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David sonrió y le preguntó a Hu-lan qué había dicho la directora del Comité Vecinal.

– Te da la bienvenida al Hutong en nombre de todos los vecinos. Dice que Estados Unidos es un país muy interesante y espera tener muchas conversaciones contigo en el futuro.

– Xie-xie -le respondió la anciana, y volviéndose hacia Hu-lan añadió-: Por favor, dile que me siento muy feliz de que este lugar sea mi hogar.

Hu-lan lo tradujo como:

– El abogado Stark dice que está muy contento de volver a China y que hará lo posible por obedecer las normas del barrio y el país.

La señora Zhang soltó un bufido y se aclaró la garganta sin ningún recato.

– Pues muy bien -le dijo otra vez a David-, entonces espero que venga a pedir un certificado de boda muy pronto. En nuestro país no se estila pedirlo después de pedir el certificado de nacimiento del niño.

– La directora del comité -tradujo Hu-lan- dice que las cosas buenas llegan de a dos. Está contenta de que hayas venido y de que estemos juntos.

David alargó la mano y cogió la de la asombrada anciana.

– Haré todo lo posible por hacer feliz a Hu-lan.

La señora Zhang retiró de un tirón su áspera mano de la del extranjero y se puso de pie.

– Liu Hu-lan, sabes que somos muy indulgentes contigo, pero por favor, recuerda que debes tener cuidado. -Se inclinó hacia David y se alejó a toda prisa de la vivienda mascullando sobre los modales tan extraños del wai guo ren.

Hu-lan logró camuflar la desaprobación de la señora Zhang, pero las cosas fueron más difíciles cuando, más tarde se encontraron con el viceministro Zai en un restaurante. El viceministro hablaba inglés. Era un hombre muy sagaz y un sobreviviente de muchos cambios políticos. Cuando dejaron en la mesa los pequeños paltos y las vaporeras en miniatura, le dijo a Hu-lan:

– Tu madre ayer estaba bastante bien, pudo hablar conmigo por teléfono.

Este comentario fue un golpe para Hu-lan. No se había olvidado de Jin-li -hablaba con la enfermera de su madre todos los días desde que se habían ido a Beidaihe-, pero, de manera egoísta, se había guardado su felicidad y su intimidad con David.

– Creo que el aire del mar le hace bien. Me alegro de que esté en un lugar en el que pueda disfrutar del aire fresco del mar.

– Estuvo muchos años alejada de ti…

Lo sé, tío.

Hu-lan siempre usaba el tratamiento honorífico cuando trataba de dar a entender que había una relación muy cercana. En realidad, la de ellos era mucho más cercana que la de tío y sobrina. Con su propio padre siempre había habido capas y capas de indirectas, pero con Zai, Hu-lan sabía que las indirectas, incluso cuando se basaran en los deberes filiales y la culpa subyacente, siempre eran por su bien.

– Entonces, ¿volverá pronto a Pekín?

– Después de que David y yo regresemos del campo.

David dejó los palillos y sonrió.

– No sabía que ibas a venir conmigo.

– Le pedí a la señorita Quo que comprara billetes para los dos.

– No me lo dijo.

Con la animación del os últimos días, David y Hu-lan no habían hablado del viaje al campo. Ella tampoco había visto al viceministro Zai para hablarle de ello. Hu-lan relató rápidamente su viaje y lo que había visto: los misteriosos planos de la planta y otros documentos que le había enseñado Su-chee, la incongruencia de la escena del crimen, el extraño encuentro en la cafetería del pueblo, la visita oficial a la fábrica y lo poco que había visto y, por último, la decisión de que la única manera de saber lo que pasaba allí era meterse dentro.

– Allí pasa algo raro -dijo-. Si no, me habrían dejado ver todas las instalaciones.

– Pero sea lo que sea, seguro que no tiene que ver con el suicidio de la hija de tu amiga -señaló Zai.

– Y eso por no hablar de lo importante que Knight es ahora para mí -intervino David-. La venta es la razón principal de mi presencia en Pekín.

– Pensaba que era yo -protestó Hu-lan.

– Tú sabes lo que quiero decir, Hu-lan.

El viceministro levantó las manos para acallarlos.

– No tenéis por qué discutir, porque no hay ninguna necesidad de que Hu-lan vaya al campo. -Se volvió hacia ella-. Tienes trabajo aquí en la ciudad. Te he dado unos días libres para que visitaras a tu amiga, y ya lo has hecho. Ahora ya has vuelto a la capital, pero aún no has ido al trabajo.

– David necesita que lo ayude a instalarse.

– Ya tiene a la señorita Quo para eso. -Zai añadió-: Cuando era niño, había un dicho para las mujeres: “Nunca salgas por la puerta principal ni cruces la segunda puerta”. ¿Sabes qué significa? En las casa como las de tu familia, las mujeres no sólo no podían salir a la calle, sino que la mayoría ni siquiera debía salir a los patios interiores. Pero tú no has nacido en la época feudal, Hu-lan. No tienes que quedarte en casa para que te consideren una buena mujer.

Hu-lan se ruborizó y miró el plato.

– Te lo diré de otra manera -continuó Zai-. Si no fueras tú, ya te habrían llamado la atención.

David miró a Hu-lan confundido.

– ¿De qué está hablando?

– Hu-lan tendría que dimitir -explicó Zai- y a ti te expulsarían del país.

– Yo no he hecho nada malo -replicó David.

– No se permite que los extranjeros tengan aventuras con ciudadanos chinos -explicó Hu-lan en voz baja.

– Lo nuestro no es una aventura -corrigió David.

Hu-lan se encogió de hombros.

– Llámalo como quieras, pero el gobierno lo llama así.

Zai le habló a Hu-lan en mandarín.

– Protegí a tu padre durante muchos años, Hu-lan. Y no me arrepiento. Pero te equivocas si piensas que a mí no me vigilan. Y en cuanto a ti, quiero recordarte lo de los periódicos. Tienes dinero, sí, pero no puede protegerte eternamente. Te remito a lo que pasó con tu padre.

– Perdón, ¿pueden hablar en inglés? -interrumpió David.

Pero nadie le tradujo lo anterior.

– Tengo que entrar en esa fábrica -repitió Hu-lan, volviendo al inglés por David.

– ¿Y qué pasa con la criatura, Hu-lan -preguntó Zai-. Ya que no puedes preocuparte por ti, al menos podrías preocuparte por la seguridad del niño.

Al oír estas palabras, volvieron a la mente de Hu-lan las últimas semanas;: los casos aburridos, el trabajo liviano, la sobreprotección del inspector Lo. Seguro que Zai sabía lo del embarazo desde el principio.

Hu-lan probó por otra vía.

– Hace un minuto me censurabas por ser una antigua, y ahora me dices que no puede h hacer ciertas cosas porque estoy embarazada.

A David, como norteamericano, le costaba hablar de cuestiones tan personales con el jefe de su novia. Además, lo que Zai decía planteaba preguntas profundas sobre los papeles del hombre y la mujer, preguntas cuya respuesta no estaba muy seguro de poseer. Pero como era abogado, sabía desviar el tema de una conversación cuando era necesario.

– Si estás tan preocupada por la corrupción -le dijo-, no tienes que irte al campo para destaparla. En los pocos días que llevo en Pekín ya he visto varios casos de corrupción con extranjeros: esos edificios de oficinas, lo que cobran por poner una línea de teléfono, lo que me dijiste de los sueldos de los intérpretes…

– Todo lo que has visto es perfectamente legal -lo interrumpió Hu-lan impaciente-. Los extranjeros tienen más dinero que los chinos. Tienen que pagar más.

– ¿Cien de los grandes por una secretaria?

– ¿Tu secretaria de Los Ángeles te encuentra nuevos clientes? ¿Te presenta a la gente más importante de la ciudad? ¿Cómo crees que has encontrado tan rápido clientes nuevos?

Zai volvió a intervenir con tono conciliador.

– Lo que dice David es cierto. No hace falta irse al campo para descubrir la corrupción. Se encuentra aquí mismo, en Pekín.

– No me gusta que me digas eso -replicó ella.

– Y a mí no me gusta la idea de que tú, una hija querida, vayas a ese lugar.

– Tío, tú me formaste, me enseñaste a observar. En esa fábrica pasa algo, lo intuyo.

– Si es así, déjaselo a la policía local -respondió Zai.

– ¿Y si la policía también está implicada?

En el momento en que Zai apretó la mandíbula, como para desechar la acusación, Hu-lan sintió que las manos de David le cubrían las suyas.

– No me gusta -dijo David a Zai- y a usted tampoco, pero no podemos hacer nada para detenerla. Déjela venir conmigo. A lo mejor ni siquiera puede entrar en la fábrica. Entonces todo el asunto habrá acabado.

– ¿Y si no estoy de acuerdo? -preguntó Zai.

– Seguramente lo hará de todas formas. -David se volvió hacia Hu-lan-. Te digo que en la fábrica Knight no ocurre nada. He visto toda la documentación. Pero si, para tu tranquilidad, quieres pasar un día en la fábrica, entonces está bien. Hazlo, pero después no vuelvas a hablarnos de ello.

– Un día en la fábrica, ni uno más -concedió Zai-. Y tengo otra condición, que el inspector Lo te acompañe al campo. Puede hacer de chofer de David, si prefieres, pero quiero que tengas alguien cerca que pueda responder por si las cosas se ponen feas.

– No pasará nada -intervino David-. Está perfectamente a salvo porque la fábrica es absolutamente segura. Al final del día saldrá de allí cansada y todo habrá acabado.

– El lunes la quiero de vuelta en la oficina -insistió Zai sin abandonar la negociación-. Y hasta que nazca el crío se acabaron los días libres.

– De acuerdo -respondió David.

Los hombres miraron a Hu-lan para obtener su aprobación. Pero ella, mientras escuchaba el debate de lo que podía y no podía hacer, había tenido la extraña sensación de que perdía control sobre su propia vida. Sopesó lo que David había dicho. Se fiaba de su criterio, pero ¿y si se equivocaba y había algo delictivo en la fábrica Knight? ¿Y si estaba interpretándolo con los mismos ojos que le habían hecho ver que la primera tanda de clientes había llegado gracias a su fama y no a las conexiones de las señorita Quo?

También había cuestiones más profundas. No le gustaba mostrar su emociones ni en público ni en privado. Sin embargo, cuando David dijo que había ido a Pekín por cuestiones de trabajo y no por ella, enseguida se había notado que se sintió herida. Cuando David hizo esos comentarios sobre la corrupción en Pekín, había reaccionado criticando a Estados Unidos. Dos horas antes, sólo veía felicidad ante ella, ahora se sentía atrapada. ¿Pero esos sentimientos surgían de la conversación, de las fluctuaciones hormonales que sufría o de la profunda convicción de que no se merecía ser feliz?