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– Usted no entiende nada, ¿verdad? -exclamó Russell que se levantó como si le hubiese explotado un petardo debajo del culo.

– Hay algo que tengo muy claro -respondió Burton sin perder la calma-. Estamos a punto de caernos al precipicio y ni siquiera se ve el fondo. Si quiere saber la verdad, me importa una mierda con quien se acuesta. No es por eso por lo que estoy aquí.

Russell volvió a sentarse y se obligó a beber el café. Ya no tenía el estómago tan revuelto. Burton se inclinó sobre la mesa y le cogió del brazo con toda la suavidad posible.

– Mire, señora. No voy a quedarme sentado aquí y meterle el rollo de que he venido porque me parece la mejor persona del mundo y quiero sacarla de este embrollo, y no hace falta que usted simule que me aprecia. Pero tal como yo lo veo, nos guste o no, estamos juntos en esto. Y la única manera de salir bien librados es trabajar en equipo. Este es el trato que le ofrezco. -Burton se echó hacia atrás sin dejar de mirarla.

Russell dejó la taza de café y se secó los labios con la servilleta.

– De acuerdo.

Burton volvió a inclinarse sobre la mesa.

– Sólo para dejar las cosas bien claras. El abrecartas todavía tiene las huellas dactilares del presidente y Christine Sullivan. Y la sangre de los dos. ¿Correcto?

– Sí.

– Cualquier fiscal daría un ojo de la cara por ese objeto. Tenemos que recuperarlo.

– Lo compraremos. Él quiere venderlo. En la próxima carta nos dirá cuánto quiere.

Burton la sorprendió por segunda vez. Puso un sobre en la mesa.

– El tipo es listo, pero en algún momento tendrá que decirnos dónde se hará la entrega.

Russell abrió el sobre, sacó la carta y la leyó. Estaba escrita en letra de imprenta como la anterior. El mensaje era breve:

Coordenadas llegarán pronto. Recomiendo avancen pasos para respaldo financiero. Para ese pago sugiero mitad siete cifras. Analizar bien consecuencias de cualquier fallo. Responder vía personales Post si interesados.

– Tiene un estilo bastante curioso, ¿verdad? Sucinto pero da en el clavo.

Burton sirvió más café. Después sacó otra de las fotos que Russell ansiaba recuperar con auténtica desesperación.

– Sabe cómo provocar, ¿no es así, señora Russell?

– Al menos da la impresión de estar dispuesto a negociar. -Estamos hablando de mucho dinero. ¿Está preparada para eso? -Deje eso de mi cuenta, Burton. El dinero no es un problema. -Recuperaba la arrogancia justo a tiempo.

– Supongo que no -asintió Burton-. Por cierto, ¿por qué diablos no dejó que Collin limpiara el abrecartas?

– No tengo por qué responder a eso.

– No, en realidad no, madam Presidenta.

Russell y Burton intercambiaron una sonrisa. Quizás ella se había equivocado. Burton era un grano en el culo, pero también era listo y precavido. Ahora comprendió que necesitaba esas cualidades más que la galante ingenuidad de Collin, incluso si iba acompañada de un cuerpo joven y vigoroso.

– Hay una pieza más del rompecabezas, jefa.

– ¿Cuál es?

– Cuando llegue el momento de matar a este tipo, ¿se pondrá remilgada conmigo?

Russell se ahogó con el café y Burton tuvo que palmearle la espalda hasta que ella volvió a respirar con normalidad.

– Supongo que eso responde a mi pregunta.

– ¿De qué diablos habla, Burton? ¿Matarlo?

– Sigue sin comprender lo que está pasando, ¿no? Pensaba que usted era una profesional brillante y astuta. Al parecer las torres de marfil ya no son lo que eran. O quizá necesita una pequeña dosis de sentido común. Deje que se lo explique de una forma bien sencilla. Ese tipo vio al presidente intentando matar a Christine Sullivan, a Sullivan intentando devolverle el favor, y a mí y a Collin haciendo nuestro trabajo liquidándola antes de que el presidente acabara ensartado como un pollo en el asador. ¡Un testigo ocular! Recuerde el término. Antes de que yo me enterara de la pequeña prueba que usted dejó atrás, pensaba que ya nos habían jodido. El tipo se las apaña para filtrar la historia y la bola comienza a rodar. Hay algunas cosas que no se pueden explicar, ¿verdad?

»Pero no ocurre nada -prosiguió Burton-, y yo supongo que estamos de suerte y el tipo tiene demasiado miedo como para dar la cara. Ahora descubro esta mierda del chantaje y me pregunto qué significa.

Burton miró a Russell para que le diera una respuesta.

– Significa que quiere dinero a cambio del abrecartas. Es su billete de lotería. ¿Qué otra cosa puede significar, Burton?

– No, significa que ese tipo se cachondea de nosotros -replicó el agente-. Nos viene con jueguecitos. Significa que tenemos a un testigo ocular en alguna parte que cada vez es más atrevido, más aventurero. Además, sólo un profesional de verdad pudo abrir la caja fuerte de Sullivan. Así que no es de los que se asustan por nada.

– ¿Y? Si conseguimos recuperar el abrecartas allá películas. -Russell comenzaba a vislumbrar dónde quería ir a parar Burton, pero todavía no lo tenía claro.

– Si no se queda con las fotos, que pueden acabar en la primera plana del Post cualquier día de estos. Una foto ampliada de la palma del presidente en un abrecartas sacado del dormitorio de Christine Sullivan en la página uno. Material de primera para una serie de artículos muy interesantes. Base suficiente para que los periódicos comiencen a investigar. Incluso el más insignificante rumor de una relación entre el presidente y el asesinato de Sullivan, y esto se acabó. Desde luego diremos que el tipo está majara y que la foto es un montaje, y quizá nos salga bien. Pero que una de esas fotos aparezca en el Post me preocupa mucho menos que nuestro otro problema.

– ¿Qué es? -Russell se sentó en el filo de la silla, la voz baja, casi ronca, como si intuyera algo muy terrible.

– Parece haber olvidado que este tipo vio todo lo que hicimos aquella noche. Todo. Cómo íbamos vestidos. Los nombres de todos. Cómo limpiamos el lugar, algo que estoy seguro todavía trae de cabeza a los polis. Él puede decirles cuándo llegamos y cuándo nos fuimos. Él puede decirles que busquen en el brazo del presidente las huellas de una herida de arma blanca. Él puede decirles cómo sacamos una bala de la pared y dónde estábamos cuando disparamos. Él puede decirle todo lo que quieren saber. Y cuando lo haga, primero pensarán que lo sabe todo de la escena del crimen porque estaba allí y es el hombre que apretó el gatillo. Pero después los polis se darán cuenta de que no lo hizo un hombre solo. Se preguntarán cómo sabe todas las otras cosas. Algunas son imposibles de inventar y ellos las verificarán. Investigarán sobre todos aquellos pequeños detalles que no tienen sentido, pero que este tipo puede explicar.

Russell se levantó, fue hasta el bar y se sirvió una copa de whisky.También sirvió otra para Burton. Pensó en lo que el agente había dicho. El hombre lo había visto todo. Incluso a ella y a un presidente borracho perdido haciendo el amor. Intentó borrar la imagen de su cabeza.

– ¿Qué necesidad tiene de aparecer después de cobrar?

– ¿Quién dice que aparecerá? Puede hacerlo a distancia. Morirse de risa mientras va al banco y hunde una presidencia. Caray, puede escribirlo todo y mandarlo por fax a los polis. Tendrán que investigar y quién nos dice que no encontrarán alguna cosa. Si encuentran alguna prueba física en aquel dormitorio, pelos, saliva, semen, lo único que necesitan es un cuerpo para compararla. Antes no tenían ningún motivo para mirar hacia nosotros, pero ahora ¿quién lo sabe? Si piden una prueba del adn de Alan Richmond estamos muertos. Muertos. ¿Y qué más da que el tipo no se presente voluntariamente? -añadió el agente-. El detective que lleva el caso no es ningún tonto. El instinto me dice que, con tiempo, acabará por encontrar al hijo de puta. Y un tipo enfrentado a pasar el resto de su vida en la cárcel o condenado a muerte hablará hasta por los codos. Créame, lo he visto infinidad de veces.

Russell se estremeció. Las palabras de Burton eran lógica pura. El presidente había estado muy seguro. Ninguno de los dos había considerado estas posibilidades.

– Además, no sé usted, pero yo no pienso pasarme el resto de mi vida mirando por encima del hombro a ver cuándo cae el hacha.

– Pero ¿cómo podemos encontrarlo?

A Burton le resultó divertido ver cómo la jefa de gabinete había aceptado sus planes casi sin discusión. Al parecer, el valor de una vida no significaba mucho para esta mujer cuando estaba en juego el propio bienestar. No había esperado menos.

– Antes de saber lo de las cartas, pensaba que no teníamos ninguna oportunidad. Pero si quiere cobrar el dinero del chantaje tendrá que fijar un punto de encuentro. Allí es donde será vulnerable.

– Pero le bastará con pedir una transferencia. Si lo que usted dice es cierto, ese tipo es demasiado listo como para buscar una maleta llena de dinero en un contenedor de basura. Y no sabremos dónde estará el abrecartas hasta mucho después de que se haya ido -rebatió la mujer.

– Quizá sí, quién sabe. Deje que yo me preocupe de ese tema. Lo más urgente ahora es que le dé largas al tipo. Si quiere cerrar el trato en dos días, usted diga cuatro. Lo que escriba en los anuncios personales lo dejo de su cuenta, profesora, pero que parezca sincero. Necesito que me consiga un poco de tiempo. -Burton se levantó. Ella le sujetó del brazo.

– ¿Qué va usted a hacer?

– Cuanto menos sepa mejor. Pero ¿tiene claro que si este asunto revienta nos hundimos todos, incluido el presidente? En este momento no hay nada que yo pueda o quiera hacer por evitarlo. A lo que a mí respecta, los dos se lo merecen.

– No se anda con rodeos.

– No sirve para nada. -Se puso el abrigo-. Por cierto, ¿es consciente de que Richmond le dio a Christine Sullivan una paliza de cuidado? Por el informe de la autopsia parece que intentó retorcerle el cuello como a una gallina.

– Creo que sí. ¿Tiene alguna importancia?

– Usted no tiene hijos, ¿verdad?

Russell sacudió la cabeza.

– Yo tengo cuatro. Dos hijas, no mucho más jóvenes que Christine Sullivan. Como padre, uno piensa en cosas como esas. Seres queridos en manos de algún cretino. Sólo quería advertirle qué clase de sujeto es su jefe. Si alguna vez el tipo se pone cachondo, quizá más le valga pensárselo dos veces.

Burton se fue y Russell se quedó sentada en la sala pensando en su vida destrozada.

Mientras subía al coche, Burton se tomó un momento para encender un cigarrillo. Desde hacía unos días, se dedicaba a repasar los últimos veinte años de su vida. El precio que pagaba por preservarlos se estaba volviendo astronómico. ¿Valía la pena? ¿Estaba dispuesto a pagarlo? Podía ir a la poli. Contarles todo. Desde luego, su carrera se habría acabado. Los polis le acusarían de obstrucción a la justicia, conspiración para cometer asesinato, quizás una acusación de homicidio involuntario por matar a Christine Sullivan y algunas cosillas más. Pero todo sumaría. Incluso si llegaba a un arreglo tendría que cumplir una condena bastante larga. Pero lo soportaría. También estaba dispuesto a soportar el escándalo. Toda la mierda que escribirían en los periódicos. Pasaría a la historia como un criminal. Estaría unido para siempre a la corrupta administración Richmond. Y sin embargo era capaz de soportarlo todo si se daba el caso. Lo que el duro Bill Burton no podría soportar sería la mirada de sus hijos. Nunca volvería a ver en sus ojos el respeto y el amor que le profesaban. Y la absoluta y total confianza en que su papá, este hombre grande como una montaña, era, sin lugar a dudas, uno de los buenos. Esto era algo demasiado duro, incluso para él.