Era una visión que la sala y el público atónito no volverían a presenciar nunca más.
– Ha ganado, señor Pitt -dijo, con voz suave y ligeramente ronca-. ¿Se siente triunfante? ¿Cree que ha obrado un milagro?
Pitt sacudió la cabeza lentamente al escuchar las preguntas.
– Triunfante no, y desde luego no es un milagro. Me siento gratificado. Su vergonzoso intento de convertir en un infierno la vida de millones de personas era despreciable. Podría haber contribuido al bienestar del mundo con la tecnología de la celda de combustible, y sus túneles que cruzaban Nicaragua podrían haber significado una considerable reducción de costes y tiempo en el transporte de cargas que ahora se hace por el canal de Panamá. En cambio, prefirió aliarse con una nación extranjera con el único propósito de conseguir más dinero y poder.
Vio que ella tenía el control absoluto de sus emociones y que no estaba dispuesta a discutir. Sonrió de una manera que quería transmitir algo. Ninguno de los presentes aquel día en la sala olvidaría a la exótica y hermosa criatura que rezumaba un magnetismo femenino que era imposible de describir.
– Bonitas palabras, señor Pitt, aunque no signifiquen nada. De no haber sido por usted, podría haber cambiado el curso de la historia del mundo. Esa era la meta, el objetivo final.
– Pocos lamentarán su fracaso -replicó Pitt con un tono cortante.
Sólo entonces Pitt vio un muy débil reflejo de desilusión en su cautivadora mirada. Epona se irguió en toda su estatura y miró a los miembros del comité.
– Hagan conmigo lo que quieran, pero pueden darse por avisados. No será sencillo que logren condenarme por algún delito.
Dunn señaló con el mazo a dos hombres que estaban sentados en el fondo de la sala.
– ¿Los alguaciles federales podrían tener la bondad de acercarse y poner a esta mujer bajo custodia?
Los abogados de Epona se levantaron como un solo hombre y comenzaron a pregonar que no estaba dentro de las atribuciones de Dunn como congresista ordenar el arresto. Él los hizo callar con una mirada furibunda.
– Esta persona ha cometido un delito al presentarse ante este comité fingiendo ser otra persona. Será retenida hasta que la oficina del fiscal general tenga la oportunidad de estudiar sus acciones delictivas y adoptar las pertinentes acciones legales.
Los alguaciles sujetaron a Epona para llevársela de la sala. La mujer se detuvo cuando pasó por delante de Pitt. Lo miró con una expresión irónica pero sin el menor rastro de enojo.
– Mis amigos al otro lado del mar nunca permitirán que me juzguen. Volveremos a encontrarnos, señor Pitt. Aquí no se acaba. La próxima vez que se crucen nuestros caminos, caerá en mi red. No se engañe.
Pitt controló la cólera y la miró con una sonrisa tranquila y enigmática.
– ¿La próxima vez? -replicó-. No lo creo, Epona. Usted no es mi tipo.
La rabia hizo que se le tensaran los labios una vez más. Su tez palideció visiblemente y sus ojos perdieron el brillo, cuando los alguaciles la sacaron por una puerta lateral. Pitt no pudo menos que admirar su belleza. Pocas mujeres habrían podido comportarse con tanta gracia y estilo y hacer una salida espectacular después de semejante caída. Sintió como si una mano helada le oprimiera la boca del estómago al pensar que algún día podría volver a cruzarse en su camino.
Loren se acercó al estrado de los testigos y lo abrazó sin avergonzarse.
– Eres un loco. Te podrían haber disparado.
– Perdona la teatralidad, pero tenía claro que éste era el momento y el lugar para desenmascarar a esa bruja.
– ¿Por qué no me lo dijiste?
– Porque, si estaba en un error, no quería que te vieras mezclada.
– ¿No estabas seguro? -preguntó Loren, sorprendida.
– Sabía que pisaba terreno firme, pero no tenía una seguridad absoluta.
– ¿Qué te hizo sospechar de ella?
– Al principio no tenía más que una corazonada. Cuando llegué aquí, sólo estaba seguro a medias. Pero cuando me vi cara a cara con Specter me pareció obvio que, incluso sentado en la silla, su peso no estaba distribuido como el de un hombre de doscientos kilos. -Pitt levantó la mano y le mostró la cicatriz en la palma-. Luego vi que en el índice de la mano derecha llevaba el mismo anillo que Epona utilizó para hacerme este tajo en la isla Branwen. Ahí tuve la prueba definitiva.
Dunn continuaba gritando para poner orden en la sesión. Sin importarle lo que pudieran pensar los presentes, Loren besó a Pitt en la mejilla.
– Tengo que volver al trabajo. Has abierto una lata de gusanos que cambiará todo el rumbo de la investigación.
Pitt amagó volverse como si fuera a marcharse, pero luego cogió la mano de Loren.
– ¿Te va bien dentro de una semana, a contar desde el domingo?
– ¿Qué pasará dentro de una semana a contar desde el domingo?
En el rostro de Pitt apareció la sonrisa de diablo que ella conocía muy bien.
– Es el día de nuestro casamiento. He reservado la catedral de Washington.
Dio media vuelta y salió de la sala mientras la congresista de Colorado lo miraba irse con una expresión de asombro en sus ojos grises.
49
11 de octubre de 2006
Washington
Loren no estaba dispuesta a casarse en un plazo de diez días. Insistió en que la boda se realizara un mes más tarde, un plazo que apenas si le daba tiempo para organizar el acontecimiento, reservar un lugar para la ceremonia, encontrar a una modista que le arreglara el traje de novia de su madre y disponer todo lo referente a la recepción que tendría lugar entre la colección de coches antiguos en el hangar de Pitt.
La ceremonia tuvo lugar en la catedral nacional de Washington, que se alza en la cima del monte Saint Alban, una colina desde la que se domina toda la ciudad. Su nombre es Iglesia Catedral de San Pedro y San Pablo, y se construyó en el período que va desde 1907 a 1990. La primera piedra fue colocada en presencia del presidente Theodore Rossevelt. Tiene la forma de una T, con sendas torres en la entrada al pie de la T. La tercera torre, la del campanario, tiene una altura de más de cien metros. La catedral fue construida de acuerdo con el mismo diseño arquitectónico de las catedrales de Europa, ochocientos años atrás. Está considerada como el último ejemplo del más puro estilo gótico en el mundo entero.
En el interior, hay doscientas quince ventanas, muchas de las cuales tienen vitrales que filtran la luz del sol y proyectan sus dibujos en el suelo. Algunos representan motivos florales, otros tienen imágenes religiosas o escenas de la historia norteamericana. La más sorprendente de todas es la denominada Ventana Espacial, un notable trabajo artístico que incluye una piedra lunar.
Cerca de quinientos amigos y familiares asistieron a la ceremonia. Los padres de Loren acudieron desde su rancho en el oeste de Colorado, junto con los dos hermanos y las dos hermanas. El padre de Pitt, el senador George Pitt, y su madre, Barbara, estaban allí, felices al ver que su revoltoso hijo había decidido sentar cabeza y se casaba con una mujer a la que ambos querían y respetaban.
Se presentó todo el grupo de la NUMA: el almirante Sandecker, que parecía pasarlo muy bien; Hiram Yaeger, con su esposa e hijas; Rudi Gunn; Zerri Pochinsky, la secretaria de Pitt, y otros muchos con quienes Pitt había trabajado en los muchos años que llevaba en la Agencia. Julien Perlmutter era otro de los invitados, y él solo ocupaba tres lugares en uno de los bancos.
Un gran número de personas de la flor y nata de Washington figuraban entre el público: senadores, congresistas, funcionarios, hombres de estado e incluso el presidente y su esposa, que estaban en la ciudad y pudieron asistir.
Las damas de honor de Loren eran sus hermanas. La matrona de honor era su secretaria, Marilyn Trask, que trabajaba a su lado desde el inicio de su carrera política. Summer Pitt, que sería su hijastra, era otra de las damas de honor. El padrino no era otro que su compañero de aventuras, Al Giordino, y sus testigos eran su hijo Dirk, Rudi Gunn y los hermanos de Loren.
Loren vestía el traje de novia de su madre, un modelo de los años cincuenta; encaje y satén blanco con un gran escote en uve, el corpiño bordado, mangas largas de encaje blanco, y una falda de tres capas de satén con un miriñaque para abombarla y hacer que fuera más impresionante. Dirk y su equipo estaban elegantísimos con sus corbatas y chaqués blancos.
El coro de la catedral cantaba mientras los invitados ocupaban sus asientos. Luego callaron, cuando el órgano comenzó a interpretar la marcha nupcial. Todos volvieron la cabeza para mirar hacia la entrada. En el altar, Pitt y sus amigos formados en fila miraban hacia el fondo de la iglesia mientras las damas de honor, encabezadas por Summer, avanzaron por el pasillo.
Loren, del brazo de su padre, no dejaba de sonreír sin apartar la mirada ni por un momento de los ojos de Pitt.
Cuando llegaron al altar, el señor Smith se hizo a un lado y Pitt cogió el brazo de Loren. La ceremonia la ofició el reverendo Willard Shelton, un amigo de la familia de Loren. El rito fue tradicional, sin que el novio y la novia recitaran odas de amor eterno.
Después, mientras la pareja caminaba hacia la salida del templo, Giordino salió a la carrera por una puerta lateral, buscó el coche y lo aparcó delante de la escalera de entrada en el mismo momento en que Pitt y Loren salían de la catedral. La tarde era hermosa, con unas nubes blancas que cruzaban majestuosamente el cielo azul. Loren se volvió para lanzar su ramo de novia. La afortunada en cogerlo fue la hija mayor de Hiram Yaeger, que se puso roja como un tomate y se echó a reír.
Giordino esperaba al volante del Marmon V16 color rosa, mientras Pitt le abría la puerta a Loren y la ayudaba a subir para que no se estropeara el vestido. El alpiste, que había reemplazado al arroz que ya no era aceptable, llovió sobre ellos cuando se despidieron de la multitud. Giordino puso la primera y el gran coche se alejó de la escalinata de la catedral. Condujo a través de los jardines hasta Wisconsin Avenue y giró hacia el río Potomac y el hangar de Pitt, donde se celebraría la recepción. El cristal que separaba la cabina de los pasajeros del asiento del conductor estaba subido, así que Giordino no escuchaba la conversación que mantenían Pitt y Loren.
– Bueno, la mala obra ya está hecha -comentó Pitt, con una carcajada.
Loren le pegó en el brazo con el puño.
– ¡Mala obra! ¿Es así como llamas a nuestra preciosa boda?
Él le cogió la mano y contempló la alianza que le había puesto en el anular. Tenía un rubí de tres quilates, rodeado de esmeraldas pequeñas. Después de las hazañas de Shockwave, sabía que los rubíes y las esmeraldas eran cincuenta veces más escasos que los diamantes, que en realidad inundaban el mercado.