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No pude enterarme de nada más sobre aquel asunto porque mi padre empezó a hablar otra vez de mi madrastra diciendo que tenía que agradecerle que me hubiese sacado del internado, y que mi lugar estaba «en casa, a su lado». Estuvo hablando de ella durante mucho rato, y comprendí por qué no estaba ella delante: sus palabras la hubiera cohibido. A mí, me cansaban. No sé muy bien qué le prometí a mi padre. Al instante me encontré entre sus brazos y su contacto me cogió de improviso. Lloré, no sé si por eso o por otro motivo, por el agotamiento o porque desde aquella pequeña charla que mi madrastra me había dado por la mañana me había estado preparando para ello. Cualquiera que fuera la razón estuvo bien que así sucediera, y me pareció que mi padre también se sentía aliviado. Luego me dijo que me acostara, estaba ya bastante cansado. «Bueno -pensé-, por lo menos se va con el recuerdo de un bonito día, el pobre.»