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Walter Sullivan observó el rostro, o lo que quedaba de él. La etiqueta oficial del depósito estaba sujeta al dedo gordo del pie destapado. Mientras la comitiva esperaba afuera, él permanecía sentado solo y en silencio con ella. Ya había cumplido con la formalidad de la identificación. La policía se había marchado a actualizar sus archivos, y los periodistas a escribir sus reportajes. En cambio, Walter Sullivan, uno de los hombres más poderosos de su generación, que había hecho dinero de casi todo lo que tocaba desde los catorce años, se encontraba ahora de pronto carente de energía, de toda voluntad.

La prensa se había cebado con él y Christy, después de que su matrimonio se hubiera acabado con la muerte de su primera esposa tras cuarenta y siete años. Pero a punto de cumplir los ochenta años, él sólo había deseado algo joven y vital. Después de tanta muerte, había querido algo que sin ninguna duda le sobreviviera. La desaparición de tantos amigos y seres queridos le había hecho rebasar su capacidad de sufrimiento. Hacerse viejo no era fácil, ni siquiera para los ricos.

Pero Christy Sullivan no le había sobrevivido. Él pensaba hacer algo al respecto. Por suerte, no sabía nada de lo que le esperaba a los restos de su segunda esposa. Era un proceso necesario que no estaba pensado para ofrecer consuelo a la familia de la víctima.

En cuanto Walter Sullivan saliera del depósito, entraría un técnico y se llevaría a la difunta señora Sullivan a la sala de autopsias. Allí la pesarían y medirían la estatura. Le sacarían fotos, primero vestida, y después desnuda. Seguirían las radiografías y la toma de huellas digitales. Realizarían un examen exterior completo para obtener del cuerpo el máximo posible de pruebas y pistas. Extraerían los fluidos y los enviarían a toxicología para hacer los análisis de drogas, alcohol y otras sustancias. Una incisión en Y abriría el cuerpo de hombro a hombro y del pecho a los genitales. Un abismo espantoso incluso para un observador veterano. Cada órgano sería analizado y pesado, los genitales revisados en busca de rastros de intercambio sexual o lesiones. Buscarían el adn en cualquier rastro de semen, sangre o pelo ajeno.

Examinarían la cabeza, marcarían las trayectorias de los proyectiles. A continuación y mediante una sierra harían una incisión intermastoidal en el cráneo a través del cuero cabelludo y hasta el hueso. Luego, cortarían el cuadrante frontal para acceder al cerebro y sacarlo. Recuperarían el proyectil, lo marcarían y lo enviarían a balística.

Terminado el proceso devolverían el cuerpo a Walter Sullivan.

Toxicología analizaría el contenido del estómago y verificaría la presencia de sustancias extrañas en la sangre y la orina.

Redactarían el protocolo, consignando la causa de la muerte, todos los hallazgos importantes, y la opinión oficial del médico forense.

El protocolo de la autopsia, junto con todas las fotos, radiografías, fichas con las huellas dactilares, informes de toxicología y cualquier otra información pertinente seria entregado al detective encargado del caso.

Walter Sullivan se levantó, cubrió los restos de la esposa muerta y se marchó.

Detrás de otro espejo de una sola cara, la mirada del detective siguió los pasos del marido desconsolado mientras salía del depósito. Después, Seth Frank se puso el sombrero y se marchó en silencio.

La sala de conferencias número uno, la más grande de la firma, ocupaba un lugar preferente detrás mismo del área de recepción. Ahora, al otro lado de las gruesas puertas corredizas, acababa de comenzar una reunión de todos los socios.

Jack Graham, aunque todavía no era socio, ocupaba una silla entre Sandy Lord y otro socio mayor. Se trataba de un encuentro informal y Lord había insistido.

Los camareros sirvieron café, bollos y pasteles, y después se retiraron.

Todas las miradas se centraron en Dan Kirksen. Éste bebió un trago de zumo, se secó los labios con la servilleta y se levantó.

– Como ya sin duda sabéis todos, una terrible tragedia se ha abatido sobre uno de nuestros más… -Kirksen espió de reojo a Lord- o mejor dicho, nuestro cliente más importante.

Jack miró a los reunidos alrededor de la mesa de mármol de veinte metros de largo. La mayoría miraba a Kirksen, y los demás se enteraban de los hechos por boca de su vecino. Jack había leído los titulares. No había trabajado en ninguno de los asuntos de Sullivan pero sabía que eran tan grandes que ocupaban los servicios de cuarenta abogados casi a tiempo completo. Era, por amplio margen, el mayor cliente de Patton, Shaw.

– La policía investiga el asunto a fondo. Hasta ahora no se han producido novedades en el caso. -Kirksen hizo una pausa, miró otra vez a Lord, y añadió-: Como se pueden imaginar, es un momento muy angustioso para Walter Sullivan. Para facilitarle las cosas en todo lo posible durante este tiempo, hemos pedido a todos los abogados que presten una atención especial a cualquier asunto de sus empresas y que, si es factible, solucionen de raíz cualquier problema antes que pase a mayores. Además, si bien creemos que sólo se trató de un robo con unas consecuencias muy desafortunadas, y que no tiene ninguna relación con los asuntos empresariales de Walter, es recomendable que todos estemos alertas ante cualquier anormalidad en los tratos que realizamos en representación de Sullivan. Cualquier actividad sospechosa tendrá que ser comunicada inmediatamente a Sandy o a mí mismo.

Algunos de los presentes se volvieron hacia Lord que, como de costumbre, miraba el techo. En el cenicero que tenía delante había tres colillas y al lado, una copa con los restos de un Bloody Mary.

Ron Day, de la sección de derecho internacional, tenía una pregunta. El pelo bien cortado enmarcaba su cara de lechuza, disimulada en parte por las gafas ovaladas.

– ¿No será un asunto terrorista, verdad? Ahora mismo estoy ocupado con la creación de una serie de empresas mixtas en Oriente Medio para la subsidiaria kuwaití de Sullivan, y esa gente actúa según sus propias reglas. ¿Debo preocuparme por mi seguridad personal? Esta noche vuelo a Riad.

Lord movió la cabeza hasta que su mirada se fijó en Day. Algunasveces le sorprendía comprobar lo cortos, para no decir idiotas, que eran muchos de sus socios. Day era un socio de servicio cuyo mayor atributo, y para Lord el único, era hablar siete idiomas y saber besarle el culo a los saudís.

– Yo no me preocuparía, Ron. Si esto es una conspiración internacional, no eres lo bastante importante como para que se fijen en ti, y si han decidido matarte estarás muerto antes de que te des cuenta.

Day se arregló el nudo de la corbata mientras una risa nerviosa celebraba la salida de Lord.

– Gracias por la aclaración, Sandy.

– De nada, Ron.

– Estamos seguros -señaló Kirksen- de que se está haciendo todo lo posible para resolver este siniestro asesinato. Incluso se comenta que el presidente autorizará la creación de un grupo de investigación especial para que intervenga. Como ya sabéis, Walter Sullivan ha servido en numerosos cargos gubernamentales en varias administraciones, y es amigo íntimo del presidente. Creo que podemos dar por hecho que los asesinos serán detenidos muy pronto. -Kirksen se sentó.

Lord miró a los presentes, enarcó las cejas y aplastó el último cigarrillo. En unos instantes se quedó solo.

Seth Frank hizo girar el sillón. Su despacho era un cubículo de metro ochenta por metro ochenta; el sheriff era el único que disponía de un poco más de espacio en el pequeño edificio de la jefatura. El informe del forense estaba sobre la mesa. Eran las siete y media de la mañana y Frank ya se había leído tres veces cada palabra del informe.

Había asistido a la autopsia. Era lo que los detectives debían hacer, por varias razones. Aunque había estado presente en centenares de autopsias, no se acostumbraba a ver tratar a los muertos como los restos de animales en las clases de biología, en los que los alumnos metían los dedos. Ahora no le entraban náuseas, pero por lo general se iba a pasear en coche durante dos o tres horas antes de volver al trabajo.

El informe mecanografiado constaba de varias hojas. Christy Sullivan llevaba muerta al menos setenta y dos horas, quizá más, cuando la encontraron. La hinchazón y las ampollas del cadáver, junto con las bacterias y la acumulación de gases en los órganos, confirmaban el cálculo horario con bastante precisión. Sin embargo, la temperatura del cuarto era muy alta, cosa que había acelerado la putrefacción del cadáver. Este hecho, a su vez, aumentaba las dificultades de asegurar la hora exacta de la muerte. Pero no era inferior a las setenta y dos horas; el médico forense había sido muy firme en ese punto. Además, Frank contaba con otras informaciones que le llevaban a creer que Christine Sullivan había muerto la noche del lunes. Esto coincidía con el margen de tres a cuatro días.

Frank frunció el entrecejo. Un mínimo de tres días representaba que el rastro se había enfriado. Cualquiera con dos dedos de frente podía desaparecer de la faz de la tierra en tres o cuatro días. A esto se añadía el hecho de que Christine Sullivan llevaba muerta algún tiempo y la investigación apenas si había avanzado. No recordaba ningún caso sin una sola pista.

No sabían de la existencia de ningún testigo de los hechos ocurridos en la mansión Sullivan, aparte de la víctima y el asesino. Habían publicado anuncios en los periódicos y colocado cárteles en los bancos y centros comerciales. No se había presentado nadie.

Habían hablado con todos los propietarios de casas en un radio de cinco kilómetros. Todos habían manifestado su asombro, repulsa y miedo. Frank había visto el temor reflejado en el movimiento de una ceja, en los hombros encorvados y en la manera de frotarse las manos. La vigilancia sería más estrecha que nunca en el pequeño condado. Pero todas estas emociones no dieron ninguna información útil. Habían interrogado a fondo al personal de cada casa. Otra vía muerta. Habían entrevistado por teléfono a la servidumbre de los Sullivan, que habían ido a Barbados, sin conseguir nada importante. Además, todos tenían coartadas perfectas, aunque esto no significara un obstáculo insalvable. Frank archivó el dato en su memoria.

Tampoco tenían la película del último día de la vida de Christine Sullivan. La habían asesinado en su casa, a altas horas de la noche. Pero si la habían matado un lunes por la noche, ¿qué había hecho durante el día? Esta información tendría que darles alguna pista.