Un hombre aparentemente gordo, formado por doce delgados, bien empaquetados, que pían a la vez.
Al Coleccionista de Elogios le molesta el silencio de las calles. Las recorre incansablemente para obligarlas a elogiarle y le pone de mal humor su resistencia. Para él los periódicos son demasiados cotidianos. Los hombres, después de cogerlos, los vuelven a tirar juntamente con su fotografía. ¿Tendría bastante con que cada día viniera algo nuevo sobre él en el periódico? ¡No! Sin duda necesita los periódicos – los estuvo leyendo hasta que se encontró allí…-, pero quiere mucho más.
Quiere arrinconar los sucesos del mundo. Quiere que se ocupen de él, no de terremotos y guerras. Encuentra totalmente absurdo todo lo que la Luna ha dado que hacer a los hombres. Le tiene rabia a la Luna porque se habló tanto de ella.
El Coleccionista de Elogios llena una casa con su nombre. Guarda el más pequeño trozo de papel en el que éste esté escrito y también el más grande.
De vez en cuando se lee toda la casa, una y otra vez lo mismo, aunque sean cosas viejas. Sin embargo prefiere lo nuevo.
Espera nuevos giros, frases que todavía no haya oído nunca, toda una lengua del elogio inventada sólo para él. Los muertos, de vez en cuando, pueden ser también objeto de estas alabanzas; se granjea su bendición.
El Coleccionista de Elogios estaría dispuesto a castigar con la pena de muerte toda difamación o, simplemente, toda crítica. No es una persona inhumana, no lamenta la abolición de la pena capital; sólo en casos especiales, es decir, cuando se trata de él habría que volverla a instaurar.
El Coleccionista de elogios no deja escapar ningún elogio; hasta para lo que se ha dicho dos, tres y cuatro veces tiene sitio. Va engordando, engordando, pero le gusta. Encuentra siempre mujeres que le amen por estar tan gordo. Lamen sus elogios y esperan sacar algo de ello.