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– He sacado su abrigo al vestíbulo.

Savard se zafó de su mano, volvió al lavabo y se puso las gafas con mucho cuidado. El chal de terciopelo estaba bastante mojado, pero se lo puso de todos modos, disponiéndolo con mano experta. Kovac la observaba.

– Creía que solo conocía a Mike Fallon de oídas -comentó.

– Y así es. Había hablado con él de Andy, por supuesto.

– En tal caso, su reacción ante el anuncio de su muerte me parece un poco extrema.

– Ya le he dicho que me he mareado -espetó Savard-. El anuncio de la muerte de Mike Fallon no ha tenido mucho que ver, aunque por supuesto, es una tragedia…

– El mundo está lleno de tragedias, según dicen.

– Pues sí.

Una vez satisfecha con su aspecto, Savard pasó junto a Kovac con andar firme para no exteriorizar debilidad alguna, aunque ya era un poco tarde para eso.

Kovac había dejado su abrigo doblado sobre una mesa cubierta de boletines parroquiales. Savard lo cogió y empezó a ponérselo, pero el dolor que sentía en el cuello y la parte superior de la espalda se lo impidió. Kovac la ayudó, acercándose un poco demasiado a ella, acorralándola entre su cuerpo y la mesa.

– Ya lo sé -murmuró el sargento-. Ya sé que se encuentra perfectamente y podría haberlo hecho usted sólita.

Savard se hizo a un lado, pasó junto a él y se dirigió a la salida. El órgano volvía a tocar, y la fragancia entre dulzona y acre del incienso impregnaba el aire.

– No pienso dejarla conducir, teniente -anunció Kovac al alcanzarla-. Si está mareada, sería una locura.

– Estoy bien; ya se me ha pasado.

– La llevaré yo. De todos modos tengo que volver a comisaría.

– Me voy a casa.

– Pues la dejaré allí.

– No le viene de camino.

Kovac le sostuvo la puerta.

– No importa, así tendré ocasión de hacerle un par de preguntas.

– Por el amor de Dios, ¿nunca desiste? -masculló Savard entre dientes.

– Nunca, ya se lo advertí. No hasta que consigo lo que quiero.

Dicho aquello le asió la mano. Savard intentó apartarse con el corazón desbocado y los ojos abiertos de par en par.

– ¿Se puede saber qué hace?

Kovac la observó un instante, leyendo Dios sabía qué en su expresión. Pese a las gafas y el chal, se sentía desnuda ante él.

– Las llaves.

Al oír aquellas palabras, Savard aflojó un ápice la tensión de los dedos, y Kovac cogió el llavero que sujetaba entre ellos. Un error táctico garrafal. No quería que Kovac la llevara a casa. No quería que entrara en su casa. No quería su interés. Estaba acostumbrada a ocupar una posición de poder, pero si bien su rango era superior al del sargento, este la aventajaba en años y experiencia. Saber eso la hacía sentirse inferior, como una niña jugando a ser un personaje importante.

– Si tiene alguna pregunta, suéltela ya -espetó, cruzando los brazos.

Soplaba un viento fuerte y helado; la temperatura había descendido en la hora que habían pasado dentro de la iglesia, y el sol ya había iniciado su declive en el blanco cielo invernal.

– Y después me devolverá las llaves, sargento.

– ¿Le habló Andy Fallon alguna vez de su hermano?

– No.

– ¿Mencionó alguna vez si salía con alguien o si tenía problemas en su vida privada?

– Ya le dije que su vida personal no era asunto mío. ¿Por qué insiste, sargento?

Kovac intentó adoptar una expresión inocente, pero Savard dudaba de que jamás lo hubiera conseguido, ni siquiera de bebé. En su rostro se advertía una madurez y una experiencia que superaba con creces los años que contaba.

– Me pagan por investigar -repuso.

– Por investigar delitos, sargento, y que yo sepa, aquí no se ha producido ningún delito.

– A Mike Fallon le falta media cabeza -explicó Kovac-, y antes de zanjar el asunto quiero cerciorarme de que nadie se la quitó.

Savard se lo quedó mirando a través de las gafas oscuras.

– ¿Por qué cree que alguien mataría a Mike Fallon? El capitán Wyatt dice que se suicidó.

– El capitán Wyatt se ha precipitado, porque la investigación sigue abierta. El cadáver todavía estaba caliente cuando salí de su casa para venir aquí.

– No tiene sentido que alguien asesinara a Mike Fallon -arguyó Savard.

– ¿Y por qué tiene que tener sentido? -replicó Kovac-. Alguien se cabrea, pierde los estribos y ataca. Patapám, asesinato. Alguien guarda rencor a alguien durante mucho tiempo, un día se harta y algo hace saltar la chispa. Patapam, asesinato. Lo veo cada puto día de mi vida, teniente.

– La salud del señor Fallon era precaria, y además acababa de perder a su hijo. Imagino que los indicios que vio en el escenario de la muerte de Mike apuntaban al suicido. ¿No parece más lógico suponer que él mismo apretara el gatillo, en lugar de pensar que alguien lo mató?

– Claro, pero a esa misma conclusión puede llegar un asesino listo -observó Kovac.

– No deben de tener mucho trabajo en Homicidios últimamente -comentó Savard-, si uno de sus mejores detectives puede pasar todo el tiempo que quiera investigando casos inexistentes.

– Cuanto más tiempo paso con personas que conocían a Andy y Mike Fallon, menos convencido estoy de que se trate de casos inexistentes. Usted conocía a Andy y afirma que lo apreciaba. ¿Pretende que deje correr el asunto si considero que existe la posibilidad de que no se ahorcara él solo? ¿Pretende que haga la vista gorda si existe la posibilidad de que Mike no se metiera ese 38 en la boca sin ayuda? ¿Qué clase de policía sería si hiciera eso?

A su espalda, las puertas de la iglesia se abrieron, y por ellas empezaron a salir los deudos, encogidos por el frío y dirigiéndose a toda prisa al aparcamiento. Kovac vio a Steve Pierce con Jocelyn Daring, quien intentaba asir del brazo a su prometido, aunque este se zafaba de ella. A poca distancia los seguían Ace Wyatt y su secuaz. Wyatt parecía inmune al frío, pues caminaba con los hombros erguidos y la mandíbula alta. Al ver a Kovac se acercó a él como un misil láser.

– Sam -lo saludó con voz seria y televisiva-. Tengo entendido que tú encontraste a Mike. Qué tragedia, Dios mío.

– ¿Su muerte o el hecho de que lo encontrara yo?

– Las dos cosas, supongo. Pobre Mike; se vio incapaz de sobrellevar la carga. Creo que se sentía muy culpable por la muerte de Andy, por los problemas que habían quedado sin resolver entre ellos. Es una lástima…

Al ver a Savard la saludó con una inclinación de cabeza.

– Amanda, me alegro de verla a pesar de las circunstancias.

– Capitán.

Pese a las gafas, Kovac comprobó que Savard no miraba a Wyatt, sino más allá.

– Es terrible lo de Mike Fallon -prosiguió la teniente-. Sé que lo apreciaba usted mucho.

– Pobre Mike -suspiró Wyatt con voz ronca antes de hacer una pausa, como si quisiera mostrar su respeto por el difunto, y respirar hondo-. Veo que conoce a Sam.

– Mejor de lo que querría -replicó Savard al tiempo que alargaba la mano y recuperaba las llaves de su coche-. Y ahora, caballeros, si me disculpan…

– Le estaba diciendo a la teniente que me parece extraño que Mike se alterara tanto anoche por el suicidio de Andy, diciendo que era pecado mortal y demás, y que luego volviera a casa y se pegara un tiro en la boca -comentó Kovac, lo cual hizo detenerse a Savard-. No tiene sentido, ¿no te parece?

– ¿Y por qué tiene que tener sentido? -espetó Savard, sarcástica.

– Amanda tiene razón -convino Wyatt-. Mike no estaba en su sano juicio, ¿verdad?

– Apenas hablaba con coherencia cuando lo vi por última vez -asintió Kovac-. ¿Y tú qué dices, Ace? Lo llevaste a casa. ¿En qué estado se encontraba cuando lo dejaste allí?

Gaines miró ostensiblemente el reloj.

– Capitán…

– Lo sé, Gavin -dijo Wyatt con una mueca-. La reunión con los de Relaciones Públicas.

– ¿No vas al entierro? -exclamó Kovac.

Te vas a perder una buena ocasión de foto, pensó, aunque tuvo el suficiente sentido común para callarse la frase.

– Lo han aplazado -informó Gavin-. Algún problema con el equipo.

– Ah, el famoso problema técnico DFJ, o sea, «demasiado frío, joder». Perdone mi lenguaje, teniente -se disculpó con infinita dulzura.

– No creo que tenga usted perdón, sargento Kovac -espetó Savard con sequedad-. Y ahora sí me despido, caballeros.

Alzó la mano a modo de saludo y huyó por el aparcamiento nevado. Kovac la dejó marchar, percibiendo que si intentaba retenerla en presencia de testigos cruzaría una frontera a la que, de todos modos, ya se había acercado demasiado. Sin embargo, se permitió seguirla con la mirada un instante.

– No creerás en serio que Mike fue asesinado -dijo Wyatt.

– Trabajo en Homicidios -le recordó Kovac mientras se ponía el sombrero-, así que creo que todo el mundo es asesinado. Forma parte de mi mentalidad. ¿A qué hora dejaste a Mike en su casa?

– Capitán, si quiere ir a la reunión, yo puedo encargarme de este asunto -interrumpió Gavin.

– ¿También come su comida y le limpia el culo? -preguntó Kovac, granjeándose una mirada gélida del asistente.

– El capitán tiene una reunión muy importante, sargento Kovac -le recordó Gaines mientras se colocaba sutilmente entre él y Wyatt-. Yo acompañé al capitán a casa del señor Fallon, así que puedo responder a sus preguntas tan bien como él.

– No es necesario, Gavin -le aseguró Wyatt-. Sam y yo zanjaremos este asunto mientras vas a buscar el coche.

– Eso, guaperas, ve a poner en marcha el coche -añadió Sam con expresión satisfecha-. Tú y yo podemos quedar más tarde para tomar un café y así me puedes exponer todas las opiniones que quieras, ¿vale? Estarás contento…

A Gaines no le hacía gracia que lo despacharan de esa forma, como se advertía en la expresión gélida de sus ojos azules y en la posición de su mandíbula cuadrada. Sin embargo, acató la orden de Wyatt y se dirigió hacia un Lincoln Continental de color negro.

– Debo reconocer que te has agenciado un perro guardián muy elegante, Ace -comentó Kovac.

– Gavin es mi mano derecha. Es ambicioso, tenaz y extremadamente leal; no habría llegado hasta aquí sin él. Le espera un futuro brillante. A veces muestra un celo excesivo, pero lo mismo podría decirse de ti, Sam. A menos que me haya perdido algo, y no lo creo, no hay nada en la muerte de Mike que haga sospechar que se tratara de un asesinato.

Kovac embutió las manos en los bolsillos del abrigo y suspiró.

– Era uno de los nuestros, Ace. Mike era especial. Por supuesto, es posible que la leyenda fuera más especial que él, más importante, pero aun así… Le debo una investigación concienzuda, ¿me comprendes? Deberías comprenderlo, teniendo en cuenta lo que os une.