– Como todas las que murieron, el mismo color en todas ellas. Combatieron como fanáticas. Fue algo increíble.
El helicóptero continuó sobrevolando la isla. Nash recibió el aviso de que la evacuación se había completado dentro del plazo. Sin perder ni un segundo, transmitió al piloto del B52 la autorización para que lanzara la bomba.
El avión volaba a tal altura que nadie podía verlo ni tampoco la bomba que caía desde veinte mil metros de altura. Nadie vio tampoco cómo la bomba penetraba profundamente en la ladera del volcán más arriba de las instalaciones de Odyssey. Unos segundos más tarde, se escuchó algo parecido a un trueno desde las profundidades de la ladera del volcán Concepción. El sonido fue muy diferente del de una bomba que estalla en la superficie: fue algo así como si hubieran golpeado el suelo con un martillo gigante. Luego se escuchó otro sonido, similar al trueno que se pierde en la distancia, cuando la ladera del volcán comenzó a desprenderse para después ir aumentando de velocidad a medida que bajaba, hasta alcanzar los ciento treinta kilómetros por hora.
Visto desde el aire parecía como si todos los edificios, los muelles y la pista de aviación se hundieran debajo de la superficie del lago como una moneda enorme arrojada por la mano de un gigante. Nubes de escombros y polvo se elevaron en el aire, al tiempo que se generaba una ola monstruosa de más de sesenta metros de altura. Después la cresta se curvó y comenzó a cruzar el lago a una velocidad de vértigo, para acabar estrellándose contra las costas y arrasando todo lo que encontraba a su paso, hasta que se agotó su energía y comenzar el retroceso de vuelta al lago.
En el tiempo en que se tarda en pasar dos páginas de un libro, el gran centro de investigación y desarrollo creado por Specter, sus ejecutivas y el imperio Odyssey habían desaparecido junto con los túneles desmoronados.
La corriente ecuatorial sur no iría a parar al Pacífico. La corriente del Golfo continuaría teniendo la misma temperatura del último millón de años, y la costa oriental de Estados Unidos y el continente europeo no se cubrirían de hielo hasta la siguiente era glacial.
45
Un fuerte resplandor blanco empezó a penetrar en la capa de niebla negra. La miríada de estrellas que giraban en el interior de su cabeza se redujeron a unas pocas cuando Dirk recobró lentamente la conciencia. Notó el frío húmedo. Atontado por el dolor de cabeza, se levantó sobre los codos y miró en derredor.
Descubrió que se encontraba en un calabozo de reducidas dimensiones, de un metro y medio por algo menos de un metro. El suelo, el techo y tres paredes eran de cemento. La cuarta la ocupaba una puerta de hierro oxidada. No había manija por dentro. Un ventanuco del tamaño de un plato de postre abierto en el techo permitía que la luz se filtrara para iluminar débilmente su pequeño mundo gris. No había jergón ni mantas, y las instalaciones sanitarias se limitaban a un agujero en el suelo.
Nunca había tenido una resaca comparable con el dolor que notaba. Tenía un chichón encima de la oreja que debía de ser del tamaño del ratón del ordenador. Ponerse de pie fue un notable esfuerzo de voluntad. Aunque sólo fuera por satisfacer la curiosidad, empujó la puerta. Fue como querer talar un roble con el canto de la mano. Cuando se había dormido en la cubierta del balandro vestía un pantalón corto y una camiseta. Ahora comprobó que aquellas prendas habían desaparecido y vestía un albornoz de seda blanco. Le pareció tan fuera de lugar en aquella mazmorra que ni siquiera intentó imaginarse su significado.
Entonces pensó en Summer. ¿Qué habría sido de ella? ¿Dónde estaría? No recordaba nada excepto haber estado mirando la luna salir del mar antes de quedarse dormido. El dolor de cabeza fue disminuyendo poco a poco. Entonces comprendió que le habían propinado un golpe, para después trasladarlo a tierra y encerrarlo en esa celda. Pero ¿qué habían hecho con Summer? La desesperación empezó a apoderarse de él. La situación parecía no tener salida. No podía hacer absolutamente nada encerrado como estaba en esa caja de cemento.
Ya era bien entrada la tarde cuando escuchó unos ruidos fuera de la celda. Luego llegó el chasquido de la llave que giraba en la cerradura y la puerta se abrió hacia el exterior. Vio a una mujer de cabellos rubios, ojos azules y un mono verde que le apuntaba directamente al pecho con una pistola automática de gran calibre.
– Venga conmigo -dijo la mujer con una voz suave, sin el menor asomo de amenaza.
En otra situación Dirk la habría encontrado muy atractiva, pero allí, le resultaba horrible como la más fea de las brujas.
– ¿Adónde vamos? -preguntó.
La mujer lo tocó en la espalda con el cañón del arma, sin responderle. Caminaron por un largo corredor donde había varias puertas de hierro. Dirk se preguntó si Summer estaría tras de alguna de ellas. Al final del pasillo había una escalera y Dirk comenzó a subirla sin que se lo dijeran. Una vez arriba, entraron en una antesala con el suelo de mármol y las paredes cubiertas con millares de cuadritos de azulejos dorados. El tapizado de las sillas era de cuero teñido de color lavanda y las mesas de madera con inscrustaciones del mismo color. Dirk encontró la decoración vulgar y recargada.
Su escolta lo llevó hasta unas grandes puertas doradas, llamó con los nudillos y después se apartó cuando las abrieron desde el interior. Le indicó que entrara con un ademán.
Dirk se quedó asombrado ante la visión de cuatro bellísimas mujeres pelirrojas ataviadas con túnicas color lavanda y dorado, sentadas alrededor de una mesa de grandes dimensiones, que había sido tallada de un bloque de coral rojo. Summer las acompañaba, con la diferencia de que su túnica era blanca.
Corrió hacia su hermana y la sujetó por los hombros.
– ¿Estás bien?
Summer se volvió lentamente y lo miró como si estuviese en trance.
– ¿Bien? Sí, estoy bien.
Dirk se dio cuenta de que había sido drogada.
– ¿Qué te han hecho?
– Por favor siéntese, señor Pitt -le ordenó la mujer que ocupaba la cabecera. Vestía una túnica dorada. Su voz era discreta y musical, aunque con un toque de arrogancia.
Dirk intuyó un movimiento a su espalda. Era su escolta, que había salido de la sala y cerrado la puerta. Por un momento pensó que, a pesar de la inferioridad numérica, podría dejarlas fuera de combate e intentar la huida con Summer. Desistió, consciente de que habían sedado a su hermana hasta tal punto que a duras penas se podría mover. Apartó una silla al otro extremo de la mesa y se sentó.
– ¿Puedo preguntar cuáles son sus intenciones respecto a mi hermana y a mí?
– Puede -respondió la mujer que obviamente tenía el mando. Luego dejó de prestarle atención y se volvió hacia la mujer sentada a su derecha.
– ¿Habéis revisado la embarcación?
– Sí, Epona. Encontramos equipos de buceo y varios aparatos de detección submarina.
– Les pido disculpas si hemos invadido una propiedad particular -manifestó Dirk-. Creíamos que la isla estaba desierta.
Epona lo miró con una expresión helada en los ojos.
– Tenemos nuestra propia manera de tratar a los intrusos.
– Vinimos como parte de una expedición arqueológica para buscar unas naves antiguas. Nada más.
La mujer miró a Summer, y de nuevo a Dirk.
– Sabemos lo que estaban buscando. Su hermana ha sido mucho más amable al darnos un informe completo de sus actividades.
– Después de drogaría hasta las cejas -replicó Dirk.
Se enfureció tanto que estuvo a punto de saltar sobre la mesa para atacarla. Pero fue como si ella le hubiese leído el pensamiento.
– No piense en ofrecer resistencia, señor Pitt. Mis guardias responderán en un instante.
Dirk se obligó a relajarse y actuar con indiferencia.
– En resumen, ¿qué le dijo Summer?
– Que ustedes dos trabajan para la National Underwater and Marine Agency y que vinieron aquí para buscar la flota perdida de Ulises, que Homero dice que fue hundida por los lestrigones.
– Ha leído a Homero.
– Vivo y respiro con Homero el celta, no con el Homero griego.
– En ese caso, conoce la verdadera historia de Troya y del viaje de Ulises a través del océano.
– Es la razón por la que mis hermanas y yo estamos aquí. Hace diez años, después de otros muchos de estudios e investigaciones, llegamos a la conclusión de que habían sido los celtas y no los griegos quienes habían combatido contra los troyanos, y no por el amor de Helena sino por las minas de estaño de Cornualles, las que necesitaban para fabricar el bronce. Como ustedes, seguimos la estela de Ulises a través del Atlántico. Quizá le interese saber que su flota no fue destruida por las piedras lanzadas por los lestrigones, sino que se fue a pique por un huracán.
– ¿Qué pasó con el tesoro que transportaba la flota perdida?
– Fue rescatado hace ocho años y se utilizó para construir el imperio Odyssey.
Dirk permaneció muy quieto, pero sus manos temblaban ocultas debajo de la mesa. Una luz de advertencia parpadeaba en su cabeza. Estas mujeres quizá le perdonarían la vida a Summer, pero dudaba mucho que le dejaran ver el próximo amanecer.
– ¿Puedo preguntar en qué consistía el tesoro?
Epona se encogió de hombros.
– No veo ningún motivo para ocultar los resultados. No hay ningún misterio en nuestro logro. Los equipos de rescate recuperaron más de dos toneladas de objetos de oro, platos, esculturas y otros objetos decorativos celtas. Eran unos consumados maestros de la orfebrería. Todo eso, junto con miles de otras piezas antiguas, se vendieron en el mercado libre por todo el mundo, y recaudamos poco más de setecientos millones de dólares.
– ¿No fue algo arriesgado? -preguntó Dirk-. Los franceses que gobiernan Guadalupe, los griegos y las demás naciones europeas que una vez fueron regidas por los celtas, ¿no se presentaron para reclamar la propiedad del tesoro?
– Fue un secreto muy bien guardado. Todos los compradores de las piezas manifestaron el deseo de permanecer en el anonimato y todas las transacciones se hicieron con la máxima discreción, incluido el oro que está depositado en China.
– Se refiere usted a la República Popular China, por supuesto.
– Desde luego.
– ¿Qué pasa con los hombres que se encargaron del rescate? Seguramente habrán pedido una parte de lo recaudado, y conseguir que mantuvieran la boca cerrada no habrá sido fácil.
– No recibieron nada -respondió Epona, con un claro tono de burla-, y el secreto murió con ellos.