– Roger ya me llamó el otro día.
– ¿El otro día? -preguntó ella, frunciendo el ceño.
– Sí, creo que fue el miércoles.
¿El miércoles? Pero eso fue antes de que Rowan le hablara de sus nuevas sospechas. Quizás él llegó a las mismas conclusiones y no quiso preocuparla. Qué raro que no se lo mencionara cuando hablaron antes.
– ¿Qué quería?
– Exactamente lo mismo que tú. Recuerdos. Y yo le dije que no tenía nada. Bobby está muerto, y es el único que se me ocurre que sea capaz de matar tan despiadadamente.
Con el corazón desbocado, John se paseaba de arriba abajo por el pequeño piso de Tess, como un tigre enjaulado y enfurecido. La piel le ardía. Cada aliento era un golpe de dolor caliente y penetrante contra su estómago.
Michael estaba muerto.
Al contárselo a Tess, ella se puso histérica. Lloró, y sus sollozos le nacían de las entrañas; sus gritos eran agónicos. Durante una hora, se aferró a John. Culpó de todo a Rowan.
– Es culpa mía -dijo John-. Le insistí en que se tomara unas horas libres. -Para poder tirarme a Rowan. Una culpa negra le atenazaba el corazón.
– No, no, ¡es ella! ¡Tú dijiste que se guardaba unos secretos! Ella lo mató. ¡Ha matado a mi hermano!
John tardó un buen rato en calmar a Tess y convencerla de que se tendiera un rato. Ella sollozó en silencio y cuando paró, John fue a verla. Ya dormida, su cara irritada era un vivo testigo de su dolor.
La ira, la rabia y la culpa le roían las entrañas hasta que todo lo vio en rojo; su furia consumiendo hasta el último poro. Y ahora se paseaba de un lado a otro.
Mataré a ese cabrón.
Es todo culpa mía.
Michael se habría quedado en casa de Rowan si él no hubiera intervenido. Si él no hubiera estado tan confiado de que podía conseguir que Rowan hablara, y tan convencido de que Michael no sería más que un estorbo, su hermano estaría vivo. Si no hubieran discutido, Michael no habría ido al bar. Habría podido defenderse si no lo hubiera pillado con las defensas bajas. Recordaba que, según Peterson, el intruso en el piso le había disparado inmediatamente.
No había tenido tiempo de reaccionar. Pero Michael estaba entrenado. Si no hubiera estado bebido, habría tenido una oportunidad.
Quizás.
Un gemido agónico escapó de su boca y se tragó las lágrimas que le quemaban. Ya tendría tiempo para sufrir. Ahora tenía que encontrar a un asesino.
Se sirvió de alguien que le debía un favor para conseguir el número de móvil de Roger Collins, y lo llamó.
– Collins -contestó el director adjunto después de tres timbres.
– Señor Collins, soy John Flynn.
Siguió una pausa larga.
– Acabo de saber lo de su hermano. Lo siento.
– Y yo he oído cosas acerca de usted.
– ¿Y eso qué se supone que significa?
– Lo sé todo acerca de Lily MacIntosh y de que usted era su apoderado.
– ¿Rowan se lo dijo?
– Al final, se lo tuve que sonsacar, pero me lo contó todo. -John miró por la ventana del piso de Tess, concentrado sólo en obtener información-. Usted conoce los detalles de este caso. Ese gilipollas conoce el pasado de Rowan. Sabe de su familia. ¡Sabe que se llamaba Lily! -No tenía intención de gritar, pero estaba muy crispado. No ayudarás a Michael si pierdes la calma ahora.
Más tranquilo, John dijo:
– Sé que Peter MacIntosh está vivo y que ahora se llama Peter O'Brien. Por lo visto, es sacerdote en Boston. Supongo que está bien enterado del pasado de Rowan.
– ¿Peter? Anda muy perdido, Flynn.
– No lo creo. A menos que usted tenga otra idea.
Otra larga pausa.
– Tengo a un equipo vigilando a Peter desde que se produjo el segundo asesinato. No ha salido de Boston.
– Creo que tendría que contrarrestar esa información.
– Oiga, Flynn, no me diga cómo tengo que hacer mi trabajo.
John ignoró la amenaza implícita en el tono del director adjunto. Le daba igual que los funcionarios de alto rango se cabrearan.
– Usted sabe que este tío va a por Rowan. Y lo conseguirá, a menos que usted averigüe quién conoce su pasado. Al parecer, es usted el único que está en una posición para hacer algo al respecto. -Guardó silencio un momento-. Mi hermano está ahora en una morgue porque usted y Rowan ocultaron su pasado. Todos los recursos destinados a revisar sus casos son tiempo perdido. Deberíamos habernos remontado más atrás. Sin retener información. Y ustedes, al contrario, se quedaron callados. La muerte de mi hermano pesa sobre su conciencia.
– No se atreva usted a decirle eso a Rowan, señor Flynn. Rowan ha estado en el infierno y ha vuelto, y…
– Me importa un pepino. -John cerró los ojos con fuerza y se apretó el puente de la nariz. Sólo podía ver la expresión de desamparo de Rowan cuando le contaba el asesinato de su madre. Mierda.
Sin embargo, Michael estaba muerto.
– ¿Por qué no ha investigado más en profundidad, Collins? Aunque Rowan no supiera, o no entendiera, todo lo que había en juego cuando le sucedió eso de pequeña, usted sí lo entendía.
– He estado revisando viejos archivos, he hablado con gente…
– Por lo visto, no ha sido suficiente.
– Tengo a seis agentes siguiéndole la pista a la familia de los dos guardias que mató Bobby MacIntosh cuando intentó escapar.
– Debería haberlo hecho desde el principio. -John tenía la mandíbula tan apretada que apenas podía hablar.
– Flynn, estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos. ¿Acaso no se da cuenta de lo compleja que es esta situación? -Roger hablaba con un dejo de frustración, hablaba demasiado alto y rápido.
– ¿Compleja? ¿Usted qué oculta? -preguntó John. Algo no estaba del todo bien.
– No sé de qué me está hablando -dijo Roger, rápido y seco-. He estado trabajando veinticuatro horas al día sin parar desde que mataron a Doreen Rodríguez. No se crea que no he hecho todo lo posible. Me preocupa Rowan más de lo que usted se podría imaginar. Como si fuera mi propia hija.
Mi hija. Aquello le recordó al sacerdote.
– Espero que a Peter O'Brien lo investiguen a fondo y que usted piense en el asesinato de la familia de Rowan con un poco más de claridad. Alguien que tiene un conocimiento íntimo de su familia ha matado a mi hermano. Y -siguió John, en voz baja-, matará a Rowan si no damos con él antes.
– Ya lo sé. -La voz de Collins temblaba de rabia.
Bien, pensó John. Es importante que se cabree.
– Flynn, sé que es un momento difícil, pero ¿piensa seguir con este caso? ¿Tengo que reemplazarlo?
John cerró los ojos. La venganza que buscaba le pesaba en la lengua, le nublaba el juicio. ¿Era capaz de hacerlo? ¿Era capaz de proteger a Rowan?
¿O quizás él también acabaría muerto, con los reflejos anulados por la rabia en lugar del alcohol? Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Si no hubiera formado parte de todo aquello, se habría desentendido. No podía quedarse al margen, mirando lo que ocurría, preguntándose si la muerte de Michael sería vengada, o si al cabrón ése le caería cadena perpetua.
O si Rowan también acabaría muerta.
Tenía las emociones demasiado a flor de piel en lo que le concernía a ella, así que la apartó de sus pensamientos y se despidió de Collins:
– Mañana volveré. Hoy tengo que estar por mi familia.
– Le entiendo.
– Manténgame informado -dijo John, y colgó.
No podía pensar en Rowan. En ese momento, no. Aquello era un trabajo, y algo más que un trabajo. Dejaría de pensar en ella, al menos durante ese día.
Se dirigió a la habitación de Tess. Pensó que la había oído moverse mientras hablaba por teléfono, y quería asegurarse de que se encontraba bien.
– ¿Tess? -preguntó, y llamó suavemente.
No hubo respuesta.
John abrió la puerta y se quedó mirando la cama deshecha. No estaba. Tras un rápido vistazo por el piso, supo que había salido.
Y él sabía exactamente adónde había ido.
Rowan oyó el zumbido familiar de un Volkswagen en la entrada y sospechó que Tess había venido a decirle lo suyo. Cerró los ojos y se reclinó en su silla preferida, una silla de leer muy acolchada que le había fascinado al entrar en aquella casa estéril unos meses atrás con Annette.
Había pensado pasar allí el mes de julio y luego volver a su cabaña en las afueras de Denver. Echaba de menos el único lugar que consideraba su hogar desde aquella fatídica noche de hacía veintitrés años.
Pero ¿podría irse dentro de dos meses? ¿Atraparían al asesino? ¿O sería ella su próxima víctima? ¿Sería la última?
Puede que valiera la pena sacrificar su vida si ella era la última. Y si pudiera desenmascararlo a la vez.
Aquella idea, en realidad, la calmó. Venganza, justicia, paz. Después del asesinato de Michael, nada que no fuera la muerte le devolvería la paz. Aunque ella no había apretado el gatillo, ¿cómo podía vivir sabiendo que era responsable de su muerte? El asesinato de Michael estaba vivo en su alma, y temía que esa herida nunca sanara. Michael había ido a reunirse con Dani. Y con Rachel, Mel y su madre.
Mientras ella yacía satisfecha en brazos de John, a Michael lo habían acribillado.
No sabía si sería capaz de volver a mirar a John a la cara. El dolor y la agonía que seguramente estaba viviendo… y la tristeza en su rostro. Sabía muy bien cómo se sentía. Algo se le retorció dolorosamente en el estómago.
La puerta del estudio se abrió con tanta violencia que el pomo dio contra la pared y abolló el revestimiento. Entró Tess a grandes zancadas, la cara bañada en lágrimas pero con ademán decidido. El dolor. El odio. Llevaba el pelo corto y negro todo enmarañado, y tenía el vestido arrugado.
Quinn estaba detrás de ella, con cara de preocupación, pero Rowan apenas le hizo caso. Se concentró en la hermana de Michael.
– ¡Es todo culpa tuya! -exclamó Tess.
– Lo siento -dijo Rowan-. Créeme que lo siento. -Se incorporó y se giró para mirar de frente a Tess, dispuesta a asumir cualquier castigo.
– ¡Mentiste! Tú te guardas tus secretos y Michael está muerto. John me lo ha contado todo. Yo… no te perdonaré jamás. Espero que te encuentre. Espero que acabéis los dos ardiendo en el infierno.
¿Qué podía decir Rowan? Ella también esperaba que el asesino la encontrara. Entonces tendría la oportunidad de detenerlo. Y, si moría en el intento, no sería una gran pérdida para el mundo.
– Lo sé. -Fue lo único que dijo.