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De repente acudieron a su memoria las fotografías del asesinato de Curtis. Furia. Ensañamiento. Un cráneo humano aplastado como una calabaza.

La gente los miraba ahora abiertamente. Cal Springer se levantó y se abrió paso hacia la puerta, rozando casi a Rubel al pasar.

– Vamos, B. O., larguémonos de una vez -instó Rubel.

Por fin, Ogden se volvió hacia él, y la tensión se disipó en un instante. Liska contuvo un suspiro de alivio mientras Rubel la miraba a través de las gafas de espejo.

Sin lugar a dudas, era el más apuesto de los dos, un hombretón de cabello oscuro, mandíbula cuadrada, cuerpo idéntico al del David de Miguel Ángel. Debía de ser el cerebro de la pareja, supuso Liska mientras Rubel conducía a su compañero a la salida, sacando a Ogden del apuro, como aquel día en casa de Fallon.

Los siguió afuera; se dirigían al aparcamiento de la esquina.

– ¡Eh, Rubel! -llamó.

El agente se volvió hacia ella.

– Tengo que hablar con usted a solas. Venga a las oficinas de Investigación Criminal cuando acabe su turno.

El agente no respondió, y su expresión no cambió. Él y Ogden se alejaron, ocupando entre ambos la acera entera.

Si la muerte de Andy Fallon no hubiera sido declarada accidente o suicidio, Ogden habría encabezado la lista de sospechosos. ¿Era idiota por haber aparecido en el escenario del crimen? Tal vez no. Responder al aviso le había brindado una oportunidad inmejorable para esparcir sus huellas por toda la casa de Andy Fallon.

¿Cómo se obliga a un hombre a ahorcarse?

Sintió otro escalofrío. Sabía que no tenía nada que ver con el frío, sino con el hecho de que estaba mirando a otro policía en un intento de averiguar qué tenía de turbio.

La campanilla de la puerta de Cheap Charlie's tintineó.

– Llámame tiquismiquis si quieres, pero creía que no investigábamos casos cerrados -comentó Elwood al salir.

Liska siguió observando a los agentes, que en aquel instante subían a un coche patrulla, Rubel al volante, Ogden junto a él. El coche bajó un tanto cuando se acomodó en su asiento.

– ¿Para quién trabajamos, Elwood?

– ¿En sentido técnico o figurado?

– ¿Para quién trabajamos, Elwood?

Kovac los había educado bien a todos.

– Para la víctima.

– Pues mi jefe no ha prescindido aún de mis servicios -espetó Liska sin atisbo de su sentido del humor habitual.

Elwood lanzó un suspiro.

– Oye, Tinks, para estar tan decidida a ascender, la verdad es que dedicas mucho tiempo a exponerte al fracaso.

– Cierto -convino ella mientras sacaba las llaves del coche del bolsillo del abrigo-. Soy un cúmulo de contradicciones.