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Una juventud inventada que, en la vejez, se convierte en verdadera.

Un adulador que ve horrorizado cómo todos los hombres se convierten en aquello que les dice que son.

Dinero saltarín, como pulgas.

Una mujer que no consigue darle celos al hombre que ama. Cuanto más intenta confundirle, tanto más seguro está él de ella. Hace todo lo posible para afear su propia imagen ante él; a los ojos de éste, brilla cada vez con mayor pureza. Contrata a personas que le cuenten las cosas más terribles de ella. El lo oye y se ríe. Ni siquiera se indigna. Lo oye como si se tratara de otra persona.

Su inmutabilidad la atormenta más y más y, con el fin de arruinar su propia imagen, empieza a hacer cosas que le repugnan. Consulta con el peor enemigo de él, y éste le sugiere el punto en el que su amado va a ser más vulnerable. Esto hace que él se reconcilie con su enemigo. Todo lo que le lleva a ella acaba siendo hermoso y querido.

No se puede prever cómo va a terminar esta historia.

Oídos para no oír, oídos para volar, oídos para obedecer.

Helicópteros enanos que aterrizan en calvas.

El juez está sentado en el suelo; todos los demás están de pie a su alrededor; los acusados cuelgan del techo. La sentencia se dice en voz baja. Si es absolutorio, bajan al acusado del techo y lo admiten entre los que están de pie. En cambio, al condenado lo ponen al lado del juez y éste frota su mejilla con la de aquél. Luego, el juez le da un beso en los ojos que ya no va a poder abrir más: su castigo.

Volver a sacar de los nombres su emoción.

¿Para qué las inefables víctimas, la sangre de los animales, el tormento y la culpa?… ¿Para que nosotros muramos también?

Miserable el que sabe. Qué miserable tendría que ser Dios, omnisciente.

Ni a Goethe se le ahorró la agonía. Sin embargo le echan unas cuantas horas más de paz para que dé una impresión de mayor belleza, una impresión más de acuerdo con sus costumbres.

Un último deseo que va dando vueltas a la tierra y que no cambia a lo largo de los siglos.

Nubes en vez de pensamientos; toman la forma de cabezas de pensadores; el viento las arrastra y ellas se deshacen en forma de una lluvia que cae sobre países pobres en pensamientos.

Calles que sienten dolor. La gente aprende a no abusar de sus sentimientos.

Libros que pueden escoger a sus lectores y que se cierran a la mayoría de ellos.

Una familia en la que nadie conoce el nombre de nadie, una familia discreta.

La poetisa dice: he tomado de otros cada una de las líneas que he escrito. Todos aquellos de quienes he copiado me aman. Me he hecho famosa. Ha sido muy fácil. Una no debe decir nunca nada aparte lo que dice en las líneas tomadas de otros. El silencio es poderoso. ¡Cómo les halagan estas líneas a sus autores! Jamás me encuentran aburrida. Me prestan su prestigio. El que conoce la generosidad de la vanidad no yerra nunca.

Estuve también en algunos lugares. Eran lugares escogidos, como la gente de quienes yo copiaba. Todos estos lugares son mi biografía. Es necesario que no sean demasiados. Son lugares famosos; todo el mundo se acuerda fácilmente de sus nombres. Su fama ha pasado a mi nombre.

Un pensador . Empieza apartándolo todo. Díganle lo que le digan, nada es verdad. Llega uno, se presenta y dice su nombre. «¿Cómo dice?» – «Fulano de tal.» – «¿Qué quiere decir usted con eso?» – «Me llamo así.» – «¿Pero esto qué significar?»

Llega uno y dice de dónde es. «Esto no quiere decir nada.» – «He nacido allí.» – «¿De qué lo sabe?» – «Siempre lo he sabido.» – «¿Estaba usted?» – «!Tengo que haber estado allí a la fuerza!» – «¿Se acuerda?» – «No.» – «Entonces, ¿de dónde sabe que es verdad?»

Llega uno y nombra a su padre. – «¿Dónde vive?» – «Está muerto.» – «Entonces no existe.» – «Pero era mi padre.» – «Los muertos no existen, luego su padre no existe, luego no es su padre.»

Llega uno Y cuenta dónde estuvo ayer. «¿Cómo sabe usted esto?» – «Estuve allí.» – «¿Cuándo?» – «Ayer.» – «Ayer ya no existe. No hay ayer. Luego no estuvo usted en ninguna parte.»