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– Fue a la isla aquella con los Sullivan. Me han dicho que van allí todos los años.

– Pero la señora Sullivan no fue.

– Supongo que no, ya que la asesinaron aquí mientras ellos estaban allá, detective.

Frank casi sonrió. La anciana no era tan tonta comó quería aparentar.

– ¿No tendrá usted ninguna idea sobre por qué la señora Sullivan no fue? ¿Algo que quizá le comentara Wanda?

Edwina volvió a responder que no con la cabeza mientras acariciaba a un gato blanco y plateado que se le había subido a la falda.

– Bueno, gracias por hablar conmigo. Una vez más, lamento lo sucedido a su hija.

– Muchas gracias, yo también lo lamento. Lo lamento mucho.

Se levantó con un gran esfuerzo para acompañarlo hasta la puerta, y en ese instante se le cayó la carta del bolsillo. El corazón se le encogió mientras Frank se agachaba, la recogía sin mirarla y se la alcanzaba.

Ella le observó subir al coche. Se sentó lentamente en la silla junto a la chimenea y abrió la carta.

Estaba escrita con la letra de un hombre que conocía bien: «Yo no lo hice. Pero no me creerías si te dijera quién lo hizo».

Para Edwina Broome era todo lo que necesitaba saber. Luther Whitney era un amigo de toda la vida, y había entrado en aquella casa por Wanda. Si la policía le atrapaba, no sería con su ayuda.

Y lo que su amigo le había pedido que hiciera lo haría. Era la única cosa decente que haría.

Seth Frank y Bill Burton se dieron la mano y se sentaron. Estaban en la oficina de Frank y era muy temprano.

– Le agradezco que me reciba, Seth.

– Es algo poco habitual.

– Muy poco habitual si le interesa mi opinión. -Burton sonrió-.¿Le molesta si fumo?

– En absoluto. Yo también me fumaré uno. -Los hombres sacaron las cajetillas.

Burton quebró en dos la cerilla mientras se reclinaba en la silla.

– Llevo en el servicio secreto mucho tiempo y esta es la primera vez para mí. Pero lo entiendo. El viejo Sullivan es uno de los mejores amigos del presidente. Le ayudó en sus primeros pasos en la política. Un mentor de verdad. Se conocen desde siempre. Entre usted y yo, no creo que el presidente desee que hagamos nada, aparte de dar la impresión de que nos preocupamos. De ninguna manera pretendemos meternos en sus asuntos.

– Tampoco tienen jurisdicción.

– Así es, Seth. Exacto. Diablos, fui policía estatal durante ocho años. Sé cómo funciona una investigación policial. Lo que menos deseas es tener a alguien mirando por encima del hombro.

La desconfianza comenzó a esfumarse de los ojos de Frank. Un ex policía del estado convertido en agente del servicio secreto. Este tipo era un profesional de tomo y lomo. En el libro de Frank no se podía ir más lejos.

– ¿Cuál es su propuesta?

– Veo mi papel como un canal de comunicación con el presidente. Si hay alguna novedad usted llama y yo se lo digo al presidente. Entonces cuando él vea a Walter Sullivan podrá decirle algo sensato sobre el caso. Créame, tampoco es algo para la galería. El presidente tiene un interés especial en el caso. -Burton sonrió para sí mismo.

– ¿Sin interferencias de los federales? ¿Nada de juego sucio?

– Joder, yo no soy del fbi. Este no es un caso federal. Considéreme como el emisario civil de un vip. Nada más allá de una cortesía profesional.

Frank echó una ojeada a la oficina mientras analizaba la situación. Burton siguió la mirada y trató de valorar a Frank con la mayor precisión posible. Burton había conocido a muchos detectives. La mayoría no eran muy brillantes, lo que, unido a una carga de trabajo cada vez mayor, resultaba en pocos arrestos y un promedio de condenas casi cero. Pero había hecho averiguaciones sobre Seth Frank. El tipo era un ex detective de Nueva York con una hoja de servicios llena de condecoraciones. Desde que había venido al condado de Middleton no había dejado de resolver ni un solo asesinato. Ni uno. Era un condado rural, pero un promedio del ciento por ciento no dejaba de ser impresionante. Todos estos datos tranquilizaban a Burton. Porque aunque el presidente le había pedido a Burton que se mantuviera en contacto con la policía para cumplir con su promesa a Sullivan, Burton tenía sus propios motivos para desear un acceso a la investigación.

– Si surge alguna cosa imprevista, quizá no pueda avisarle en el acto.

– Tampoco pido milagros, Seth, sólo un poco de información cuando le venga bien. Eso es todo. -Burton se levantó. Aplastó la colilla en el cenicero-. ¿Trato hecho?

– Haré todo lo posible, Bill.

– No se puede pedir más. ¿Tiene alguna pista?

– Quizá. -Seth Frank encogió los hombros-. Nunca se sabe dónde saltará la liebre. Ya sabe cómo son estas cosas.

– Dígamelo a mí. -Burton se acercó a la puerta-. Por cierto, si necesita cualquier cosa durante la investigación, acceso a bases de datos, evitar algún trámite, y cosas así, avíseme y su solicitud recibirá alta prioridad. Aquí tiene mi número.

– Se lo agradezco, Bill -respondió Frank deferente, mientras cogía la tarjeta.

Dos horas más tarde, Seth Frank cogió el teléfono y no pasó nada. No tenía tono, no había línea con el exterior. Avisaron a la compañía telefónica.

Al cabo de una hora, Seth Frank volvió a coger el teléfono y escuchó el pitido del tono. El sistema estaba arreglado. La caja de teléfonos estaba siempre cerrada, pero incluso si alguien hubiese mirado en el interior, la masa de cables y otros equipos habrían resultado un galimatías para el lego. Además, la policía no se preocupaba mucho de que alguien le pinchara los teléfonos.

Ahora las líneas de comunicación de Bill Burton estaban abiertas, mucho más de lo que Seth Frank hubiese imaginado.