Después de rodear la costa por el lado de la isla donde se alzaba el volcán Maderas, continuaron a lo largo del istmo, a una distancia de un kilómetro y medio de la playa de arena que se extendía entre los dos volcanes. Las luces del complejo resplandecían contra el fondo negro de la ladera del volcán Concepción. Allí no regía el oscurecimiento. Los directivos de Odyssey se sentían absolutamente protegidos gracias a su ejército de guardias de seguridad y la multitud de equipos de vigilancia electrónica.

Pitt redujo la velocidad de la moto cuando se acercaron a los muelles, donde un enorme barco portacontenedores de la Cosco estaba iluminado de proa a popa. Se fijó en las gigantescas grúas que levantaban los contenedores y los depositaban en los camiones aparcados en el muelle. No vio ninguna operación de carga. Comenzó a pensar que el complejo era algo más que un centro de investigación y desarrollo. Tenía que tener alguna relación con los túneles que pasaban por debajo de los edificios.

Sandecker había acabado por autorizar la misión. Yaeger y Gunn los habían puesto al corriente del propósito de los túneles. La opinión unánime era que cualquier información que consiguieran en el interior del complejo sería vital para descubrir el propósito del plan de Specter para tapar Europa con un manto de hielo.

La Virage TX estaba pintada de un color gris antracita que se confundía con la oscuridad del agua. Al contrario de lo que se ve en las películas, donde los agentes se mueven vestidos con prendas negras muy ajustadas, el gris oscuro es menos visible a las luz de las estrellas. El motor de tres cilindros había sido modificado por los mecánicos de la NUMA y ahora tenía una potencia de ciento setenta caballos. También habían modificado el tubo de escape hasta reducir el ruido en un noventa por ciento.

Los únicos sonidos audibles mientras surcaban las oscuras aguas a toda velocidad eran los golpes de la proa contra el agua y el zumbido amortiguado del tubo de escape. Habían llegado a la isla de Ometepe a la media hora de salir de un embarcadero desierto al sur de Granada.

Pitt cerró un poco el acelerador para facilitar la tarea a Giordino, que estaba haciendo un barrido con un detector de radar portátil.

– ¿Qué tal va? -le preguntó.

– Sus ondas nos pasan sin detenerse, así que no deben detectarnos.

– Hemos hecho bien al tomar la precaución de acabar el viaje por debajo del agua -dijo Pitt, con una inclinación de cabeza hacia los haces de un par de reflectores que barrían el agua a unos quinientos metros de la playa.

– Calculo que estamos a unos cuatrocientos metros.

– La sonda indica que tenemos una profundidad de menos de siete metros. Debemos de estar fuera del canal principal.

– Es hora de abandonar el barco y mojarnos -dijo Giordino, señalando una patrullera que acababa de aparecer por el extremo de un largo muelle.

Como ya iban vestidos con los trajes de buceo, no tuvieron más que sacar los equipos y las mochilas de los cajones de la moto. La Virage era una embarcación estable y pudieron mantenerse de pie mientras se ayudaban mutuamente a ponerse los respiradores de circuito cerrado, los mismos que utilizaban los militares en las operaciones en aguas poco profundas. Después de cumplir rápidamente con las verificaciones previas a la inmersión, Giordino se zambulló en el agua mientras Pitt sujetaba el volante en una posición recta. Luego apuntó la moto hacia la costa oeste del lago y aceleró el motor al tiempo que se zambullía. Aunque llevaban equipos de comunicación, no estaban dispuestos a correr el riesgo de perderse el uno al otro en la oscuridad de las profundidades, así que engancharon los extremos de una cuerda de tres metros a los cintos de lastre.

Pitt prefería los respiradores de oxígeno de circuito cerrado. Los de circuito semicerrado eran mejores para los trabajos a gran profundidad, pero tenían el problema de las burbujas, que al salir a la superficie delataban la presencia del submarinista. Al suministrar sólo oxígeno puro, el respirador de circuito cerrado era el único que no despedía burbujas, razón por la que los utilizaban los buzos militares en las misiones encubiertas. No se los podía detectar desde la superficie porque el sistema eliminaba las burbujas. Hacía falta un entrenamiento especial para utilizar el sistema sin problemas, pero Pitt y Giordino eran expertos: los usaban desde hacía más de veinte años.

Ninguno de los dos dijo palabra. Giordino iba detrás y seguía los movimientos de su compañero, al que alumbraba con una linterna tipo bolígrafo que proyectaba un rayo muy concentrado y prácticamente imposible de detectar desde la superficie. Pitt vio cómo aumentaba la profundidad a medida que se acercaban al canal principal. Se niveló para verificar el rumbo en la brújula, y luego comenzó a nadar hacia el muelle de Odyssey. Desde muy lejos, amplificado por el agua, les llegaba el ruido de las hélices gemelas de la patrullera.

Confiados en las indicaciones de la brújula y del receptor GPS, se dirigieron hacia el muelle central, allí donde tocaba la costa. Nadaron lenta y rítmicamente, mientras el agua de la superficie se hacía más clara por las luces del muelle. También vieron los haces de luz amarilla de los reflectores que alumbraban la zona por encima de sus cabezas.

El agua se volvió más transparente, y vieron cómo el resplandor amarillo se hacía más brillante en la superficie. Tras avanzar otros cien metros, distinguieron el perfil de los pilotes del muelle. Rodearon el casco del barco portacontenedores de Cosco, con la precaución de mantenerse apartados para evitar que los viera algún tripulante apoyado en la borda.

Había cesado la actividad en el muelle. Las grandes grúas habían apagado los motores y los camiones se habían marchado después de cerrarse las puertas de los depósitos.

Pitt notó repentinamente un cosquilleo en la nuca y percibió un movimiento en el agua cuando una figura enorme apareció en la penumbra y descargó un coletazo contra su hombro antes de desaparecer. Se quedó rígido, y Giordino notó en el acto que la cuerda se aflojaba.

– ¿Qué pasa? -preguntó.

– Creo que nos ronda un jaquetón toro.

– ¿Un tiburón?

– Un tiburón del lago de Nicaragua, con el hocico romo, grande y de color gris, que mide entre dos metros y medio y tres metros.

– ¿Los tiburones de agua dulce muerden?

– Muéstrame alguno que no sea carnívoro.

Pitt trazó un círculo completo con el rayo de la linterna, pero no se veía más allá de tres metros en el agua fangosa.

– Lo mejor será formar un círculo con las carretas.

Giordino comprendió inmediatamente cuál era la intención de su compañero. Nadó hasta situarse a su lado y luego se apoyaron espalda contra espalda para mirar en direcciones opuestas y así tener una visión de trescientos sesenta grados. Como si se hubieran leído el pensamiento, ambos desenfundaron el cuchillo que llevaban en la vaina atada a la pantorrilla y lo sostuvieron a modo de espada.

El tiburón no tardó en reaparecer y comenzó a dar vueltas a su alrededor en círculos cada vez más pequeños. La piel gris hacía juego con el aspecto repulsivo de la enorme bestia, que los miraba con un ojo negro grande como una taza de café; la boca entreabierta permitía ver las hileras de dientes triangulares. Se volvió bruscamente y se acercó todavía más para ver mejor a los buceadores. Nunca había visto unos peces con apéndices, que no se parecían en nada a sus víctimas habituales.

Tenía el aspecto de un monstruo glotón que intentaba decidir si los dos extraños peces colados en sus dominios serían un bocado apetitoso. Le llamaba la atención que sus presas no hicieran el menor intento de escapar.

Pitt sabía que la siniestra máquina asesina aún no estaba del todo preparada para el ataque. Por el momento mantenía la boca entreabierta y los labios no se habían apartado de los dientes como sierras. Decidió que la mejor defensa era el ataque y se lanzó sobre el tiburón. Con un rápido movimiento en diagonal abrió un profundo corte en el hocico del escualo, que era el único punto blando en la piel, recia como el cuero.

El tiburón se apartó en el acto, con un reguero de sangre en su estela, desconcertado y furioso por la inesperada muestra de resistencia de lo que debía haber sido una presa fácil. Después dio la vuelta, permaneció inmóvil durante un par de segundos, para luego mover la cola y lanzarse contra Pitt con la velocidad de un proyectil, dispuesto a destrozarlo.

A Pitt solo le quedaba un truco en la chistera. Enfocó el rayo de luz de la linterna directamente al ojo derecho del tiburón. El destello inesperado cegó temporalmente al asesino lo justo para inducirlo a desviarse hacia la derecha, con la boca abierta preparada para morder la carne y los huesos. Pitt movió las piernas con todas sus fuerzas y se giró de lado cuando el tiburón pasó como un rayo, al tiempo que se valía de su aleta pectoral para apartarlo. Las mandíbulas se cerraron en el agua vacía. A continuación Pitt asestó una puñalada en el ojo negro del monstruo.

Podrían haber pasado dos cosas. El tiburón enfurecido podría haber continuado el ataque sin más vacilaciones, provocado por el dolor y la rabia, u optar por alejarse, medio ciego, para ir en busca de una presa más fácil.

Afortunadamente, se decidió por lo segundo y se alejó para no volver.

– Eso ha sido lo más cerca que hemos estado de convertirnos en el plato del día -comentó Giordino, con un tono que aún denotaba la tensión.

– Probablemente a mí me habría engullido y a ti te habría escupido por incomible -replicó Pitt.

– Nos hemos quedado sin saber si le gustaba la comida italiana.

– Mejor vámonos antes de que aparezca alguno de sus colegas.

Continuaron nadando pero con mayor precaución que antes, y se sintieron mucho más tranquilos cuando las luces del muelle les permitieron ver a una distancia de diez metros. Por fin llegaron a los pilotes debajo del muelle y nadaron entre ellos antes de salir a la superficie y mirar las traviesas de madera mientras aprovechaban para descansar y ver si su presencia había sido detectada por los sensores. Flotaron durante unos minutos, sin escuchar pasos ni voces que delataran la llegada de los guardias.

– Seguiremos el recorrido del muelle hasta la orilla, antes de salir a la superficie.

Esta vez Giordino ocupó la vanguardia y Pitt lo siguió. El fondo ascendió bruscamente y dieron las gracias cuando encontraron una playa de arena libre de rocas. Agachados bajo el muelle, que los protegía de las luces, se quitaron el equipo y los trajes de buceo. Luego sacaron de las mochilas los monos y los cascos de Odyssey. Se pusieron los calcetines y los zapatos, y comprobaron que las tarjetas de identificación estuviesen en la posición correcta antes de salir a campo abierto.