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15. «Destruid primero; la reconstrucción llegará por sí misma»

Comienza la Revolución Cultural (1965-1966)

A comienzos de los años sesenta, y a pesar de todas las calamidades ocasionadas por Mao, éste era aún el líder supremo de China, idolatrado por la población. Sin embargo, dado que eran los pragmáticos quienes aún manejaban efectivamente las riendas del país, existía una relativa libertad artística y literaria. Tras una larga hibernación, surgieron numerosas obras teatrales, óperas, películas y novelas. Ninguna de ellas atacaba abiertamente al Partido, y era rara la ocasión en que versaban acerca de temas contemporáneos. En aquella época, Mao se mostraba a la defensiva, y comenzó a recurrir cada vez más a su esposa, Jiang Qing, quien había sido actriz durante la década de los treinta. Ambos decidieron que los temas históricos estaban siendo utilizados para transmitir insinuaciones en contra del régimen y del propio Mao.

En China existía una poderosa tradición de emplear alusiones históricas como voz de la oposición, y algunas de ellas, aparentemente esotéricas, eran inequívocamente comprendidas como referencias disfrazadas a la época actual. En abril de 1963 Mao prohibió todas las «obras de fantasmas», un género rico en antiguos relatos de venganza por parte de los espíritus de las víctimas hacia aquellos que las habían perseguido. Para Mao, aquellos vengadores fantasmales aparecían incómodamente cercanos a los enemigos de clase que habían sucumbido bajo su mandato.

A continuación, los Mao dedicaron su atención a otro género, el de las «obras del Mandarín Ming», cuyo protagonista era Hai Rui, un mandarín de la dinastía Ming (1368-1644). Considerado una célebre personificación de la valentía y la justicia, el mandarín Ming protestaba ante el Emperador en nombre del atribulado pueblo llano aun a riesgo de su propia vida, tras lo cual era destituido y condenado al exilio. Los Mao sospechaban que el mandarín Ming estaba siendo utilizado para representar al mariscal Peng Dehuai, antiguo ministro de Defensa que en 1959 había denunciado la catastrófica política de Mao que había causado la penuria en todo el país. Casi inmediatamente después de su destitución, se había producido un notable resurgimiento del género del mandarín Ming. La señora Mao intentó suprimir las obras, pero tanto los escritores como los ministros de las artes hicieron oídos sordos a su requisitoria.

En 1964, Mao redactó una lista de treinta y nueve artistas, escritores e intelectuales que serían denunciados. Los calificó de autoridades burguesas y reaccionarias, estableciendo así una nueva categoría de enemigos de clase. Entre los nombres más prominentes de la lista destacaban Wu Han, un célebre dramaturgo del género del mandarín Ming, y el profesor Ma Yin-chu, quien había sido el primer economista de prestigio que recomendara la práctica del control de natalidad, motivo por el que ya en 1957 había sido tachado de derechista. Desde entonces, Mao se había dado cuenta de la necesidad del control de natalidad, pero guardaba rencor al profesor Ma por ponerle en evidencia demostrando que estaba equivocado.

La lista no se hizo pública, y aquellas treinta y nueve personas no se vieron purgadas por sus organizaciones de Partido. Mao hizo circular sus nombres entre todos los oficiales de nivel igual o superior al de mi madre, acompañándola de instrucciones para capturar a otras autoridades burguesas reaccionarias. Durante el invierno de 1964- 1965, mi madre encabezó un equipo de trabajo enviado a una escuela llamada El mercado del buey con instrucciones de buscar sospechosos entre los profesores más destacados y aquellos que hubieran escrito libros o artículos.

Ante aquello se había mostrado anonadada, debido especialmente a que la purga amenazaba a algunas de las personas que más había admirado. Asimismo, no le resultaba difícil ver que incluso si se aplicaba en la búsqueda de «enemigos» no lograría encontrar ninguno ya que, entre otras cosas, el recuerdo de las recientes persecuciones había logrado que pocos osaran abrir la boca. Decidió revelar su situación a su superior, el señor Pao, quien había sido puesto a cargo de la campaña en Chengdu.

El año de 1965 llegó a su fin y mi madre no había hecho nada. El señor Pao no la presionó en absoluto. La falta de acción reflejaba el sentimiento que imperaba entre los funcionarios del Partido. Muchos de ellos estaban cansados de persecuciones, y querían continuar con su labor de mejorar las condiciones de vida y desarrollar una existencia normal. Sin embargo, no se opusieron abiertamente a Mao y, de hecho, continuaron promocionando el culto de su personalidad. Los pocos que contemplaban su deificación con inquietud sabían que nada podían hacer para detenerla: Mao poseía tal poder y tal prestigio que su culto resultaba irresistible. Lo más que podían hacer era dedicarse a cierta forma de resistencia pasiva.

Mao interpretó la reacción de los funcionarios del Partido a su convocatoria de caza de brujas como una indicación de que su lealtad se estaba debilitando, así como de que sus corazones se orientaban hacia las políticas que seguían Deng y el presidente Liu. Sus sospechas se vieron confirmadas cuando los periódicos del Partido se negaron a publicar un artículo autorizado personalmente por él en el que se denunciaba a Wu Han y su obra acerca del mandarín Ming. El propósito que había animado a Mao a publicar el artículo era involucrar al pueblo en la caza de brujas, pero se encontró con que el sistema del Partido -que hasta entonces había funcionado como intermediario entre él y el pueblo- le aislaba ahora de sus subditos. En efecto, había perdido las riendas. El Comité del Partido en Pekín -en el que Wu Han ejercía el cargo de alcalde delegado- y el Departamento Central de Asuntos Públicos, encargado de las artes y los medios de comunicación, se enfrentaron a Mao negándose a denunciar o destituir a Wu Han.

Mao se sintió amenazado. Veía en sí mismo la figura de un Stalin a punto de ser denunciado en vida por un Kruschev. Deseaba desencadenar un ataque estratégico y destruir a Liu Shaoqi -hombre al que consideraba el Kruschev chino-, a su colega Deng y a todos los seguidores que tuvieran en el Partido. Bautizó aquel proyecto con el engañoso nombre de Revolución Cultural. Sabía que se trataba de una batalla que habría de librar en solitario, pero ello le proporcionaba la embriagadora sensación de que estaba desafiando nada menos que al mundo entero a la vez que maniobrando en gran escala. Sentía incluso cierto vestigio de autocompasión al imaginarse a sí mismo como el trágico héroe que ha de enfrentarse a un enemigo colosal cual era la inmensa máquina del Partido.

El 10 de noviembre de 1965, tras fracasar repetidamente en sus intentos por publicar en Pekín el artículo que denunciaba la obra de Wu Han, Mao logró por fin que apareciera impreso en Shanghai, ciudad gobernada por sus seguidores. Fue en aquel artículo donde, por primera vez, apareció el término Revolución Cultural. El propio periódico del Partido, el Diario del Pueblo, se negó a reimprimir el artículo, y lo mismo sucedió con el Diario de Pekín, considerado la voz de la organización del Partido en la capital. En provincias, hubo algunos periódicos que sí lo publicaron. En aquella época, mi padre era supervisor del periódico provincial del Partido, el Diario de Sichuan, y se mostró opuesto a su publicación, que entendía claramente como un ataque al mariscal Peng y a un llamamiento a la caza de brujas. Acudió a ver al hombre que estaba a cargo de los asuntos culturales de la provincia, y éste sugirió telefonear a Deng Xiaoping. Deng no estaba en su despacho, y la llamada fue atendida por el mariscal Ho Lung, íntimo amigo de Deng, miembro del Politburó y la misma persona a la que mi padre había oído decir en 1959: «Realmente, es él [Deng] quien debería estar en el poder.» Ho dijo que no se publicara el artículo.

Sichuan fue una de las últimas provincias que lo publicó, por fin, el 18 de diciembre, mucho después de que el Diario del Pueblo hubiera terminado por hacer lo propio el 30 de noviembre anterior. En este último, el artículo no apareció hasta que el primer ministro Zhou Enlai, quien había emergido como apaciguador de la lucha por el poder, le hubo añadido una nota firmada por el director en la que afirmaba que la Revolución Cultural había de tratarse de una cuestión académica, lo que significaba que no debería considerarse política ni conducir a condenas políticas.

A lo largo de los tres meses siguientes, tanto Zhou como el resto de los oponentes de Mao realizaron intensas maniobras para intentar descabezar la caza de brujas de Mao. En febrero de 1966, mientras éste se encontraba de viaje lejos de Pekín, el Politburó anunció una resolución según la cual las discusiones académicas no debían degenerar en persecuciones. Mao se había mostrado opuesto a dicha resolución, pero se hizo caso omiso de sus deseos.

En abril, se solicitó de mi padre que preparara un documento redactado según el espíritu de la resolución emitida por el Politburó en febrero y destinado a guiar la Revolución Cultural en Sichuan. Redactó lo que luego se conocería como el Documento de Abril. En él, se decía que los debates debían ser estrictamente académicos y no debían permitirse acusaciones disparatadas. Todos los hombres eran iguales ante la verdad, y el Partido no debía servirse de la fuerza para suprimir a los intelectuales.

Justamente antes de su publicación, prevista para el mes de mayo, el documento se vio súbitamente bloqueado. El Politburó adoptó una nueva decisión. Esta vez, Mao había estado presente y se había salido con la suya gracias a la complicidad de Zhou Enlai. El presidente anuló la resolución de febrero y declaró que todos los intelectuales disidentes y sus ideas debían ser eliminados. Subrayó el hecho de que eran precisamente funcionarios del Partido Comunista quienes habían protegido a esos mismos intelectuales disidentes y a otros enemigos de clase. Calificó a dichos funcionarios como «aquellos que, desde el poder, siguen los pasos del capitalismo», y les declaró abiertamente la guerra. Comenzaron a ser conocidos como los «seguidores del capitalismo», y la ingente Revolución Cultural fue oficialmente desencadenada.

¿Quiénes eran exactamente estos «seguidores del capitalismo»? Ni siquiera el propio Mao estaba seguro de ello. Sí sabía que quería sustituir a la totalidad de los miembros del Comité del Partido en Pekín, y así lo hizo. También sabía que quería desembarazarse de Liu Shaoqi, de Deng Xiaoping y de «los enclaves burgueses en el Partido», pero ignoraba quiénes dentro del vasto sistema que formaba el mismo le eran leales y quiénes eran seguidores de Liu, Deng y su «camino hacia el capitalismo». Según sus cálculos, tan sólo controlaba un tercio del Partido. Decidido a no dejar escapar ni a uno solo de sus enemigos, resolvió el derrocamiento de todo el Partido Comunista. Aquellos aún fieles a él sabrían sobrevivir a la tormenta. En sus propias palabras: «Destruid primero; la reconstrucción llegará por sí misma.» A Mao no le inquietaba una posible destrucción del Partido: el Mao Emperador siempre predominaría sobre el Mao Comunista. Tampoco le inquietó la posibilidad de perjudicar a alguien innecesariamente, ni siquiera a aquellos que le eran más leales. Uno de sus grandes héroes, el antiguo general Tsao Tsao, había pronunciado una frase inmortal que Mao admiraba sin tapujos: «Prefiero ofender a todos cuantos viven bajo el cielo que permitir que nadie que viva bajo el cielo llegue a ofenderme a mí.» El general había proclamado aquello cuando descubrió que había asesinado a una pareja de ancianos por error ya que, de hecho, el viejo y la vieja a quienes había juzgado como traidores en realidad le habían salvado la vida.