La primera parte de esta novela construida con suma precisión culmina en la llegada a Auschwitz. Auschwitz ocupa el centro del libro. Se trata de una llegada sobrecogedora. El protagonista y otros se han apuntado voluntariamente a trabajar en Alemania. Hombres y mujeres embanastados en un convoy se dirigen a un destino incierto («algunos de los adultos sabían que nuestro destino era una localidad llamada Waldsee» [Bosque-lago], un nombre idílico). A todo esto, el joven György Köves siente «ansia por llegar». En un alba «fresca y perfumada» se acercan a una estación. «Me preguntaron si veía el nombre de alguna localidad. Y sí, lo vi: eran dos palabras que a la luz del sol se distinguían perfectamente… Auschwitz-Birkenau.»
La primera parte está marcada por el sometimiento a la autoridad, por la aceptación de la realidad, por la asimilación del lenguaje adulto. A partir de Auschwitz, el protagonista toma conciencia de la prisión en que se encuentra, el desconcierto se apodera de él, y el sentimiento que empieza a predominar es el de odio y rabia. En este punto, la novela se torna sombría, la proximidad de la muerte resulta palpable.
Auschwitz ocupa un lugar central en la novela y también en el pensamiento de Imre Kertész. Es lo que marca su destino, lo que le hace tener un destino. Le hace ser judío («Para mi judaísmo, Auschwitz significa mucho más que el hassidismo, por ejemplo», señala en una ocasión). Es también un punto que lo separa de la ideología totalitaria del estalinismo: Kertész analiza a fondo las razones por las cuales los países estalinistas trataron de relegar al olvido la política nacionalsocialista del exterminio (véase «Sombra larga y oscura», en Un instante de silencio en el paredón). Auschwitz supone un corte en Sin destino, y también en la historia de la humanidad. La inocencia de los pasos encaminados hacia el exterminio deja de existir. György Köves cambia a partir de ahí. Su asombro es enorme. Iba a trabajar, iba a Alemania, y de pronto está preso, de pronto es alguien que huele día a día el humo de los crematorios, de la muerte. A partir de allí empieza a resquebrajarse esa armonía, esa coincidencia entre György Köves y el poder del que emanan las órdenes. El adolescente ya no trata de hacerse portavoz de la realidad. El destino lo lleva después a Buchenwald, donde conoce el trabajo, la amistad y, luego, la decadencia física y espiritual.
Las novelas de Imre Kertész buscan el diálogo como los sedientos el agua. De ahí que desemboquen en grandes conversaciones, las cuales tienen el rango de las mantenidas en las novelas de Kafka. Con dos conversaciones se cierra Sin destino: una con un periodista, la otra, con dos vecinos. En ellas se despliega el concepto de destino tan decisivo para la novela. Exhortado por sus vecinos a «olvidar… para poder vivir libremente», György Köves se niega a olvidar y asume la memoria. Sin destino culmina en un estallido de las dos formas de la memoria, la voluntaria y la involuntaria. La primera contiene un aspecto ético: el deber de la verdad, del conocimiento, del no-olvido: «… las décadas me han enseñado que el único camino practicable hacia la liberación pasa por la memoria», señala Kertész en «¿De quién es Auschwitz?» (Un instante de silencio en el paredón). Por otra parte, la novela concluye con una fiesta del recuerdo involuntario, el cual refuerza la individualidad: es el recuerdo de György, el recuerdo de su vida, de su destino, de su experiencia. «Me acordé de todo…» El adolescente recuerda, pero a través de su creación, también recuerda Imre Kertész.
El arte ha hecho posible esta fiesta. A través de la literatura vive Imre Kertész la gran catarsis que le fue negada por el estalinismo («Me salvó del suicidio [de seguir el ejemplo de Borowski, Celan, Améry, Primo Levi y otros] la sociedad que tras la vivencia del campo de concentración demostró en la forma del llamado estalinismo que no se podía ni hablar de libertad, liberación, gran catarsis, etcétera» [Diario de la galera] ). Porque si bien la novela es una ficción, es algo construido, y el personaje de György Köves un personaje inventado, lo autobiográfico desempeña un papel fundamental: no tanto en el plano de los detalles concretos, que existe (coincidencia de fechas, lugares, etc.), sino en un plano mucho más importante, mucho más interior. Escribir Sin destino fue el trabajo de liberación (esto vale también para Kaddish por el hijo no nacido). La escritura es lo que permite la gran catarsis.
De este modo llegamos también al lugar que ocupa Imre Kertész en la literatura húngara, un lugar decisivo (por cuanto la ha liberado de las ataduras del pasado) y al mismo tiempo singular. Porque él vive la escritura como una experiencia vital, existencial. De ahí la presencia continua del «yo» en su obra, de un «yo» empeñado en la liberación, en asumir la verdad de la propia existencia. Da la impresión como si Kertész trabajara con esmero la forma, pero parece hacerlo con el único fin de ir más allá de la literatura. Ésta es como la escalera que, cuando se ha llegado arriba, ya puede derribarse.
Adan Kovacsics
(Adan Kovacsics, nacido en 1953 en Santiago de Chile, estudió en Viena y vive desde 1980 en Barcelona, donde se dedica a la traducción, preferentemente de obras de las literaturas austríaca y húngara. También ha escrito artículos y ensayos sobre este ámbito temático.)