En el espacio de unos cortos minutos había descubierto que tenía una familia y una historia que ni siquiera sospechaba. Procedía de una larga saga de mujeres que habían trabajado como prostitutas para ganarse la vida. Respiró profundamente y se recordó a sí misma, en su adolescencia, riendo con varias amigas mientras murmuraban cosas sobre la famosa mansión de las Pierron, sobre las cosas que hacían en el interior de aquella casa.

Y ahora resultaba que aquellas mujeres eran su familia. Formaba parte de aquel lugar.

Temblando, apretó los dedos sobre la mano de Lily. También había descubierto algo que no había querido aceptar hasta entonces: que su madre era una mentirosa, un verdadero fraude en todos los sentidos. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Todas las historias que le había contado su madre sobre sus supuestos abuelos eran completamente falsas.

Sintió pánico, y desesperación. Estaba allí, apretando la mano de una mujer moribunda a la que no conocía de nada, rogando que no se muriera.

No podía comprender a su madre. No entendía que hubiera mentido de aquel modo a sus seres queridos, a las personas que se suponía que amaba. A su hija, a su difunto esposo, a todos.

A todos.

Glory pensó en Philip y en las cosas que le había enseñado con respecto al amor que debía profesar hacia la familia. Su propia madre había intentado robársela.

En la desesperación del momento empezó a dudar de sí misma. Se dijo que ni siquiera podía saber quién era en realidad cuando gran parte de su propia vida había sido un fraude.

Entonces pensó en la preciosa casa de River Road, en el viento soplando sobre los inmensos robles, en el crujido del entarimado. Se había sentido cómoda en aquel lugar, como si perteneciera a él, antes incluso de que Santos hablara, antes de que viera las fotografías, antes de que conociera la verdad. Aquél era su hogar.

En aquel momento, Santos entró en la habitación. Glory supo que era él, aunque no podía verlo porque estaba de espaldas a la puerta. Como siempre, notaba su presencia física. Habían pasado diez años desde que se separaran, pero aún la afectaba.

Estuvo a punto de gritar, hundida. Se giró y lo miró, llena de preguntas sin respuesta.

Pero Santos sólo tenía ojos para Lily.

Glory lo olvidó todo de repente y sintió un terrible dolor por Santos. Sus ojos estaban llenos de amor, y de miedo. Ya había perdido a su verdadera madre y ahora estaba a punto de perder a su madre adoptiva.

Sin conocerla, Glory sabía que Lily había sido una gran mujer. Una mujer muy especial aunque su profesión no despertara precisamente el aprecio de los bien pensantes. Una mujer capaz de llegar al corazón de un chico duro y cínico al que la vida había golpeado de forma injusta. Una persona capaz de cambiar su existencia por el sencillo procedimiento de amarlo y de creer en él.

Herida, Glory miró de nuevo a Lily. Santos no necesitaba su compasión. No le habría gustado. Habría interpretado que era simple piedad, o algo peor. Santos pensaba que ella era como su madre.

Pero no era cierto. Una vez más, se preguntó cómo era posible que Hope hubiera leído aquellas cartas sin sentir nada, sin reaccionar, sin contestar siquiera. No tenía corazón.

Entonces recordó la escena de la bañera, una de las muchas torturas que había sufrido de sus manos. Recordó sus terroríficas palabras, mientras le frotaba todo el cuerpo con aquel cepillo, y se estremeció. Ahora comprendía su locura. Comprendía su obsesión con la religión, su repugnancia hacia todo lo físico, hacia todo lo natural. Y su comportamiento resultaba, no obstante, más condenable.

– Resulta difícil de creer que sean madre e hija -murmuró Santos, que se detuvo junto a Glory-. No se parecen nada. Eso puedo asegurártelo.

Glory no necesitó más explicaciones. Sabía muy bien lo que quería decir.

– ¿Qué ha dicho el médico?

– No mucho. Su estado sigue estacionario. Descansa, pero podría despertar en cualquier momento.

– Parece tan frágil. Ojalá pudiera decirte que se pondrá bien.

– No puedes hacerlo. Nadie puede -la miró.

Glory sintió su dolor, su soledad, su miedo. Quiso tocarlo, abrazarlo y animarlo con su propio contacto. Pero estaba segura de que la rechazaría, o de que se reiría de ella. No tenía derecho a tocarlo. Había perdido aquel derecho muchos años atrás.

– No, no puedo decírtelo, pero lo siento. Lo siento sinceramente.

Santos la miró. Entonces supo que le agradecía su presencia. Glory se sintió muy cerca de su antiguo amor, de un modo que no había sentido con nadie salvo con él. De una forma que echaba de menos.

– Santos, yo…

– Tengo que llamar a la comisaría. Si despierta mientras tanto, ¿me avisarás?

– Por supuesto. Te avisaré de inmediato.

Sin embargo, Lily no despertó. Ni entonces, ni durante las seis horas siguientes. Glory no salió de la habitación salvo para llamar al hotel, para ir al servicio y para comprar unas patatas fritas y un refresco. No podía soportar la idea de encontrarse lejos si su abuela despertaba. Temía que muriera sin haber llegado a hablar con ella. Algo que no podía, ni debía, suceder.

Santos tampoco se apartó de su lado. De manera que compartieron el pequeño espacio de la habitación como dos adversarios que estuvieran obligados por las circunstancias, sin hablar, sin animarse, sin intercambiar siquiera miradas de apoyo.

Al final, Lily gimió. Santos se levantó de golpe y corrió a su lado.

– Lily, Lily… -dijo, mientras tomaba su mano-. Soy yo, Santos, estoy aquí.

Lily abrió los ojos y lo miró. Pero no podía hablar.

Glory respiró profundamente. Su corazón latía a toda velocidad. Tenía miedo. Miedo a que la rechazara la mujer que tanto deseaba conocer, miedo a no estar a la altura de sus expectativas, miedo a decir algo inapropiado que pudiera hacerle aún más daño.

– Lily -declaró Santos con suavidad-, hay alguien que quiere verte.

Glory se levantó y caminó al otro lado de la cama. La anciana mujer la observó con intensidad. Y a pesar de su terrible estado, la hija de Hope reconoció la esperanza y el reconocimiento en sus ojos.

– ¿Glory?

– Sí, abuela, soy yo. ¿Qué tal estás?

Glory miró a Santos como esperando que la animara de algún modo. Cosa que hizo, sonriendo.

– He esperado tanto tiempo… -acertó a decir Lily.

– Yo también, abuela -la tomó de la mano-. Me alegro mucho de estar a tu lado.

Lily apenas tenía fuerzas. Su mano se cerraba sobre la de Glory como si fuera la mano de un bebé. Intentó decir algo, pero no pudo. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano.

– Y.. tu madre?

Glory no sabía qué decir. No quería herirla con la verdad.

Santos se apresuró a intervenir.

– No pudo venir -dijo con rapidez-. Tenía una cita y no podía…

No terminó la frase. Sabía que no había conseguido engañarla. Lily cerró los ojos y empezó a llorar.

A Glory se le rompió el corazón. Maldijo a su madre y apretó la mano de Lily.

– Pero yo he venido, abuela. Yo he querido venir -la miró, sonriendo-. Quiero que lleguemos a conocernos. Quiero que recobremos todo el tiempo perdido.

Lily abrió los ojos de nuevo y la miró con tal agradecimiento que Glory se estremeció.

– Te quiero -susurró su nieta-. Estoy tan contenta de que por fin estemos juntas…

Glory se sentó en la cama y empezó a hablar con suavidad sobre cosas sin demasiada importancia. De vez en cuando Lily preguntaba cosas sobre su vida y la escuchaba con tanto interés como si sus respuestas fueran oro.

Santos no dejó de pasear de un lado a otro mientras tanto, como un depredador acorralado. Glory notaba su presencia de un modo tan intenso que se sentía agotada.

No pasó mucho tiempo antes de que apareciera una enfermera. Lily debía descansar.

Glory y Santos salieron de la habitación y caminaron hacia el ascensor. Santos pulsó el botón y la miró de forma beligerante.

– ¿Vendrás a verla de nuevo? -preguntó-. ¿O ya has cumplido tu deber?

Glory se sintió profundamente herida por su desprecio. Hasta entonces había pensado que habían conseguido tender un puente entre ellos, aunque fuera débil. Pero no era así. Tardó un momento en comprenderlo, suficiente, empero, para recobrar la compostura y mirarlo con frialdad.

– ¿Cómo puedes preguntar algo así? ¿Crees que esto es un juego para mí? ¿De verdad crees que haría daño a mi propia abuela, que le diría que la quiero para dejarla después abandonada?

– Es una posibilidad.

– Eres un canalla. Pienses lo que pienses, no soy como mi madre. Volveré.

– Me alegro. Significaría mucho para ella. No quiero que vuelvan a romperle el corazón.

Glory se cruzó de brazos y alzo la barbilla, desafiante.

– Para mí también significa mucho. De hecho, antes de que empezaras a insultarme había decidido darte las gracias.

– ¿De verdad? ¿Por qué?

Santos arqueó las cejas de forma exagerada. Glory deseó estrangularlo, pero se contuvo.

– Por Lily, por supuesto -apretó los dientes-. Me siento como si me hubieras hecho un gran regalo.

– Conocer a Lily es un regalo para cualquiera -puntualizó Santos, observándola con furia-. Pero no lo he hecho por ti, sino por ella.

Acto seguido, Santos se dio la vuelta y se marchó.

Capítulo 47

Hope estaba sentada en una silla, con una Biblia abierta en su regazo. Los sonidos de la cálida noche de verano se colaban a través de las persianas de la casa. Oía algún insecto, el croar de una rana, niños jugando, un perro que ladraba en algún lugar del barrio y el zumbido del ventilador de techo que se movía sobre su cabeza, refrescando el ambiente.

Apoyó la cabeza en el respaldo de la silla y cerró los ojos. Creía que, con los años, ese confuso concepto de la «oscuridad» había ido creciendo en su interior, haciéndose más fuerte. Luchaba contra sus fantasmas con más furia, pero se rendía ante ellos con más frecuencia. Y la batalla interior agotaba su energía.

No encontraba ninguna paz, salvo después de sucumbir a los ataques. Y sólo durante un corto periodo de tiempo.

Había pasado una semana completamente tranquila. Sonrió para sus adentros. En aquellas ocasiones se encontraba muy bien. Hasta llegaba a pensar que todo había sido una pesadilla, que había vencido por fin a la bestia que llevaba en su interior.

Pero la calma se rompió pronto. Glory entró, cerró la puerta de golpe y caminó hacia ella.

– ¡Me pones enferma, madre! ¿Cómo has podido?

Hope miró a su hija, sorprendida. No la había visto nunca en aquel estado. Sus ojos brillaban con una furia que había contemplado más de una vez en sus pesadillas, y en su propia imagen cuando la dominaba aquella bestia interior.