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Todo es mejor que «yo», pero ¿dónde ponerlo?

Su pesar; que todavía no se haya abierto a la más pequeña expresión de vida. Su pesar: los decenios de arrogancia.

La megalomanía del intérprete: se siente más rico que la obra; su interpretación es la medida de esta riqueza.

Se considera mejor que él mismo; le gusta tener una opinión muy buena y muy mala de sí mismo.

¿Qué significa que hay que ser mejor? ¿Más abierto? ¿Más complaciente? ¿Es mejor esto realmente? ¿Más claro? Sí, ¿Más de acuerdo consigo mismo? No demasiado. ¿Más tranquilo? No sé.

A veces he deseado poder vaciar mi cabeza de todo lo que se ha instalado en ella y empezar a pensar de nuevo, como si jamás hubiera habido allí nada. Ahora ya no tengo este deseo. Acepto a los pobladores de mi cabeza e intento llevarme bien con ellos.

Es posible que me haya convertido en habitante de una pequeña ciudad.

En un diario italiano leo la noticia de una monja que acaba de morir a la edad de cien años.

Había muerto ya una vez, cuando era una muchacha de diecisiete años; habían cerrado el ataúd con clavos, cuando su hermana se empeñó que lo abrieran de nuevo. Entonces volvió en sí y se incorporó. A raíz de este milagro tomó la decisión de hacerse monja y consagrar su vida a Dios. De este modo, después de su primera muerte vivió aún ochenta y tres años.

El hombre tiene la grandeza que tenga su miedo; puede conocerlo y aguantarlo y vivir con él sin olvidarlo jamás.