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La gente raspa esas huellas lechosas que se ven a lo largo de los pilares haciendo una especie de polvo medicinal que venden a las mujeres que, después del alumbramiento, no tienen leche. En el pilar central del puente, bajo la kapia, hay una abertura más grande, algo así como una puerta estrecha sin hojas, como una tronera gigantesca. Se dice que en ese pilar hay una gran estancia, una sala oscura, en la cual vive un árabe negro. Esto lo saben todos los niños. En sus sueños y en sus relatos, en los que rivalizan las mentiras, el negro interpreta un gran papel. A quien se le aparece, debe morir. Ningún niño lo ha visto todavía porque los niños no mueren, pero una noche fue visto por Klamid, un mozo de cuerda asmático, de ojos inyectados en sangre y siempre borracho o afligido por una eterna enfermedad del cabello; y aquella misma noche murió, allí, junto al muro. A decir verdad estaba borracho perdido y pasó la noche en el puente, bajo un cielo sereno, con una temperatura de quince grados bajo cero. Los niños miran a menudo a través de esa abertura tenebrosa como si se tratase de un abismo que espanta y que atrae. Se ponen todos de acuerdo para mirar fijamente y para que el primero que vea algo lance un grito. Con la boca abierta, temblorosos de curiosidad y de miedo hunden la mirada en esa grieta ancha y sombría, hasta que un muchacho anémico tiene la impresión de que la abertura comienza a balancearse y a desplazarse como una cortina negra, o hasta que uno de sus compañeros, burlón y decidido (siempre hay alguno de ese género), grita: "¡El negro!" y finge huir. Esa reacción turba el juego y suscita la decepción y la indignación de aquellos que gustan de los juegos de la imaginación, que detestan la ironía y que creen que mirando atentamente se puede ver verdaderamente algo y experimentar alguna sensación. Pero por la noche, durante el sueño, muchos luchan con aquel árabe del puente, como con el destino, hasta que su madre los despierta y los libera de la pesadilla. Y mientras ella le hace beber agua fría "para expulsar el pánico" y le obliga a pronunciar el nombre de Dios, el muchacho, extenuado por los juegos del día, vuelve a dormirse con el sueño pesado del niño en el que el pavor no puede aún desarrollarse ni durar mucho tiempo.

Más arriba del puente, sobre la orilla escarpada de calcárea gris, a ambos lados se ven, a intervalos regulares, dos cavidades circulares, emparejadas como si se hubiesen esculpido en la piedra las huellas de las herraduras de un caballo de tamaño sobrenatural; vienen de arriba, del Viejo Burgo, y bajan por la pendiente rocosa hasta el río, apareciendo de nuevo en la otra orilla, donde se pierden bajo tierra y bajo la vegetación.

Los niños que, en el verano, pescan pececillos durante todo el día a lo largo de esta orilla pedregosa, saben que son huellas de los pasos de antiguos guerreros, que se remontan a tiempos muy antiguos. Entonces vivían en aquella tierra héroes de gran altura; la piedra aún no había adquirido consistencia, era blanda como la tierra y los caballos eran como los héroes: de un tamaño gigantesco. Para los niños servios, únicamente, se trata de las huellas de las herraduras de Charats 1 . Están allí desde los tiempos en que Kralievitch Marko, que estaba en prisión arriba, en el Viejo Burgo, se escapó, bajó la colina y, de un salto, atravesó el Drina sobre el cual entonces no había el puente. Pero los niños musulmanes saben que no fue Kralievitch Marko y que no podía ser él (¿desde cuándo un cristiano y un bastardo habría adquirido tal fuerza y poseído tal caballo?), sino Djerzelez Alia² sobre su jumento alado, quien como se sabe despreciaba las barcas y a los barqueros y atravesaba de un salto los ríos como si fuesen riachuelos. Los niños ni siquiera discuten sobre este asunto; unos y otros están convencidos del sólido fundamento de sus creencias. Y no hay precedente de que nunca nadie haya conseguido disuadir a alguno de los otros, ni de que alguno haya cambiado su punto de vista.

En estas cavidades redondas, anchas y profundas como grandes escudillas, el agua se conserva mucho tiempo después de la lluvia, como en recipientes de piedra. Los niños llaman pozos a esas cavidades llenas de agua, de lluvia tibia, y unos y otros, sin distinción de creencias, echan en ellos los pececillos, generalmente gobios, que pescan con anzuelo.

En la orilla izquierda, algo separado e inmediatamente por encima del camino, hay un gran túmulo de tierra, pero de una tierra dura, gris y petrificada. Nada crece ni florece salvo una hierbecilla, dura y punzante como un alambre de acero.

Ese túmulo es el blanco y la frontera de todos los juegos infantiles que se desarrollan en torno al puente.

Antaño, se llamó a ese lugar la tumba de Radislav. Según cuentan, fue un jefe servio, un hombre poderoso.

Cuando el visir decidió construir un puente sobre el Drina y pidió gente, todos se sometieron y se incorporaron a la leva. Únicamente se rebeló aquel Radislav; levantó al pueblo y lanzó al visir la orden de que abandonase aquel trabajo, porque encontraría grandes dificultades para construir un puente sobre el Drina.

Y efectivamente, el visir se vio y se deseó para apoderarse de la persona de Radislav; se trataba de un mozo que dejaba atrás el común de los mortales: no había fusil ni sable que pudieran batirle: lo destruía todo como un torbellino. A tal extremo llegaba la fuerza del talismán que llevaba consigo. Y quién sabe lo que habría ocurrido, ni si el visir habría logrado llegar a construir el puente, si uno de sus servidores, hombre hábil y astuto, no hubiese logrado sobornar y pagar al criado de Radislav. Así fue posible sorprender a este último y estrangularlo mientras dormía, tras haberle atado con cuerdas de seda, ya que su amuleto sólo era ineficaz contra la seda. Nuestras mujeres creen que hay una noche al año en la que se puede ver descender del cielo una fuerte luz que cae sobre el túmulo. Esto sucede en otoño, entre la Navidad y la Asunción de la Virgen. Pero los niños que, crean o no en esta leyenda, permanecen velando cerca de las ventanas que dan a la tumba de Radislav, no han logrado nunca ver el fuego del cielo, pues antes de la medianoche el sueño ha hecho presa en ellos. En compensación, hay viajeros que sin pensar siquiera en la leyenda, han visto, al regresar por la noche a la ciudad, una luz blanca sobre el túmulo, tras el puente.

Por el contrario, los turcos de la ciudad cuentan, desde tiempos muy remotos, que en aquel lugar murió, mártir de su fe, un derviche llamado Chekn-Turkhania que fue un gran héroe y defendió en ese punto el paso del Drina contra un ejército de infieles. Y si no hay en el lugar una lápida funeraria, ni un turbé 1 , es porque tal fue el deseo del derviche; quiso ser enterrado así, sin signo ni marca distintiva, para que no se supiese que él yacía allí.

Y así, si alguna vez un ejército de infieles se lanzaba al asalto por aquellos parajes, él se alzaría y los detendría, como otra vez lo hizo, impidiendo que fuesen más allá del puente. Sólo el cielo, en compensación, ilumina a veces su túmulo, con su luz.

Así pasa la vida de los niños de la ciudad: bajo el puente y en torno al puente, en un juego gratuito o en sueños pueriles. Pero esa vida, con los primeros años de su madurez, se traslada al puente, a la kapia donde la fantasía juvenil encuentra otro alimento y nuevos dominios, aunque al mismo tiempo se inicien las preocupaciones, las luchas y los trabajos de la existencia.

En la kapia y alrededor de ella nacen los primeros sueños de amor, las primeras ojeadas lanzadas al pasar, las reflexiones y los cuchicheos.

También nacen aquí los primeros negocios, las querellas y los acuerdos, las citas y las esperas; aquí sobre el parapeto de piedra se exhiben para la venta las primeras cerezas y los primeros melones, los saleps 2 de la mañana y el pan candeal aún caliente.

Aquí se reúnen los mendigos, los lisiados y los leprosos, junto a los muchachos sanos que quieren ver o ser vistos o que tienen algo que ofrecer relativo a frutas, vestidos o armas.

Aquí se sientan frecuentemente las personas notables y de edad madura, para conversar un poco de los asuntos públicos y de las preocupaciones comunes, pero aún más a menudo son los jóvenes los que acuden para charlar, cantar y bromear.

Aquí también, con ocasión de los grandes acontecimientos y de las conmociones históricas, se fijan los manifiestos y las proclamas (en el muro, bajo la estela de mármol con inscripción turca y por encima de la fuente), y es aquí, por fin, donde hasta 1878 se ahorcaba y se empalaban las cabezas de todos aquellos, que, por cualquier razón, hubiesen sido ejecutados. Y en esta ciudad fronteriza, sobre todo durante aquellos años agitados, las ejecuciones eran frecuentes, e incluso en determinados momentos, cotidianas.

Las bodas y los entierros no pueden cruzar el puente sin detenerse en la kapia.

Habitualmente, las bodas se preparan y el cortejo se alinea en la kapia antes de hacer su entrada en el centro de la ciudad.

Si los tiempos son tranquilos y sin preocupaciones, la botella de rakia 1 pasa de boca en boca, se canta, se baila el kolo ² y, a menudo, se permanece allí mucho más tiempo de lo que se pensaba. En los entierros, los que llevan el cadáver lo dejan unos minutos para descansar un momento, precisamente aquí, en la kapia, donde el difunto pasó buena parte de su vida.

La kapia es el punto más importante del puente, de igual modo que el puente es la parte más importante de la ciudad, o, como escribió en su diario de viaje un viajero turco a quien los vichegradeses trataron bien, "su kapia es el corazón del puente, el cual es el corazón de esta ciudad que ha de permanecer en el corazón de todos".

La kapia demuestra hasta qué grado los antiguos arquitectos, de los cuales se dice en las leyendas que luchaban contra las hadas y contra toda clase de monstruos, y que hacían emparedar a los niños vivos, hasta qué grado repito, tales arquitectos ponían de manifiesto su inteligencia cuando se trataba, no sólo de la solidez y de la belleza de la construcción, sino de la utilidad y de las comodidades que obtendrían las generaciones posteriores. Y cuando se conoce la vida actual de esta ciudad y se reflexiona bien, es forzoso decirse a uno mismo que es, efectivamente, bien pequeño el número de gentes que en Bosnia tiene ocasión y delectación semejantes a las que todo habitante de Vichegrado, aun el último de ellos, pueda tener en la kapia.

1 . Charats, caballo que perteneció a Kralievitch Marko, héroe de la poseía popular. (N.del T.)

2. Héroe musulmán legendario. (N. del T.)


1 . El turbé es un mausoleo musulmán, rematado por una columna blanca. (N. del T.)


2. Bebida turca muy densa y azucarada. (N. del T.)


1 . Especie de aguardiente. (N. del T.)

2. Baile nacional yugoslavo. (N. del T.)