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Para la metamorfosis creo haber encontrado una llave; la he metido en la cerradura, pero no le he dado la vuelta. La puerta está cerrada y no se puede entrar. Va a costar mucho trabajo todavía.

El orden del pensamiento en torno a cuatro o cinco palabras puede todavía tener sentido; deja algo de espacio. Lo terrible son los místicos de una palabra.

Aún en el caso de que la admire, la sutilidad de un personaje literario, como producto de este tiempo, suscita en mí contradicción: veo en este personaje una excesiva autocomplacencia. Para que el escritor le pueda dar la patada que merece tiene que haber algún sitio donde le duela.

Después de la primera guerra, para algunos escritores todavía era posible contentarse con respirar y pulir cristales. Pero hoy, después de la segunda, después de las cámaras de gas y de las bombas atómicas, el ser humano, en su estado de amenaza y humillación extremas, exige más. Hay que ir al nivel primario y elemental del ser del hombre, tal como existió siempre, y curtir las manos y el espíritu en él. Hay que tomar al hombre tal como es, duro e irredento. Pero no hay que permitirle que profane la esperanza. Sólo de la más negra de las constataciones puede emanar esta esperanza; si no es así, se convierte en una sarcástica superstición que acelera el final, cada vez más inminente.

Los relojes cada vez más graciosos, el tiempo cada vez más peligroso.

Lo más difícil es reducirse cuando uno se ha colmado tanto a sí mismo. La ilusión de este hombre, que cree que todo depende de él, es tan falsa como la autosatisfacción del que está siempre vacío. El que se ocupó de lo más terrible y al mismo tiempo de lo mejor tiene que volver a ser sencillo, como al principio. Las visiones que ha conseguido no puede utilizarlas como un bien privado, debe confiarlas a los hombres y deshacerse de ellas.

Distanciamiento de la obra sin que ésta le desagrade a uno. Leemos sin darnos cuenta de lo que leemos. Esto produce una sensación de frío como la que se tiene a la puesta del sol.

Las ciudades en las que uno ha vivido se convierten en barrios de la ciudad en la que uno muere.

Ahora vuelve a sumergirse en el mar de lo no leído y sale a la superficie rejuvenecido y resoplante; orgulloso, como si le hubiera robado el tridente a Poseidón.

La retractación de Galileo que encontramos en Brecht me ha recordado la de Fünfzig en los «Emplazados». Es una retractación para ganar tiempo, pero que no cambia en lo más mínimo el modo de pensar y sentir del que está amenazado. Fünfzig está concebido de un modo más estricto y va más lejos: no puede perder de vista lo que ha hecho con su pasión por la verdad. El Gableo de Brecht, que está concebido antes, puede comerse aún tranquilamente su asado de pato. Carece de toda una dimensión, de aquella que para los hombres de hoy es la más importante. ¿Qué derecho tengo yo a una verdad explosiva que yo solo conozco?, ¿no tengo que intentar hacerla inocua a todo precio? Justamente en mí, que soy todavía su único portador, es en quien tiene que empezar su proceso de domesticación y de difusión.

Así, la verdad tiene un doble peso. Encontrarla e imponerla es sólo una cara de este peso; la otra, infinitamente más seria, es la de la responsabilidad.

De no ser así, dando un rodeo, les devolvemos a los inquisidores la razón que habían perdido ya a medias. A Galileo no se le puede acusar porque se ha retractado; todavía no ha escrito los Discorsi . Pero se le puede acusar porque puede comerse un pato sin sospechar nada : para él el futuro es ciego.

De repente se acabó toda fe. Un sentimiento de infinita felicidad se difundió entre los hombres. Cada uno bailaba solo hasta caer redondo. A cierta distancia de los demás se volvía a levantar. El sol brillaba con más fuerza. Pero el aire era tenue. El mar se hizo incomprensible.

Las lamentaciones por los muertos intentan devolverles la vida; ésta es su pasión. Las lamentaciones deben proseguir hasta que lo consigan. Pero desisten demasiado pronto: una pasión insuficiente.

Sería posible que a aquel que se niega a matar se le impidiera al fin toda decisión libre. Y aunque se quedara petrificado del todo: no puede matar.

¡Qué miedo le dan sus propias palabras! Lo que dice tiene un poder tan grande sobre él que nunca le deja libre. Después de los primeros estadios de dolor agudo que esto que ha dicho le ha provocado, se tumba de lado y espía. Luego se levanta otra vez de un salto, se levanta seguro de un salto y se precipita sobre él como si esto se acabara de decir en aquel momento. Sus propias palabras no tienen fuerza hasta que no las ha oído. Vienen de él y sin embargo parece que vengan de un país extranjero. El se pone totalmente a merced de ellas; huir sería imposible, pero él tampoco quiere huir. A menudo se precipita entre ellas; por la derecha y por la izquierda le aplastan con gran estruendo; como más le gusta entregarse a ellas es en forma de chaparrón. No es un caos lo que provocan en él, son dolores fuertes y distintos. Lo que dicen, aunque sea muy oscuro lo comprende; de dónde vienen es para él un enigma.

Uno que halaga hasta que, para deshacerse de él, le corresponden amablemente. Sobre estas respuestas él se construye su propia reputación.

Desde casa la fama es siempre engaño. Luego, de vez en cuando ve se que detrás había algo. ¡Qué sorpresa!

En toda vida se pueden encontrar los muertos de los que uno se ha alimentado. En hombres tiernos, buenos, bastos, malos…, en todas partes hay muertos de los que se ha abusado. ¿Cómo puede soportar la vida uno que sepa esto de sí mismo? Dándoles a sus muertos la propia vida, no perdiéndola jamás y eternizándoles a ellos

Yo no soy un escritor: no puedo callar. Pero en mí callan muchos hombres que no conozco. Sus exabruptos me convierten de en vez cuando en escritor.

Todos los creyentes con los que me encuentro, basta con que lo sean de verdad, despiertan mi simpatía. La expresión ingenua y sencilla de su fe me conmueve, y cuando parece tan absurda que resulta risible, entonces es cuando más me conmueve.

Pero no pueden ser creyentes de una fe dueña del mundo de hoy. Así que detrás noto el poder de una iglesia triunfante, así que advierto que el creyente intenta cubrirse con este poder, emplearlo para amenazar y amedrentar, me entra asco y horror.

¿Es la fe lo que me conmueve o es sólo la fe derrotada?

En la tristeza se prepara siempre algo, pero no le sirve a uno de nada decírselo.

Mi tristeza no tiene nada de liberador. Porque sé muy bien, demasiado bien, que contra la muerte no he hecho absolutamente nada.

¿Ataraxia? ¿Aprender la indiferencia? ¿Allí donde uno es más vulnerable? ¡Ojalá sea esto exactamente lo que nunca se pueda aprender!

Sólo soporto los sueños como un todo virginal, como un misterio. Son algo tan extraño que uno los va comprendiendo muy lentamente. Los sueños de los otros sólo puedo entenderlos de un modo aislado. Uno los toma con cautela y repugnancia. Ay del loco que los interpreta inmediatamente; los pierde y nunca más los vuelve a tener; se marchitan antes de haber brotado.

Pero tampoco hay que ir amontonando sueños que jamás han tenido que ver los unos con los otros. Su sangre les viene de su irradiación en la realidad. Su transformación en algo verdadero y real lo es todo en el sueño, pero ésta tiene lugar de un modo distinto a como se la imaginan normalmente los intérpretes. El sueño tiene que dar vida a la realidad penetrando en ella, de todas las maneras posibles, desde ésta y desde aquella dirección, y sobre todo desde las más insospechadas. Como una bandada de pájaros, el sueño se posa aquí y allá; levanta el vuelo y da media vuelta; desaparece y apenas ha desaparecido, vuelve a oscurecer la luz del sol. Lo impalpable del sueño es lo más palpable de él; sin embargo, tiene forma, pero tiene que ganársela él mismo porque se escurre en las formas de la realidad y no se le puede dar forma desde fuera.

Son imprevisibles los daños que pueden causar los sueños interpretados. Esta destrucción permanece oculta, pero ¡cuán sensible es un sueños No se ve sangre alguna en el hacha del matarife cuando arremete contra la tela de araña, pero ¡lo que ha destruido!… y jamás vuelve a tejerse lo mismo. Muy pocos sospechan el carácter único e irrepetible de todo sueño, de qué otra manera si no podrían desnudarle y convertirlo en lugar común…

Tal vez el único que ha tratado el sueño con el respeto que merece es Klee, como lo más inviolable que tiene lugar en el ser humano.

Es difícil volver a encontrar los pasos y los sonidos de hombres inocentes después de que uno ha estado ocupado en la implacable caza de poderosos. ¡Cómo los hemos odiado y cómo nos hemos acostumbrado a este odio! ¿Y hay que volver a ser ingenuo y sencillo, dulce, complaciente? Es como si se hubiera jubilado y, después de una vida entera cazando monstruos, se pusiera a cultivar flores. El cazador no olvidará nunca lo que fue y, por lo menos en sueños, se cazará a sí mismo.

Cada palabra debe recordar que una vez fue algo que se podía coger. La redondez de las palabras: están en la mano.

Una vida que no saque de sí misma comedias y papeles es inimaginable. Hasta un idiota tiene su coquetería; hasta a un santo que no va con la gente le buscan.

Una mujer que sonríe a todo el mundo, que lleva su sonrisa a la más grande de las confusiones, que en la más gran penuria no abandona su sonrisa, que sonríe en el lecho de muerte y muere sonriendo para agradar a todos los que la vean muerta. Sonríe en el ataúd y bajo tierra.

No basta con pensar, hay que respirar también. Son peligrosos los pensadores que no han respirado lo bastante.

El que realmente supiera qué es lo que une a los hombres unos con otros estaría en situación de salvarlos de la muerte. El enigma de la vida es un enigma social. Nadie sabe nada de él.