admitirlo

La reacción inmediata fue de enojo. Su padre la había estado espiando todos estos años. En todos los momentos especiales de su vida. Los había violado. La había violado con su presencia furtiva.

La segunda reacción fue más sutil. Y al tomar conciencia de la misma se levantó de un salto y corrió hacia la puerta.

Ese fue el momento en que topó con el gigante.

– Le ofrezco disculpas una vez más, señora. No pretendía asustarla.

– ¿Asustarme? Casi me da un síncope. -Kate se sentó en el borde de la cama. Intentó dominar los nervios, controlar los temblores, pero el frío en la habitación no ayudaba.

– Perdone, pero ¿por qué el servicio secreto está interesado en mi padre?

Miró a Bill Burton con algo parecido al miedo en los ojos. Al menos él lo interpretó como miedo. La había observado en el dormitorio mientras intentaba hacer una rápida valoración de los motivos, de los propósitos a partir de los sutiles movimientos corporales. Una habilidad desarrollada a lo largo de años de observar multitudes en busca de una o dos personas que pudieran representar un peligro auténtico. La conclusión: padre e hija distanciados. Por fin ella había venido a buscarlo. Las cosas comenzaban a aclararse, y quizá de una forma muy favorable para él.

– No estamos muy seguros, señora Whitney. Pero la policía del condado de Middleton lo tiene clarísimo.

– ¿Middleton?

– Sí, señora. Sin duda está enterada del asesinato de Christine Sullivan. -No agregó nada más a la espera de una reacción. Recibió la esperada. La incredulidad más total.

– ¿Piensa que mi padre está mezclado en ese asunto? -Era una pregunta legítima, y no formulada a la defensiva. Burton la consideró importante y también favorable al plan que había comenzado a elaborar en cuanto la vio.

– Es lo que piensa el detective a cargo del caso. Al parecer su padre, como miembro de un equipo de limpiadores de alfombras, y con un nombre falso, estuvo en la casa de los Sullivan poco antes del asesinato.

Kate contuvo la respiración. ¿Su padre limpiando alfombras? Desde luego, había estado recogiendo información como había hecho muchas veces antes. Nada había cambiado. Pero ¿asesinato?

– No puedo creer que haya matado a esa mujer.

– De acuerdo, pero considera posible que intentara robar aquella casa, ¿no es así, señora Whitney? Me refiero a que no es la primera vez ni la segunda.

Kate se miró las manos. Después sacudió la cabeza.

– La gente cambia, señora. No sé lo unidos que estaban ustedes en los últimos tiempos -Burton no pasó por alto el estremecimiento en el rostro de la muchacha-, pero las pruebas sugieren que estuvo involucrado. Y la mujer está muerta. Usted ha conseguido condenas con menos pruebas.

– ¿Cómo sabe quién soy? -Kate le miró con suspicacia.

– Veo a una mujer que se cuela en la casa de un hombre buscado por la policía y hago lo que hace cualquier agente de la ley, paso el número de matrícula por el ordenador. Su reputación la precede, señora Whitney. La policía del estado la pone por las nubes.

– No está aquí. -Kate miró la habitación-. Por lo que parece lleva tiempo sin venir.

– Sí, señora, lo sé. Por alguna casualidad no sabe dónde está, ¿verdad? ¿Ha intentado ponerse en contacto con usted?

Kate pensó en Jack y su visitante nocturno.

– No. -La respuesta fue demasiado rápida para el gusto de Burton.

– Le convendría entregarse voluntariamente, señora Whitney. Si se encuentra con uno de esos polis a los que les gusta apretar el gatillo… -El agente enarcó las cejas en un gesto muy expresivo.

– No sé dónde está, señor Burton. Mi padre y yo… llevábamos distanciados… mucho tiempo.

– Pero ahora está aquí y sabía dónde guardaba una llave auxiliar.

– Esta es la primera vez que pongo los pies en esta casa -replicó Kate, con la voz un poco más aguda.

Burton observó la expresión y comprendió que decía la verdad. El desconocimiento de la casa era una prueba de la afirmación y también de que estaban distanciados.

– ¿Tiene manera de ponerse en contacto con él?

– ¿Por qué? No quiero verme involucrada en esto, señor Burton. -Bueno, creo que, hasta cierto punto, ya lo está. Le convendría colaborar.

Kate se levantó y cogió el bolso.

– Escuche, agente Burton, no me venga con faroles. Llevo muchos años en este negocio. Si la policía quiere perder su tiempo interrogándome, figuro en la guía telefónica. En las páginas de abogados de la mancomunidad. Hasta la vista.

Caminó hacia la puerta.

– ¿Señora Whitney?

Ella dio media vuelta, preparada para la discusión. Perteneciera o no al servicio secreto no pensaba aguantar más tonterías de este tipo.