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Pocos años antes, las fuerzas comunistas habían atravesado remotas zonas de Sichuan durante los casi diez mil kilómetros de su Larga Marcha, la cual terminó por llevarles a una pequeña población del Noroeste llamada Yan'an. Los compañeros del grupo de teatro habían hablado a menudo de Yan'an como un lugar incorrupto y eficiente en el que reinaba la camaradería: el sueño de mi padre. Así, a comienzos de 1940 inició su larga marcha particular hacia Yan'an. Primero viajó a Chongqing, donde uno de sus cuñados, oficial del Ejército de Chiang Kai-shek, escribió una carta para ayudarle a atravesar las zonas ocupadas por el Kuomintang y atravesar el bloqueo que Chiang Kai-shek había dispuesto en torno a Yan'an. Tardó casi cuatro meses en realizar el viaje, y llegó por fin en abril de 1940.

Yan'an se encuentra en la Meseta Amarilla, una zona árida y remota del noroeste de China. Dominada por una pagoda de nueve alturas, gran parte de la ciudad consistía en hileras de cuevas excavadas en los amarillentos riscos. Mi padre había de hacer de aquellas cuevas su hogar durante más de cinco años. Mao Zedong y sus dispersas fuerzas habían llegado allí en diferentes etapas entre 1935 y 1936, al final de la Larga Marcha, tras lo cual habían hecho de Yan'an la capital de su república. La población estaba rodeada de territorio hostil; su principal ventaja era su aislamiento, que la convertía en un objetivo difícil de atacar.

Tras un corto período en una escuela del Partido, mi padre solicitó el ingreso en una de las más prestigiosas instituciones del mismo, la Academia de Estudios Marxistas-Leninistas. El examen de ingreso era bastante duro, pero gracias a sus lecturas nocturnas en el desván de la librería de Yibin obtuvo el primer puesto. Sus compañeros de ingreso quedaron estupefactos. Muchos de ellos procedían de grandes ciudades como Shanghai, y desde el principio le habían considerado un paleto de provincias. De este modo fue como mi padre se convirtió en el investigador más joven de la Academia.

A mi padre le encantaba Yan'an. En su opinión, quienes allí vivían eran gente llena de entusiasmo, optimismo y voluntad. Como todos los demás, los líderes del Partido vivían con sencillez, lo que suponía un notable contraste con los funcionarios del Kuomintang. Yan'an no era una democracia, pero se le antojaba un paraíso de justicia comparado con el lugar de donde procedía.

En 1942, Mao inició una campaña de rectificación por la que se invitaba a hacer críticas sobre el modo en que se gobernaba Yan'an. Un grupo de jóvenes investigadores de la Academia encabezados por Wang Shi-wei y entre los que se incluía mi padre exhibieron carteles en los que criticaban a sus líderes y exigían más libertad y el derecho a una mayor expresión individual. Su acción causó tal revuelo que el propio Mao acudió a leer los carteles.

A Mao no le gustó lo que vio, y convirtió su campaña en una caza de brujas. Wang Shi-wei fue acusado de trotskista y de espía. De mi padre, entonces el miembro más joven de la Academia, dijo Ai Si-qi -máximo exponente del marxismo en China y uno de los líderes de la misma- que había «cometido una equivocación sumamente ingenua». Anteriormente, Ai Si-qi había alabado a menudo a mi padre, calificándole de poseer una mente brillante y aguzada. Mi padre y sus amigos fueron sometidos a implacables críticas y durante meses se les obligó a realizar sesiones intensivas de autocrítica en las reuniones del Partido. Se les dijo que habían causado el caos en Yan'an y que habían debilitado la unidad y disciplina del Partido, lo que podía perjudicar la gran causa que tenía como objetivo salvar a China de los japoneses, la pobreza y la injusticia. Una y otra vez, los líderes del Partido les inculcaron la necesidad absoluta de mostrar una sumisión completa al Partido por el bien de la causa.

La Academia se cerró, y mi padre fue enviado a enseñar historia antigua de China a campesinos semianalfabetos que habían alcanzado el puesto de funcionarios en la Escuela Central del Partido. Sin embargo, aquel episodio había hecho de él un converso. Como tantos otros jóvenes, había depositado su vida y su fe en Yan'an. No podía dejarse decepcionar tan fácilmente. Consideró la severidad con que había sido tratado no sólo justificada sino incluso como una noble experiencia que había de limpiar su alma para la misión de salvar a China. Creía que el único modo en que aquello podía conseguirse era a través de medidas disciplinarias -acaso drásticas- entre las que había que incluir un inmenso sacrificio personal y la subordinación total del individuo.

Había también actividades menos exigentes. Realizó un recorrido de las zonas circundantes recolectando poesía popular y aprendió a bailar con gracia y elegancia al estilo occidental, lo que resultaba sumamente popular en Yan'an (muchos de los líderes comunistas, incluyendo el futuro primer ministro, Zhou Enlai, hacían lo propio). Al pie de las secas y polvorientas colinas discurría formando meandros el río Yan, el cual, repleto de cieno y de color amarillo oscuro, constituye uno de los afluentes que alimentan el majestuoso río Amarillo. En él solía mi padre nadar a menudo; le encantaba practicar el estilo espalda mientras contemplaba la sencilla pagoda.

La vida en Yan'an era dura pero estimulante. En 1942, Chiang Kai-shek reforzó su bloqueo. El suministro de alimentos, ropa y otras necesidades se vio drásticamente reducido. Mao exhortó a todos a coger la azada y la rueca y producir por sí mismos los bienes de primera necesidad. Mi padre terminó convirtiéndose en un excelente hilandero.

Permaneció en Yan'an durante toda la guerra. A pesar del bloqueo, los comunistas habían reforzado su control sobre amplias zonas, especialmente en el norte de China, detrás de las líneas japonesas. Mao había calculado acertadamente, y los comunistas habían obtenido un espacio vital indispensable. Al terminar la guerra, afirmaban controlar en mayor o menor medida un total de noventa y cinco millones de personas -el veinte por ciento de la población- distribuidas en dieciocho áreas de base. Igualmente importante, habían adquirido experiencia acerca de cómo gobernar y administrar la economía en las más duras condiciones, lo que les resultó sumamente útil. Su habilidad organizativa y su sistema de control eran siempre fenomenales.

El 9 de agosto de 1945, las tropas soviéticas inundaron el nordeste de China. Dos días después, los comunistas chinos les ofrecieron cooperación militar contra los japoneses, pero su oferta fue rechazada: Stalin apoyaba a Chiang Kai-shek. Aquel mismo día, los comunistas chinos comenzaron a enviar unidades armadas y asesores políticos al interior de Manchuria, una iniciativa que, como todos comprendían, había de ser de crucial importancia.

Un mes después de la rendición japonesa, mi padre recibió la orden de abandonar Yan'an y dirigirse a un lugar llamado Chaoyang y situado en el sudoeste de Manchuria, a unos mil cien kilómetros al Este, cerca de la frontera con la Mongolia Interior.

En noviembre, después de caminar durante dos meses, mi padre y los miembros de su pequeño grupo llegaron a Chaoyang. La mayor parte del territorio consistía en áridas colinas y montañas. Era casi tan pobre como Yan'an. La zona había formado parte de Manchukuo hasta tres meses antes. Un pequeño grupo de comunistas locales había proclamado su propio «gobierno». El antiguo Kuomintang clandestino hizo lo propio, y nuevas tropas comunistas acudieron desde Jinzhou -situada a unos ochenta kilómetros-, arrestaron al gobernador del Kuomintang y lo ejecutaron… por «conspiración para derrocar el Gobierno comunista».

El grupo de mi padre se hizo cargo de la situación con la autorización de Yan'an, y al cabo de un mes la administración funcionaba ya normalmente en toda el área de Chaoyang, en la que vivían aproximadamente cien mil personas. Mi padre fue nombrado jefe adjunto de la zona. Una de las principales acciones del nuevo Gobierno consistió en exhibir carteles anunciando los aspectos de su política: puesta en libertad de todos los prisioneros; clausura de todas las casas de empeño (los artículos empeñados podrían recuperarse sin cargo alguno); cierre de los burdeles y concesión a las prostitutas de seis meses de sostenimiento por parte de sus dueños; apertura de todos los almacenes de grano para distribución del mismo entre los más necesitados; confiscación de todas las propiedades de japoneses y colaboracionistas y protección de la industria y el comercio chinos.

Aquellas medidas resultaron enormemente populares, ya que beneficiaban a los pobres, esto es, la inmensa mayoría de la población. Chaoyang nunca había conocido un gobierno que pudiera calificarse siquiera de moderadamente bueno; había sido saqueado por diferentes ejércitos durante el período de los señores de la guerra y posteriormente ocupado y exprimido por los japoneses durante más de una década.

Pocas semanas después de que mi padre iniciara su nueva labor, Mao envió a sus fuerzas la orden de retirarse de todas las ciudades vulnerables y de las principales rutas de comunicación para retornar al campo: «dejad la carretera y ocupad el terreno que se extiende a ambos lados de ella», y «rodead las ciudades desde el campo». La unidad de mi padre se retiró de Chaoyang hacia el interior de las montañas. Con la excepción de algunos arbustos campestres y algún que otro avellano y frutal silvestre, se trataba de una zona casi completamente desprovista de vegetación. Por la noche, la temperatura descendía en torno a los -35 °C y soplaban vientos helados y huracanados. Casi no había qué comer. Tras el júbilo de contemplar la derrota de Japón y su propia y súbita expansión a grandes zonas del Nordeste, la aparente victoria de los comunistas parecía convertirse en cenizas. Mi padre y sus hombres, refugiados en cuevas y míseras cabañas campesinas, padecían un ánimo sombrío.

Tanto los comunistas como el Kuomintang maniobraban para obtener ventaja frente a la reanudación de la guerra civil a gran escala. Chiang Kai-shek había vuelto a instalar su capital en Nanjing y, con ayuda de Norteamérica, había transportado gran cantidad de tropas al norte de China con órdenes secretas de ocupar todos los lugares estratégicos a la mayor velocidad posible. Los norteamericanos enviaron a China a uno de sus principales generales, George Marshall, para que intentara persuadir a Chiang de formar un gobierno de coalición en el que los comunistas actuaran a modo de socios minoritarios. El 10 de enero de 1946 se firmó una tregua que había de entrar en vigor el día 13. El día 14, el Kuomintang entró en Chaoyang e inmediatamente comenzó a organizar un enorme cuerpo policial armado y una red de inteligencia, así como a armar a las patrullas de los terratenientes locales. En conjunto, reunieron una fuerza de cuatro mil hombres destinada a exterminar a los comunistas de la zona. En febrero, mi padre y sus hombres se hallaban en fuga, retrocediendo más y más hacia territorios cada vez más inhóspitos. La mayor parte del tiempo se veían obligados a ocultarse con los campesinos más pobres. En abril no había ya ningún lugar al que pudieran escapar, y hubieron de disgregarse en grupos más pequeños. La guerra de guerrillas constituía el único modo de sobrevivir. Al fin, mi padre instaló su cuartel general en un lugar conocido como el Poblado de las Seis Haciendas, situado en una zona montañosa en la que nace el río Xiaoling, a unos cien kilómetros al oeste de Jinzhou.