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1971

Festival anual del crimen en Sarajevo: la población se disfraza con la piel de los animales que sacrificó Franz Ferdinand. El heredero del trono va en un coche disparando desde el Ayuntamiento hasta el Museo del Crimen. Miles de víctimas caen moribundas al pequeño río ¿Vuelve a haber guerra?, ¿sigue habiendo guerra?

En la esquina, sale de la multitud el que hace el papel de Príncipe y dispara al asesino de masas en el corazón.

Cayó en brazos del fantasma de la Humanidad.

Tolstoi disfrazado de escarabajo en un baile. ¿Le hubiera gustado a Kafka, que veneraba a Tolstoi, leer esto después de haber escrito La Metamorfosis ?

El Lector que no puede dejar de leer, que lee y lee, que lee cada vez más, cada vez más libros antiguos, se ha convertido en un personaje no despreciable, una especie de hombre de confianza de los demás, que se fían de él: si no deja de leer -piensan – encontrará lo decisivo.

Lo cínico como una especie de movimiento de masas de nuestro tiempo. Un inmenso tonel de Diógenes en el que se han juntado cientos de miles de personas.

En el verdadero poeta lo que más valoro es lo que silencia por orgullo.

No me interesa comprender de un modo preciso a una persona a la que conozco. Lo que me interesa es exagerarla de un modo preciso.

Uno se pregunta lo que Dios hubiera dicho si hubiera mirado a Tolstoi. Rezar se ha rezado bastante, pero es difícil que esto pueda interesarle a Dios.

Sólo los acontecimientos debieran haber preocupado a Dios ya. Tal vez Tolstoi hubiera provocado los celos de Dios. Tal vez lo hubiera tomado por hermano.

No puedo olvidar su imagen; lo estoy viendo como si fuera un antepasado. Cuánta fuerza debe haber dado a los hombres el culto a los antepasados. ¿A qué rendimos culto? ¿A qué podemos rendir culto?

Hay que decir que Tolstoi llegó a los ochenta y dos años y Dostoyewsky sólo a los cincuenta y nueve. Veintitrés años es mucho tiempo. ¿Existiría verdaderamente Tolstoi si hubiera muerto en 1887?

Es completamente imposible escapar a la injusticia de las edades.

Quiero a Dios todo lo más como a un Tolstoi.

Mejorar sólo puede significar una cosa: saber mejor. Pero tiene que ser un saber que no le deje a uno en paz, un saber que le acose. Un saber que tranquilice es letal.

Es muy importante que uno rechace algunos saberes. Hay que poder esperar el momento en el que un saber se convierte en aguijón: todo presentimiento es el dolor de este mismo presentimiento.

¡Qué desastre tener sólo una edad determinada! A uno le gustaría tener al mismo tiempo dos edades distintas y saberlo. «¿Cuántos años tiene usted?» – «Veintisiete y sesenta y cinco.»«¿Y usted?» – Cuarenta y uno y doce.»

De estas edades dobles se podrían sacar nuevas y fascinantes formas de vida.

Desvergüenza del rico que aconseja a pobres.

Se perfectamente qué es ser «burgués». Así que uno pronuncia esta palabra, vuelvo a no saberlo.

Uno no sabe nunca qué va a pasar si de repente las cosas cambian. Pero ¿sabe uno lo que pasará si no cambian?

«Paso por encima de dos chicos pequeños que están en el suelo y que se abrazan el uno al otro como si fueran monos. Unos fugitivos dicen que hace aproximadamente una semana incendiaron su pueblo y mataron a todo el mundo excepto a ellos dos. "Hace tres días que los tenemos aquí", dice el médico, y nadie sabe quién son". Están tan horrorizados de lo que han visto que no pueden hablar. Lo único que hacen es estar aquí en el suelo y abrazarse el uno al otro. Es casi imposible separarlos, ni siquiera el tiempo necesario para darles de comer. Es difícil decir cuándo van a recuperar el habla.»

Las palabras que preceden son triplemente horribles. Algunos no pueden leerlas. Sin embargo las olvidan.

¿Sería posible que la sensibilidad de los que no están curtidos porque no lo han visto…, que su sensibilidad actuara sobre los que estuvieron presentes? Este horror que no se pudo conformar porque no se tuvo que conformar, ¿tiene esta función?

Si esto fuera así, tendría algún sentido que algunos hombres no hubieran sido nunca asesinos. Pero el número de éstos es demasiado pequeño y el de los que han matado o han sido testigos de ello es demasiado grande.

Quizá no hay ni un solo hombre que merezca tener un hijo.

¿Eran los males del infierno más pequeños cuando todavía creíamos en él? El modo de ser infernal de cada uno de nosotros ¿era más soportable cuando sabía adónde iría a parar? Ahora, orgullosos de haber suprimido el infierno, lo estamos extendiendo por todas partes.

Los últimos hombres no llorarán.

El enemigo de mi enemigo no es mi amigo.

También yo soy de los «mansos» que intentan explicar el crimen y que con ello lo disculpan a medias. Odio el castigo que los hombres seguros disponen. Detesto la coacción. Pero conozco también perfectamente los abismos de maldad del ser humano. los conozco por mí mismo.

¿Es, pues, mansedumbre para mí lo que yo consigo con estas explicaciones?

No, pidiéndome cuentas a mí mismo soy duro.

Me he salvado del crimen y con ello de todo castigo público. ¿Cómo puedo querer para otros hombres castigos que no serán nunca para mí? ¿Tendría uno que cometer crímenes para aceptar castigos? No, esto sería petulancia e hipocresía.

¿Qué procedimiento habría para reconocer la justicia que hay en los castigos sin simplificar la realidad?

Un país en el que los jueces se castigan a sí mismos junto con los reos. No hay justicia que no tengan que sentir en su propia carne. No hay castigo que no les afecte a ellos. No hay absolución que no redunde en beneficio suyo, sólo que no tienen que pagar.

Con las autoacusaciones no se adelanta nada. Cuanto más a fondo van, tanto más acaban en una confiada autosatisfacción. «¡Hay que ver cómo soy! ¡Hasta esto puedo ¡decírmelo impunemente!»

Ciertas palabras, nota uno, son demasiado terribles para todo el mundo menos para uno mismo.

Todos los pesimismos de la historia de la Humanidad juntos no tienen ningún peso en comparación con la realidad. Ninguna de las viejas religiones puede ser suficiente. Todas ellas provienen de períodos idílicos.

Encontrar el camino a través del laberinto del propio tiempo, sin sucumbir al propio tiempo pero también sin escapar de él.

Tendría más confianza en sí mismo si todavía no hubiera oído decir nada de sí mismo.

¿Si resultara que nosotros, los eternos penitentes del futuro, hubiéramos vivido en el mejor de todos los tiempos?

¿Si nos envidiaran por los millones de bengalíes que se mueren de hambre?

¿Si se rieran de nuestra insatisfacción y de nuestra miserable conciencia viéndoles como actitudes biedermeier?

¿Si investigaran una y otra vez, y de miles de maneras, cómo hemos conseguido tener tanta libertad, tanto aire, tantos pensamientos?

¿Si explicaran nuestra ignorancia con el súmun de la humanidad y vieran en nuestra aversión a la muerte una inocente afición al crimen?

Los ciegos, esta gente que saben siempre más.

Este ingenio en todos los ámbitos de la vida y que cada vez los va separando más unos de otros; y esta falta de ingenio para tender puentes que salven los abismos que separan un ámbito de otro.

¡Tantos hombres en la cabeza, y lo que estos hombres han dicho!; y, no obstante, esto tiene que encontrarlo y decirlo uno mismo.

En la vanidad de su dialéctica se reserva toda decisión hasta que ya no es capaz de decidir nada y a esto lo llama pensar.

Maneja su sierra, alternativamente por dos lados. Lo que él corta deja de existir.

Su serrín es a veces muy agudo.

Muchos pensamientos-gusano: si los cortas en dos, siguen creciendo.

Esta vida total, inmensa, que se multiplica de un modo infinito. ¿Para nosotros? Esto sólo puede creerlo Dios.

Todos los días se le ocurrían mil estructuras; de tantas estructuras ya no podía dormir; hablaba, comía, tragaba, se vaciaba de estructuras. Cuando me encontraba con él, me recitaba nuevas estructuras; cuando me marchaba, se despedía con estructuras.

A partir de determinada edad de los interlocutores, todo diálogo articulado tiene lugar de un modo caótico y diabólico, como si para ambos lo importante fuera cubrirse y zafarse con una cabellera de palabras arrancada de otro.

Con todo, no hay nada más presuntuoso que una cabellera de palabras. A las palabras sólo se las oye si se las reenvía a aquel de quien han salido. En su viaje de regreso deben suscitar sueños sobresaltados que se confían agradecidos al hombre honrado que las ha encontrado.

Un sueño que aparece y desaparece es lo más grande que los hombres pueden conseguir unos de otros.

El tiempo en el que le interesa algo es su tiempo. Estar libre del horario de otros.

Pero estar libre del propio horario: intercambiar las consecuencias, preferirlas, dejarlas para más tarde, recordarlas, olvidarlas.

No sobreestimar lo inhabitual. Poner espinos en lo habitual.

Gracias a que es una persona olvidadiza, al fin ha sido algo de él.

Para ser. libre hoy, sirve a todos los señores del pasado y del futuro.

Los cosmonautas rusos estaban muertos cuando llegaron a la Tierra. Aterrizaron felizmente y en el aterrizaje, sin ninguna herida exterior, murieron. Si les falló el corazón es que los tres corazones iban a la par. Un final más patético que si hubieran desaparecido en el espacio. Así es como les encontraron, un aviso. Lo mejor sería que jamás se llegara a saber la razón de su muerte. Pero habría que meditar muy seriamente sobre la tristeza del pueblo ruso por sus tres muertos. Si misiones de este tipo pudieran cumplir la función de las guerras, a modo de participación colectiva en una empresa que comporta un riesgo para la vida, entonces, a pesar de todo, los viajes espaciales tendrían un sentido.