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El invierno, por supuesto, no puede ser contado. Entonces sólo cruza el puente quien tiene necesidad de hacerlo y avivando el paso e inclinando la cabeza bajo el frío viento, que sopla constantemente por el río.

Entonces, por supuesto, nadie se detiene en las terrazas abiertas de la kapia. Pero en cualquier otra estación, la kapia es una verdadera bendición para grandes y pequeños. En estas épocas, cualquier habitante puede, a una hora u otra del día y de la noche, ir a la kapia y sentarse en el sofá o alrededor de él, ya sea por sus asuntos o simplemente para hablar con sus amigos.

Proyectado y elevado unos quince metros por encima del verde y ruidoso río, el sofá de piedra parece volar en el espacio, sobre el agua, entre las colinas verde oscuro de los tres lados, con el cielo y las nubes o las estrellas encima y con el horizonte desprendido río abajo, como un anfiteatro estrecho y cerrado al fondo por unas montañas azules.

¿Cuántos visires o cuántos ricos hay en el mundo que puedan mostrar su alegría o su preocupación, o su placer, o su ocio en un lugar semejante? Pocos, muy pocos, pero, ¿cuántos de los nuestros, en el curso de los siglos y en la sucesión de las generaciones, han esperado, sentados aquí, en el sofá, la aurora o la hora de la oración de la tarde o las horas nocturnas en que toda la bóveda celeste se desplaza insensiblemente sobre nuestras cabezas?

Son muchos aquellos de entre nosotros que se han sentado aquí con el rostro entre las manos y acodados sobre la piedra lisa y bien tallada y, en presencia del juego eterno de la luz sobre las montañas y de las nubes en el cielo, han desenredado los hilos siempre idénticos, pero siempre intrincados de distinto modo, de los destinos de los habitantes de nuestra ciudad. Alguien ha afirmado hace mucho tiempo (se trataba ciertamente de un extranjero que bromeaba) que esta kapia influía en el destino de la ciudad e incluso en el carácter de sus habitantes. Este extranjero afirmaba que es preciso buscar la llave de la tendencia a la meditación y al ensueño de muchos vichegradeses, en estos interminables ratos de reposo en la kapia y que en ellos reside una de las principales razones de la serenidad melancólica que constituye un rasgo bien conocido de su carácter.No se puede sin duda negar que los vichegradeses, si se les compara con los habitantes de otras ciudades, han sido considerados como personas ligeras, inclinadas a los placeres y al gasto. Su ciudad se encuentra en una situación favorable; los pueblos circundantes son fértiles y ricos, y es verdad que el dinero corre en abundancia por la ciudad de Vichegrado, pero que nunca se detiene en ella mucho tiempo.

Y si se encuentra un patrón economizador y que se administre bien, sin ninguna pasión, se trata indefectiblemente de un recién llegado; pero el agua y el aire de Vichegrado son tales que ya los niños nacen con las manos abiertas y los dedos separados, y tocados por la infección general de dispendio y despreocupación, viven con la divisa: "A nuevo día, nueva ganancia".Se dice que el viejo Novak, cuando se sintió agotado y tuvo que retirarse de la lucha y abandonar el oficio de haiduk 1 en Rumania, dio al adolescente Gruitsa, cuando este último hubo de sustituirle, los consejos que siguen:

– Cuando estés emboscado, mira bien al viajero que se acerca. Si ves que cabalga orgullosamente, y que lleva un chaleco rojo, medallas de plata y polainas blancas, se trata de un habitante de Fotcha ². Ataca inmediatamente, pues llevará dinero consigo y en sus alforjas. Si ves a un viajero modestamente vestido, cabizbajo, acurrucado sobre su caballo, como si fuese a mendigar, golpea a placer, pues es un habitante de Rogatitsa³ . Así son todos, avaros y solapados, pero forrados de dinero. Ahora bien, si ves a un loco que, con las piernas cruzadas sobre la silla de su montura, toca su tamboril y canta a grito pelado, no hieras ni te manches las manos en vano; deja pasar a tal holgazán: es un vichegradés y no tiene nada, pues entre ellos, el dinero no dura.

Todo esto bastaría para confirmar el pensamiento que acabamos de exponer de este extranjero. Y, sin embargo, es difícil afirmar con certeza hasta qué punto sea exacto. Como en tantas otras cosas, aquí tampoco es sencillo determinar lo que es causa y lo que es efecto. ¿Es la kapia la que hace que los habitantes sean lo que son o, por el contrario, fue imaginada en su espíritu y su inteligencia, y construida según sus necesidades y sus costumbres?

Cuestión superflua y vana. No hay construcciones fortuitas, separadas del medio humano en que han crecido y de sus necesidades, deseos e ideas, como no hay líneas arbitrarias ni formas sin motivo en arquitectura. Pero el origen y la vida de cada construcción grande, hermosa y útil, así como su relación con la aglomeración en medio de la cual ha sido levantada, llevan con frecuencia implícitos ciertos dramas e historias complicados y misteriosos. En todo caso, una cosa es cierta: entre la vida de las gentes de la ciudad y este puente existe un lazo íntimo y secular. Sus destinos están tan entremezclados que no se imaginan ni se pueden contar separadamente…

Por eso la leyenda sobre el origen y el destino del puente es, al mismo tiempo, el relato de la vida de la ciudad y de sus habitantes, de generación en generación de la misma manera que a través de todas las narraciones sobre la ciudad pasa la línea del puente con sus once arcos y una kapia que corona su centro.

1 . El término "haiduk" significa bandido; pero ha de entenderse no en el sentido de un vulgar salteador de caminos, sino en el de una especie de insurrecto y "bandido generoso", huido a las montañas. (N. del T.)

2. Fotcha, pequeño pueblo comerciante, a la orilla derecha del Drina. (N. del T.)

3. Rogatitsa, pueblo de alguna importancia, emplazado a orillas de un afluente del Drina. (N. del T.)