Lo más probable era que lo hubiese atrapado un zorro que habría dejado la isla a nado.

Me sentía cada vez más inquieto. Pensé que no lo soportaría durante mucho más tiempo. Tenía que marcharme de la isla. Pero no sabía adónde.

Llegó septiembre con una tormenta de componente nordeste. Aún sin noticias de Louise. Y hasta Agnes había dejado de comunicarse conmigo. Por lo general, me pasaba el tiempo sentado a la mesa de la cocina mirando por la ventana. El paisaje parecía helarse allá fuera. Era como si la casa entera se viese poco a poco envuelta en un gigantesco hormiguero que, mudo, no paraba de crecer.

El otoño endureció el clima. Yo seguía esperando.