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– Le conté que yo no había matado a Curtis y que no me importaba cuántos polis pretendieran hacerme decir lo contrario. Él, Springer, el de uniforme…

– ¿De quién hablas?

– Del que me hizo esto -explicó Verma, señalando el bulto superior de los dos que lucía sobre el puente de la nariz-. Dijo que me había resistido a la autoridad.

– Me disculpo en nombre del departamento -espetó Kovac sin remordimiento alguno-. ¿Sabes cómo se llamaba?

– Era un tipo enorme -recordó Verma-. Yo lo llamaba Semental, lo que no le hizo ninguna gracia, y su compañero lo llamaba B. O., lo que no parecía molestarle -se quejó, agitando una mano con gesto asqueado-. No sé a qué correspondían las siglas. Conseguí leer el nombre de su placa justo antes de que me hiciera perder el conocimiento. Ogden.

– Ogden -repitió Kovac.

La escena acudió a su mente con tal rapidez que fue un golpe casi físico. Steve Pierce forcejeando en el suelo de la cocina de Andy Fallon con una bestia humana. La bestia humana incorporándose a duras penas con la nariz ensangrentada.

Ogden.

– Verma consiguió el trato porque tu gente la cagó -afirmó Chris Logan sin rodeos mientras rebuscaba entre los papeles que cubrían su mesa-. Habla con Cal Springer sobre las pruebas; pregúntale si tiene la más ligera idea de las normas que rigen las órdenes de registro.

– ¿Había algo raro en las pruebas? -preguntó Kovac.

Estaba de pie en la pequeña oficina de Logan, preparado para salir corriendo con el fiscal, que tenía juicio al cabo de cinco minutos.

Logan masculló un juramento entre dientes sin apartar la mirada de los papeles de su mesa y con los brazos en jarras. Era un hombre alto, de constitución atlética, treinta y pocos años y bastante arrogancia. Un tipo duro con título y mal genio.

No obstante, era un buen fiscal, la mano derecha de Ted Sabin, que casi nunca se molestaba en llevar personalmente un caso.

– Todo era raro -repuso por fin.

Empezó a revolver la papelera situada junto a su mesa, sacando papeles arrugados, arrojando a un lado envoltorios de caramelos, bolsas mutiladas de media docena de restaurantes con comida para llevar que llenaban el laberinto de galerías cubiertas hasta el ayuntamiento. Por fin sacó una bola de papel amarillo, la alisó y escudriñó la letra. Al cabo de unos instantes lanzó un suspiro de alivio y volvió los ojos al techo. Guardó el papel en el maletín y se dirigió a la puerta.

Kovac lo siguió sin quedarse atrás.

– Tengo juicio -advirtió Logan mientras se abría paso entre la gente que atestaba el pasillo en el que se alineaban las oficinas de la fiscalía.

– Yo también ando justo de tiempo -aseguró Kovac.

Se preguntó si Savard habría cumplido su amenaza de llamar al teniente. Era demasiado enigmática para poder afirmarlo o negarlo con certeza. Quién sabía cuánto podía tardar Leonard en convocarlo a su despacho para sostener la Gran Conversación.

Entraron en un ascensor vacío y Kovac mostró la placa a las personas que pretendían sumarse a ellos.

– Asunto policial, señores, lo siento -dijo mientras pulsaba el botón de cierre con la mano libre.

Logan había adoptado una expresión ceñuda que, por otra parte, no era nueva en él.

– Todas las pruebas eran circunstanciales -explicó-. Asociación previa, móvil, el modus operandi de Verma… Pero no había testigos que situaran a Verma en o cerca del escenario del crimen, ni tampoco pruebas forenses. Nada de huellas, fibras ni fluidos corporales. Verma se había masturbado en los otros dos escenarios, pero no en el del asesinato de Curtis; no sabemos por qué. Puede que algo lo empujara a marcharse por piernas, o a lo mejor no se le levantó. ¿Quién sabe? Pudo ser cualquier cosa.

– Bueno, ¿y qué hay del reloj? -inquirió Kovac cuando el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, dejando al descubierto un hervidero de actividad humana.

El pasillo que daba a las salas de vistas estaba siempre abarrotado de macarras, chorizos, desgraciados, gentes asustadas, confusas… Todos ellos habían sido citados allí para alimentar el sistema judicial del condado de Hennepin.

– Un agente imbécil aseguró haberlo encontrado sobre la cómoda de Verma, pero el asunto apestaba -espetó Logan, dirigiéndose hacia una de las puertas-. Fue lo mismo que lo de O. J. Simpson y el puto guante ensangrentado. No estábamos dispuestos a admitirlo como prueba, y en vista de las últimas demandas presentadas contra tu departamento, Sabin ni lo intentó siquiera.

– A pesar de que la víctima era policía -señaló Kovac, asqueado.

Logan se encogió de hombros y caminó hacia la mesa de letrados más cercana a la mejor salida de aire de la sala.

– No podíamos ganar el caso. La ciudad no quería otro pleito, así que, ¿qué sentido tenía insistir? Conseguimos que Verma confesara lo de Franz y así nos aseguramos de que acababa entre rejas.

– Por asesinato en segundo grado.

– Además de asalto con intenciones homicidas y robo. No es una sentencia cualquiera, te lo aseguro. Además, mató a Franz con el bate de béisbol de Franz. Arma casual. ¿Cómo podíamos alegar premeditación?

– ¿Alguien se planteó alguna vez que Verma podía no haberse cargado a Curtis? ¿Que quizá lo estaban intentando joder?

– Circuló el rumor de que Curtis había sufrido el acoso de algunos agentes por el hecho de ser homosexual, pero la cosa no apuntaba al asesinato, y todas las pruebas circunstanciales apuntaban a Verma.

Kovac suspiró y miró en derredor. El alguacil bromeaba con el secretario. La abogada defensora, una mujer achaparrada de desaliñado moño gris y enormes gafas de montura transparente, dejó su supermaletín sobre la mesa y se acercó a Logan con una sonrisa torva en el rostro.

– Última oportunidad para hacer un trato, Chris.

– Ni hablar, Phyllis -replicó Chris mientras sacaba de su maletín un expediente más voluminoso que la Biblia -. Guerra sin cuartel contra los obsesos por la pornografía infantil.

– Es una pena que los asesinos no te merezcan la misma opinión -comentó Kovac antes de alejarse.

– ¿Por qué fuiste a ver a Verma? -preguntó Liska, robando una patata frita de la cesta de plástico roja en que habían servido la comida de Kovac; llegaba tarde, de modo que Kovac había pedido sin ella-. Maldito embustero de mierda -añadió.

– ¿Lo conoces?

– No -repuso mientras paseaba una segunda patata frita por el ketchup amontonado en el plato de Kovac-, pero todos son unos malditos embusteros de mierda. Es mi generalización del día.

– ¿Quieres comer algo? -sugirió Kovac, llamando por señas a la camarera.

– No, me comeré lo tuyo.

– Y una mierda. Ya me debes unas noventa y dos mil patatas fritas. Nunca pides para ti.

– Es que engordan demasiado.

– ¿Ah, sí? ¿Y engordan menos si las pido yo?

– Exacto -asintió Liska con una sonrisa radiante-. Además, si dejas de fumar engordarás, así que encima te hago un favor. ¿Por qué fuiste a ver a Verma?

Kovac se apartó de la hamburguesa, pues de repente había perdido el apetito. Había elegido Patrick's por inercia, y a decir verdad se arrepentía. Como siempre, el establecimiento estaba abarrotado de policías. Kovac ocupaba un reservado al fondo de la sala y tenía la espalda apoyada contra la esquina. Lo cierto era que se sentía un poco acorralado. No le gustaba lo que le había dicho Verma ni lo que había insinuado Logan. No le hacía gracia saber que si decidía escarbar un poco más en la vida de Andy Fallon, descubriría que casi todos los demás jugadores serían policías, y con toda probabilidad, no todos ellos buenos.

– Porque si Asuntos Internos estaba metido en el asunto Curtis, no sé por qué; Savard no quiso decírmelo -repuso en tono confidencial-. Puede que investigaran el asesinato en sí, como afirma el tipo que te llamó. O puede que investigaran la investigación. Quería averiguar algo más antes de acudir a Springer en busca de respuestas.

– Cal Springer no ve más allá de sus narices -declaró Liska antes de pedir una Coca-Cola a una camarera muy poco entusiasta-. Pero nunca he oído a nadie decir que sea corrupto.

– Es un imbécil -sentenció Kovac-. Un capullo pomposo que pasa más tiempo organizando los actos del sindicato que trabajando en sus casos. Aun así, el asunto Curtis parecía muy sencillo. Ni siquiera Springer debería haberla cagado, pero Verma afirma que él no se lo cargó.

Liska abrió los ojos y la boca de par en par.

– ¡Dios mío, un inocente en la cárcel!

– Sí, pobrecita Blancanieves -espetó Kovac con sarcasmo-. Pero en fin, afirma que un poli puso el reloj de Eric Curtis en su casa. Ogden.

– ¿Ogden, el de ayer? -exclamó Liska con el ceño fruncido.

– El mismo. Una acusación así sería un duro golpe para Asuntos Internos. Logan me dijo que el asunto apestaba de tal forma que Sabin no quería ni tocarlo. Y eso que Ted Sabin no es de los que se arredran, sobre todo teniendo en cuenta que Curtis era policía.

– Curtis era policía y homosexual -le recordó Liska-. Víctima de un delincuente que atacaba abiertamente a hombres homosexuales. ¿Crees que al alcalde y sus secuaces les conviene que los medios de comunicación se ceben en eso?

Kovac reconoció con un ademán que Liska tenía razón.

– Verma también afirma que fue un policía quien se cargó a Curtis.

– ¿Y cómo es que nunca habíamos oído hablar del tema? -se sorprendió Liska, alterada por la posibilidad de que la hubieran excluido del meollo.

– Buena pregunta. Los de Asuntos Internos solo llevaban cosa de un mes metidos en el asunto, mientras que Verma lleva al menos dos meses entre rejas. Puede que nadie supiera que Asuntos Internos estaba investigando. Desde luego, Springer no se habría dedicado a pregonarlo a los cuatro vientos si lo hubiera sabido. Tendría el culo tan apretado que no habría podido ni articular palabra -comentó con una risita ahogada-. ¡Ja! ¿Te imaginas a Asuntos Internos detrás de Cal Springer? Qué gracia.

Liska no coreó sus risas, pero Kovac no se dio cuenta de ello.

– Puede que nadie lo supiera hasta que Andy Fallon habló -aventuró.

– ¿Podrías quedar con tu hombre misterioso y averiguar más detalles?

Liska hizo una mueca.

– Tengo que esperar a que me llame, porque no quiso darme su número. Parecía muy nervioso.

– Seguro que en Asuntos Internos tienen su nombre y su número, a juzgar por lo que oíste ayer.

– Pero no nos los darán; ni siquiera podemos pedírselo. El caso está oficialmente cerrado.