Fiel a su visión del mundo, pensó que la «oscuridad» se las había arreglado para atacarla ahora a través de su hija.

Las manos de Hope empezaron a temblar, pero las cerró con fuerza sobre su regazo.

– Glory Alexandra -dijo, ocultando su temor-, sabes de sobra que no me gusta que me molesten cuando leo la Biblia.

– ¿Cuando lees la Biblia? Qué buena eres. Qué gran cristiana. Eres un ejemplo para todos nosotros, ¿no es cierto? Al menos es lo que siempre has querido que creyéramos.

El corazón de Hope empezó a latir más deprisa. Había sucedido algo terrible. Una de sus pesadillas se había hecho realidad.

Miró el libro abierto, leyó un salmo para tranquilizarse y lo cerró. Después, miró a su hija con suprema frialdad.

– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Estás molesta por algo?

– ¿Molesta? Podría decirse así -contestó, apretando los puños-. Dime una cosa, madre, ¿dice algo la Biblia sobre el perdón? ¿Dice algo sobre el pecado de juzgar a los otros?

Hope sintió un intenso frío.

– Por supuesto que sí, como sabes. Me aseguré de que conocieras a fondo la Biblia.

– Sí, claro, desde luego. Me obligaste a aprendérmela de memoria, te aseguraste de que fuera un pequeño angelito como tú. Y cuando fallaba por alguna razón te las arreglabas para castigarme por mis supuestos pecados.

– Soy tu madre. He hecho lo que he creído mejor para ti.

– ¿De verdad? Yo diría que hiciste lo que era mejor para ti. Hoy he conocido a Lily Pierron. Mi abuela. Vi la casa donde creciste. Y sé lo que has hecho. Lo sé.

Hope sintió que todo su mundo se derrumbaba. Siempre había temido la llegada de aquel día, pero a pesar de todo intentó controlar sus emociones.

– No sé de qué estás hablando. Yo tenía una magnífica relación con mi madre. Me rompió el corazón cuando murió a una edad tan temprana.

– ¡Basta ya! ¡Deja de mentir! Tu madre sigue viva, pero ha estado a punto de morir hoy mismo. ¿Cómo has podido…? No sé qué decirte. No sé quién eres. Has pasado toda la vida mintiendo, mintiéndome. Ni siquiera sé quién soy yo.

– Eres Glory Saint Germaine. Una más entre los Saint Germaine de Nueva Orleans. Y yo soy tu madre.

– ¡Y Lily es la tuya! ¡La abandonaste!

– ¡No sabes lo que dices!

– Santos me llevó a la mansión de River Road. Vi fotografías, y leí las cartas que te enviaba. Te rogó que la perdonaras, aunque no sé muy bien por qué tenías que perdonarla. Y te limitaste a leer las cartas sin contestarlas después.

– Es una prostituta! ¿No lo comprendes? ¡Una sucia prostituta que vendía su cuerpo!

– ¡Basta ya! ¡Es mi abuela! Me da igual lo que hiciera para ganarse la vida. Tenía una profesión, en cualquier caso, no mucho peor ni más indigna que cualquier otra. Es mi abuela y no pienso abandonarla como hiciste tú. ¡No lo haré nunca!

– Qué fácil es para ti. Me acusas de haberla juzgado de forma injusta, pero te atreves a juzgarme a mí. No tienes idea de lo que tuve que sufrir.

– ¿Cómo voy a tenerla? Sólo conocía tus mentiras.

Glory hizo un esfuerzo por contenerse.

– Has estado mintiendo todos estos años -continuó-. Nos has mentido a todos. Santos te llamó. Tu madre estaba muriéndose y su último deseo era verte, pero te negaste. Le negaste hasta ese derecho. No sé quién eres, madre. Cuando pienso en todas las mentiras que dijiste sobre tu supuesto padre siento ganas de vomitar. Ni siquiera lo conociste. Y supongo que no puedes soportar, siendo tan religiosa y estricta, que seas de padre desconocido. Eras hija natural, como todas las Pierron. Todas, menos yo.

– Exacto. Menos tú. Y gracias a mí. Gracias a mí eres una Saint Germaine. Las Pierron ya no existen. No existen.

– ¡Por supuesto que existen! No comprendes nada. No puedes cambiar la realidad declarando por decreto la inexistencia de una cosa. Y no conseguirás robarme a mi propia familia. Las Pierron son mi pasado, te guste o no.

Hope se levantó y la agarró con fuerza.

– ¡Basta ya! ¡Tienes que olvidarlo! ¡Te lo ordeno!

– ¡No! -se soltó-. No lo haré.

Hope estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para evitar que la «oscuridad» dominara a su hija. Estaba convencida de que debía salvarla de algo.

– No puedes imaginar lo que tuve que vivir -declaró, con lágrimas de cocodrilo-. No puedes imaginar lo que fue vivir en aquella casa, ni las cosas que veía. Tenía que vivir con prostitutas, Glory, con prostitutas.

– Lo sé, pero…

– ¡No sabes nada! Todo el mundo se burlaba de mí, y no por lo que era, sino por vivir en aquella casa. No tenía amigos, y nadie se acercaba a mí en el colegio. No me invitaban nunca a ninguna fiesta de cumpleaños, ni a la casa de ningún vecino. Por la noche no podía dormir por los ruidos, por los gemidos casi animales de los clientes. ¿No comprendes que huyera de todo aquello? ¿No entiendes que no quisiera volver? Si me hubiera quedado habría muerto.

– Tu madre te amaba e intentó protegerte lo mejor que pudo. Te sacó de aquel lugar.

– Sí, es cierto, me quería. Y yo a ella. Pero sólo quería escapar. Necesitaba empezar una nueva vida. Y cuando tuve la oportunidad la aproveché. Por favor, intenta comprenderlo. Perdóname. Si me abandonaras no podría soportarlo.

Glory cayó en la trampa y la abrazó.

– No te abandonaré, madre. Comprendo que quisieras huir, pero ¿por qué tuviste que mentir? ¿Por qué mentiste a papá? ¿Por qué abandonaste a tu madre? ¿Por qué tenías que ser tan cruel?

Hope se aferró a Glory y apoyó la cabeza en su hombro.

– Tenía miedo. Por mí y por ti. ¿Crees que tu padre se habría casado conmigo de haberlo sabido? Imagina cómo habría reaccionado su familia. Tenía miedo y aún lo tengo. No quiero que nadie lo sepa. Si llegaran a averiguarlo lo perdería todo. Lo sé.

– Lo comprendo. Si es eso lo que quieres, no es necesario que nadie lo sepa.

– Gracias.

– No se lo diré a nadie, pero no la abandonaré. Me necesita, y yo la necesito a ella. Es mi abuela.

Hope la miró, irritada. Su máscara de sensibilidad desapareció de repente. Apretó sus manos con fuerza y preguntó:

– Con todo lo que sabes sobre ella, con todo lo que sabes sobre su pasado, ¿cómo es posible que…?

– Madre, entiendo lo que hiciste, te perdono por ello e intentaré no juzgarte. Pero todo eso forma del pasado y tampoco tengo intención de juzgarla a ella.

– Sé que fui más estricta contigo que otras madres con sus hijos. Pero tenía miedo por ti. Quería que tuvieras una buena vida. Una vida sin pecado. Tu abuela es peligrosa. Tengo miedo de que caigas bajo su influencia, miedo de que pueda hacerte daño.

– ¿Qué es eso del «pecado», madre? Soy una mujer madura, y te aseguro que no tengo ninguna intención de cambiar de profesión para hacerme prostituta. Lily es una anciana, y está enferma. No ha vivido nunca en ningún «pecado», como dices, y desde luego dudo que pueda influirme en la forma que temes.

Hope pensó que la «oscuridad» no envejecía nunca, que la bestia no tenía edad. Pero no podía decírselo a su hija. Aún poseía la cordura suficiente como para comprender que la habría tomado por loca. De manera que dejó que se marchara.

Pero estaba segura de que al final vencería. No estaba dispuesta a ceder después de haber pasado toda la vida guiando a su hija por el camino correcto.

Al pensar en Santos sintió un profundo odio. Se las arreglaría para que pagara por todo aquello. Algún día encontraría la forma de destruirlo.

Horas más tarde, Hope despertó en mitad de la noche, sudorosa. La bestia la había despertado. Esta vez no sólo la quería a ella, sino también a su hija.

Apretó los dedos con tanta fuerza que se clavó las uñas en las manos. Para ganar aquella batalla necesitaría toda su fuerza. La oscuridad se cernía sobre Glory, utilizando como instrumento a Santos. Iba a ser una guerra muy difícil, tal vez la más difícil de toda su vida.

Capítulo 48

Los días fueron avanzando poco a poco. Lily estaba cada vez más fuerte, y Santos tenía la impresión de que su recuperación se debía a la presencia de Glory. Siempre estaba a su lado en la cama del hospital, de día o de noche, hablando con ella o simplemente observándola mientras dormía.

La mayor parte de las veces Santos se limitaba a observar la escena mientras Glory hablaba sobre su vida. Su opinión sobre la hija de Hope no había cambiado, pero el cariño que demostraba hacia Lily, y su dulzura, habían bastado para que supiera que no se parecía en nada a Hope Saint Germaine. No era fría, ni se dedicaba a juzgar a los demás. No era cruel.

A veces, mientras la miraba, recordaba la relación que habían mantenido años atrás. Entonces debía hacer un esfuerzo para convencerse de que Glory no le gustaba, que no le agradaba aquella mujer, que no los unía nada salvo la existencia de Lily.

De hecho, apenas habían charlado durante los últimos días. Intercambiaban simples frases de cortesía. Ni siquiera habían compartido su preocupación cuando conocieron la opinión de los médicos. Su corazón ya no funcionaba bien, y las posibilidades de que sufriera otro ataque eran demasiado elevadas.

No se tocaban nunca, y sólo raramente se miraban.

Santos frunció el ceño, aparcó en el primer hueco que vio, salió del vehículo y se dirigió a la entrada del hospital.

Un homicidio lo había mantenido ocupado toda la noche anterior y parte de la mañana. Conforme avanzaba el tiempo lo había ido dominando una extraña inquietud. Temía que Lily se encontrara peor. Había llamado dos veces para informarse; pero la primera vez estaba dormida y la segunda no contestó nadie.

Intentó tranquilizarse pensando que Glory estaba a su lado y que lo habría llamado si hubiera ocurrido cualquier cosa. No tenía razón para temer. No se llevaba bien con ella, pero admitía que era una suerte que estuviera en el hospital mientras trabajaba.

Santos subió en el ascensor. Estaba lleno de gente, y se detuvo en todos los pisos hasta llegar al sexto.

Nervioso, avanzó por el pasillo hacía la habitación de Lily. Cuando abrió la puerta temía lo peor. Temía que hubiera sufrido otro infarto, que hubiera muerto. Pero en lugar de eso la descubrió sentada en la cama, riendo una de las historias de Glory.

Se sintió tan aliviado que casi se mareó. No había visto a Lily tan feliz desde hacía mucho tiempo.

Lily sonrió de oreja a oreja al verlo. Santos se emocionó profundamente. Había pasado muchos años culpándose por no haber sido capaz de ayudar a su difunta madre. Pero al menos ahora había conseguido que Lily fuera feliz.