– Pues yo no puedo.

Santos chasqueó la lengua, divirtiéndose visiblemente a su costa. Hope sintió deseos de arrancarle los ojos.

– Estoy seguro de que este sitio vale medio millón de dólares, y probablemente mucho más. Estoy seguro de que el Saint Charles, o por lo menos la mitad que posees, vale más que eso -se volvió a meter las manos en los bolsillos-. Imagínate, la socia del callejero Víctor Santos. O mejor aún, imagíname viviendo en la mansión de los Saint Germaine.

– ¡Nunca! -dijo con rabia-. Nunca sería socia de una… criatura como tú. Y quemaría esta casa antes de permitirte poseer un solo ladrillo.

Santos entrecerró los ojos.

– ¿No te han enseñado nunca a ser amable con los demás? ¿Dónde estabas cuando enseñaron esa lección en tu colegio -sacudió la cabeza, torciendo la boca-. Aunque tal vez pienses que eres tan rica y poderosa que no tienes por qué preocuparte por esas nimiedades. Tal vez pienses que no debes preocuparte por los premios ni por los castigos. Ni por pagar tus deudas. Evidentemente, no pareces pensar que debas tratar con cierta consideración a la gente. Pues ha llegado el momento de que cambies de actitud. Ha llegado el momento de que empieces a pagar. Estás en deuda con Lily, y as a pagar tu deuda.

Hope se apartó y cruzó el vestíbulo, huyendo de él. Se detuvo frente a un espejo convexo y contempló su imagen distorsionada, intentando decidir qué hacer con aquella situación. El hotel valía mucho menos que en el pasado. Tenía las inversiones, que junto con los beneficios del hotel, le permitían mantener su nivel de vida. Otras de sus necesidades habían demostrado hacerse cada vez más caras con el paso de los años.

Como en un castillo de naipes, si quitaba una pieza todas demás se desmoronarían.

No sabía qué podía hacer.

– Puede haber otra solución -dijo Santos con suavidad. Se encontró con su mirada en el espejo.

– ¿Otra solución?

– La verdad es que el dinero no me importa. No quiero para nada su casa ni su hotel, ni ninguna otra cosa que le pertenezca.

Hope se volvió lentamente para mirarlo. Contempló sus ojos, buscando en ellos el sarcasmo habitual.

– ¿De verdad?

– De verdad -se colocó delante de ella-. A quien quiero es a Lily.

– Pero está muerta.

La expresión de Santos se endureció.

– Pero su recuerdo no lo está. Lo que siento por ella sigue vivo. He decidido darle lo que más deseó en su vida, aunque se fue a la tumba sin ello.

– ¿De qué se trata?

– De su hija.

Hope lo miró confundida.

– No lo entiendo.

– Tendrá que admitir públicamente que Lily era su madre. Dirá a todo el mundo quién es y de dónde viene.

Hope dio un paso atrás. Sus piernas amenazaban con dejar de sujetarla.

– No puede hablar en serio.

– Créame, hablo completamente en serio -la miró con desprecio-. Tal vez debería sentarse.

Hope asintió y se desplomó en un sillón que había junto al espejo.

– Adelante.

– Si quiere que no le reclame el medio millón de dólares que me debe tendrá que hacer una serie de cosas. En primer lugar contratará dos espacios publicitarios de una página, y publicará en ellos su verdadera ascendencia. El primero en el dominical del Times Picayune, y el segundo en la revista New Orleans, en el interior de la portada -se metió las manos en los bolsillos y paseó-. Como he dicho, en esos anuncios deberá reconocer su verdadera ascendencia, confesará sus años de mentiras y expresará su profunda y eterna aflicción por haber abandonado cruelmente a su amantísima madre.

– ¿Qué más? -preguntó tensa, cerrando los puños.

Santos sonrió.

– Celebrará una enorme fiesta, una gala en honor de Lily. Invitará a todos sus amigos importantes y a todas las autoridades de la ciudad. Al alcalde, al jefe de policía y tal vez hasta al gobernador. Por supuesto, una vez más reconocerá públicamente a Lily.

– Y por supuesto -añadió Hope con amargura-, usted asistirá para asegurarse de que sigo sus instrucciones al pie de la letra.

– No sea ingenua. Esto me cuesta quinientos mil dólares, y quiero que todo salga perfectamente.

– ¿Y si sigo las instrucciones?

– Los pagarés serán suyos.

Hope lo miró atónita.

– Eso es una locura. ¿Por qué lo hace en realidad?

La contempló detenidamente, arqueando los labios en un gesto de disgusto.

– Ya sé que no puede entenderlo. No entiende que quisiera tanto a Lily, que piense que se lo debo todo, incluso mi vida. Está por encima de usted el comprender que puedo darle lo que más deseaba en el mundo y no me importa lo que me cueste. Aunque mis motivos no son completamente altruistas. Disfrutaré viendo cómo hace lo que debería hacer, por una vez en su vida, como un ser humano decente.

Hope guardó silencio durante un momento. El odio creció en su interior, retorciéndose en sus entrañas. Lo mataría si pudiera.

Pero había otras formas de hacerle pagar aquello. Encontraría la forma. Aunque fuera lo último que hiciera en su vida, la encontraría.

Lo miró fijamente a los ojos.

– Es muy imprudente por su parte.

Santos levantó una ceja.

– ¿Por qué? ¿Es que va a vengarse por esto? ¿Me está amenazando?

Hope se limitó a sonreír.

Capítulo 55

La casa de River Road dio la bienvenida a Glory. La llamaba por su nombre, en voz baja y suave, como lo haría un amante. Estaba al final del largo camino arbolado, mirándola maravillada, pensando que era la mansión más bonita que había visto en su vida. Sacudió la cabeza. Tres semanas después de la lectura del testamento de Lily, seguía sin poder creer que fuera suya.

A lo largo de las semanas anteriores había ido allí tanto como había podido. En algunas ocasiones, como la noche anterior, había dormido allí. Otras veces sacaba un par de horas de su apretada agenda para ir a visitarla.

Se agachó para recoger una brizna de hierba y se la llevó a la nariz. La casa la atraía fuertemente. Allí se sentía feliz, tranquila y relajada. Tenía la impresión de que aquél era su lugar.

Empezó a caminar hacia la casa lentamente. Aquel día no tenía que estar en ningún sitio. Había decidido que el hotel podía seguir funcionando sin ella. Durante las semanas anteriores se había dedicado a repasar cajas de recuerdos y fotografías y a examinar los libros de contabilidad. Sus antepasados habían llevado a cabo allí un negocio muy rentable. No entendía que Lily hubiera muerto con tan pocas pertenencias.

Glory bostezó y se pasó los dedos por el pelo. La noche anterior había encontrado unos cuantos diarios pertenecientes a sus antepasadas. Algunos se remontaban a Camelia, la primera de las Pierron. También estaban los diarios de algunas de las chicas que trabajaban en la casa.

Las narraciones de sus vidas la fascinaban y la descorazonaban a la vez. Pasó gran parte de la noche leyendo, hasta que le dolieron los ojos y la cabeza. Al final, la fatiga la había obligado a guardar los diarios, pero tenía la intención de seguir leyendo durante el día.

Un pájaro se puso a cantar en las ramas del árbol contiguo. Miró hacia arriba, y una suave brisa recorrió su rostro. Oyó el sonido de un coche que avanzaba por el camino.

Se volvió, con el corazón en la garganta.

Era Santos.

Lo contempló con sensación de inevitabilidad. Siempre había pensado que Santos era su media naranja, y siempre lo había usado como medida para juzgar a los demás hombres. Era lógico que estuviera allí, apareciendo de la nada. Tal y como había aparecido en su vida por primera vez.

Detuvo el coche a su lado. El viento que entraba por la ventanilla bajada le revolvía el pelo.

Deseaba tocárselo, acariciárselo, pero se metió las manos en los bolsillos.

– Hola, Santos.

– Tenemos que hablar.

Glory sonrió con calma, aunque su corazón se había desbocado.

– De acuerdo. Vamos a la terraza del primer piso.

Santos asintió y aparcó el coche. Caminaron juntos a las escaleras que conducían a la terraza.

Santos examinó la casa, pensativo.

– Es la primera vez que vengo después de la muerte de Lily.

– Te trae recuerdos, ¿verdad?

– Sí -la miró a los ojos-. Buenos recuerdos.

Glory se metió las manos en los bolsillos de los pantalones.

– A mí también, aunque no tenga sentido, porque mi historia no está aquí.

– Tu historia está aquí, más que la mía, aunque de forma distinta.

Glory pensó en Lily y en los diarios, y se le hizo un nudo de emoción en la garganta.

– ¿Quieres un té helado, un refresco, o algo?

Santos negó con la cabeza.

– No, gracias.

No quería nada de ella. Glory apartó la vista y después se volvió para mirarlo de nuevo.

– ¿Cómo sabías que estaba aquí?

– Una premonición -sonrió-. Y un soplo de un empleado de tu hotel. Es curioso que una placa de policía abra tantas puertas.

– Y la premonición, ¿a qué se ha debido?

A la cara que pusiste cuando te enteraste de que Lily te había dejado la casa.

La sonrisa de Glory se desvaneció.

– Lo siento. Sé que querías…

– No lo sientas. Yo no lo siento.

– Mentiroso -dijo suavemente pero sin malicia, sorprendiéndose-. Veo la verdad en tus ojos.

Santos inclinó la cabeza, reconociendo que era cierto, y caminó hasta la barandilla para mirar el paisaje.

– No estoy enfadado, Glory.

– Sólo estás triste.

– Algo así -se volvió para mirarla-. Ahora que la casa es tuya, ¿qué te parece?

– Me encanta. Tengo la sensación de que mi sitio está aquí -se colocó a su lado y siguió su mirada-. No entiendo la atracción que este sitio, esta casa, ejerce sobre mí. Pero es innegable. Me confunde, y tal vez me asusta.

Santos la miró a los ojos. Se quedaron en silencio, mirándose. Al cabo de un rato que pareció infinito, él apartó la vista y volvió a mirar al río.

Glory tragó saliva. Echaba de menos la conexión entre ellos. Se sentía dolida, de una forma irracional. Santos también ejercía una fuerte atracción sobre ella. Sobre su vida y sobre su corazón. Desde el primer momento en que lo vio hasta el presente, a lo largo de tantos años. No entendía lo que sentía por él más que lo que sentía por la casa.

Suspiró. Mucho tiempo atrás había dicho a Liz que Santos y ella estaban destinados. Ahora le parecía una tontería, una afirmación ingenua hecha por una adolescente.

Pero en cierto modo era verdad. No parecía capaz de librarse de él. No podía olvidarlo. No podía seguir viviendo sin pensar en él.