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Muy listo. Había averiguado que la chica que andaba por ahí era la hermana del guardaespaldas. La había seguido por unos cuantos lugares. Sería fácil llegar a ella. Si la necesitaba.

La seguridad, ¡qué chiste! La seguridad no era nada para un genio.

Había pensado en deshacerse del otro tipo. John Flynn . Mientras esperaba que el imbécil del guardaespaldas volviera del bar, hizo algunas pesquisas y averiguó alguna cosa acerca del hermano, que acababa de volver de América del Sur. Bobby se preguntaba por qué.

John Flynn era más esquivo. Pero pronto estaría asistiendo a un funeral, ¿no? Hmmm. Aquello podía interferir en sus planes actuales. Tendría que darse prisa. Y con las prisas venían los errores. Él no podía permitirse errores, no ahora, que estaba tan cerca de conseguir exactamente lo que quería.

Su venganza.

Además, matar a Flynn en presencia de Rowan tenía sus ventajas. Si se le ocurría resistirse, la obligaría a obedecer. Ella no podría derrotarlo, desde luego, por mucho entrenamiento que hubiera tenido en el jodido FBI. Él se había entrenado a fondo en la cárcel. La vencería con las manos atadas.

Pero lo primero era lo primero.

No encontró el libro de Lily entre las publicaciones recientes. Frunció el ceño y buscó en la tienda mientras aumentaba su frustración.

– ¿Le puedo ayudar en algo? -La dependienta era joven, rubia y pequeñita.

– ¿Dónde puedo encontrar Crimen de riesgo ?

– ¿Perdón?

Él contestó con un resoplido. Zorra estúpida.

– Una novela. Rowan Smith. Se supone que hoy tenía que estar en las librerías.

– Eh, le preguntaré al encargado. Yo no la he visto -dijo, y se escabulló.

No podía desviarse del plan. Lo del guardaespaldas había sido un divertimento especial; quería demostrarle a Lily que había estado muy cerca, que podía llegar a cualquiera. Ahora tenía que hacer las cosas al pie de la letra.

Le hizo gracia su propio juego de palabras. En cuanto se hubiera ocupado de su hermana, sería un hombre libre. ¡Qué idea más emocionante! Todos los de su familia estarían muertos, como debía ser, y por fin podría empezar a vivir. Dejarían de acosarlo en sus pesadillas con sus caras de superioridad.

Apenas se aguantaba las ganas de ver morir a Lily. La última de la familia. Y, puesto que todo había salido tan bien, quizá se ocupara también de su querido padre.

Pero ¿qué tiene de divertido matar a alguien que ni siquiera sabe quién coño es la mano asesina?

A él le había parecido increíble que su padre fuera un zombi catatónico que pasaba sus días en un manicomio. La primera vez que lo vio por detrás, sentado en una silla, mirando el jardín, pensó, qué estafa. Su padre había vencido al sistema y ahora sólo tenía que fingir que era un cubo de basura. Quería ayudarle a fugarse.

Y entonces lo miró a los ojos. Su padre ni siquiera estaba presente en aquel cuerpo magro.

Su padre siempre había sido débil. Aún así, Bobby tenía la esperanza de que pudieran trabajar juntos, compartir con él la sensación increíble de poder torcer la mente de Lily. Escoger a sus personajes y hacerlos reales. Verla sufrir.

Habían trabajado juntos antes, ¿no? Su padre había comenzado la faena y él la había acabado.

Sin embargo, su padre jamás lo habría acabado, pensó Bobby, sintiendo la rabia que se le atragantaba. Su padre era un imbécil. Siempre pidiendo perdón. Siempre poniéndose de rodillas y pidiendo que lo perdonaran.

Cabrón de mierda.

Cuando tenía catorce años, Bobby recordaba que su padre hacía precisamente eso, ponerse de rodillas ante su madre. Estaban en el patio trasero y la muy zorra hizo alguna estupidez. Se olvidó de algo. Su padre le dio una cachetada en toda la cara, y la sangre brotó de la comisura de sus labios.

Su mirada de pánico hizo que a Bobby se le acelerara el corazón. Tener todo ese poder, que a uno lo miraran con un miedo tan visceral, era apasionante. Ansiaba que llegara el día en que su madre se encogiera de miedo ante él y se diera cuenta de quién mandaba en esa casa.

Y entonces su padre hizo algo que no tenía perdón. Le cogió las manos, se puso de rodillas y le dijo que lo sentía.

¡Que lo sentía!

Le besó las manos, le rogó que lo perdonara, con el rostro bañado en lágrimas. Su padre lloraba. La rabia que se apoderó de Bobby en ese momento era un sentimiento que nunca había experimentado. Ver a su padre acobardado y, además, de rodillas, convirtió la rabia que sentía en una ira descontrolada.

Entró en la casa, incapaz de asistir a esa escena vergonzosa, de ver cómo su madre se ponía de rodillas y besaba a su padre. Lo sé, cariño, lo sé, yo también lo siento.

Los dos merecían morir.

En ese momento, algo le rozó los pies. Miró y vio el cachorro que su padre había traído a casa para toda la familia dos semanas antes. El cachorro lo miró con unos ojos marrones que le parecieron tan patéticos que tuvo ganas de darle una patada y lanzarlo al otro lado de la sala.

Pero cogió el cachorro y salió de la casa.

Nadie volvió a ver a ese estúpido perro.

Bobby sacudió la cabeza y miró a su alrededor. Ya no tenía catorce años ni estaba en casa. Estaba en medio de una estúpida librería, esperando. ¿Dónde se había metido la rubia?

Miró su reloj. Diez minutos. Estaba inquieto.

Cruzó hacia una de las cajas y se puso el primero en la fila.

– Estaba esperando para saber qué pasa con Crimen de riesgo . Estaba previsto que saliera hoy. ¿Tengo que ir a buscarlo a otra librería?

El chico delgado de la caja lo miró de manera extraña y la rubia pequeñaja se le acercó a toda prisa. ¿Por qué tenían que ser todos tan jóvenes?

– Lo siento, señor, pero el pedido no ha llegado. El gerente dice que se ha retrasado el lanzamiento y que no llegará hasta dentro de una semana, como mínimo. ¿Le puedo ayudar en alguna otra cosa?

Retrasado. ¿Por qué? ¿Era accidental, o intencionado? ¿Acaso la policía pensaba que si no tenía el libro no llevaría a cabo su misión?

Qué imbéciles. Ya les demostraría que él era más listo que todos los demás.

Salió a grandes zancadas de la librería sin decir palabra. Quizá tenía que ser así. Eso. Le dejaría su propio ejemplar del estúpido libro junto al cuerpo de la fulana. Ya le había echado el ojo a una prostituta.

Sadie.

Si creían que podían vencerlo, estaban muy equivocados. En cuanto hubiera muerto la puta, se las vería con Rowan. Con Lily.

Sintiendo una especie de pesar porque el juego llegaba a su fin, volvió a la habitación del hotel para acabar sus preparativos.