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– Siempre los he admirado. Me refiero a los agentes en general. -Parecía avergonzada-. Sé que algunas veces llega un momento en que se convierten en algo tan cotidiano que la gente se olvida de ustedes. Quiero que sepa que le aprecio.

– Es un gran trabajo. No lo cambiaría por nada. -Él abrió otra cerveza y se sintió mejor. Respiró más tranquilo.

– Me alegra que haya aceptado la invitación. -Ella le sonrió.

– Lo que sea por ayudar, Gloria. -Su nivel de confianza aumentaba con la ingestión de alcohol. Collin acabó la cerveza y ella apuntó con un dedo tembloroso el bar junto a la puerta. Él preparó las bebidas y volvió a sentarse.

– Tengo la sensación de que puedo confiar en usted, Tim.

– Claro que puede.

– Espero que no me interprete mal, pero no me sucede lo mismo con Burton.

– Bill es un gran agente. El mejor.

Ella le tocó el brazo, y no apartó la mano.

– No lo decía en ese sentido. Sé que es bueno. Sólo que a veces no le entiendo. Es difícil de explicar. No sé, es una reacción instintiva.

– Debe confiar en la intuición. Yo lo hago. -Collin la miró. Parecía más joven, mucho más joven, como una muchacha a punto de acabar la facultad y dispuesta a comerse el mundo.

– Mi intuición me dice que usted es alguien en quien puedo confiar, Tim.

– Lo soy. -Acabó la copa.

– ¿Siempre?

Él la observó por un instante; después chocó su copa contra la de ella como si brindara.

– Siempre.

Le pesaban los párpados. Recordó los años de instituto. Después de marcar el tanto que le había dado la victoria a su equipo en el campeonato estatal, Cindy Purket le había mirado así. Con una expresión de entrega total.

Apoyó una mano sobre el muslo de Gloria, y lo acarició. La carne tenía la suavidad precisa para ser muy femenina. Ella no se resistió sino que se acercó un poco más. Collin metió la mano debajo del jersey, siguió el contorno de la barriga firme, rozó apenas la parte inferior de los senos, y apartó la mano. Con el otro brazo le rodeó la cintura, la atrajo hacia él, al tiempo que le sujetaba el trasero y se lo apretaba con fuerza. La mujer suspiró mientras se apoyaba contra el hombro del joven. Él sintió la caricia de los pechos contra el brazo, una masa suave y tibia. Ella apoyó una mano sobre la bragueta y apretó, al tiempo que rozaba sus labios contra los de él. Luego se apartó y le miró bajando y subiendo los párpados lentamente.

Russell dejó la copa sobre la mesa, y sin prisas, de una forma provocativa, se deslizó fuera del jersey. Él se lanzó sobre ella, metió las manos por debajo de las tiras del sujetador hasta que cedió la hebilla y los senos se volcaron contra su rostro. Después le arrancó la última prenda, unas bragas de encaje negro, y ella sonrió cuando las vio volar contra la pared. Entonces Gloria contuvo el aliento cuando él la levantó en brazos sin ningún esfuerzo y la llevó al dormitorio.