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– ¿Iremos al mar mañana? -preguntó Kevin mientras regresaban al camión.

– Si quieren. Creo que ya están bien preparados, pero si lo prefieren, podemos pasar otro día en la piscina.

– No, yo ya estoy listo.

– ¿Estás seguro? No quisiera apresurarlos.

– Estoy seguro -respondió de inmediato.

– ¿Qué haremos el resto del día? -preguntó Theresa.

Garrett comenzó a cargar los tanques de oxígeno en la parte posterior del camión.

– Pensé que podríamos ir a navegar. Parece que el tiempo será magnífico.

– ¿Crees que también pueda aprender a hacer eso? -preguntó Kevin ansioso.

– Claro. Te nombraré mi segundo de a bordo.

– ¿Necesito algún tipo de certificado?

– No. Eso depende del capitán, y como yo soy el capitán, puedo hacerlo de inmediato.

– ¡Fantástico! -Kevin miró a Theresa con los ojos desmesuradamente abiertos y ella casi pudo leer sus pensamientos: “Primero aprendo a bucear y luego me nombran segundo de a bordo. ¡Esperen a que se lo cuente a mis amigos!”

Garrett acertó cuando predijo que habría un clima ideal y los tres pasaron un rato maravilloso en el mar. Garrett le enseñó a Kevin lo básico acerca de la navegación: desde cuándo y cómo cambiar de curso hasta anticipar la dirección del viento tomando como punto de referencia a las nubes. Al igual que la primera vez que se reunieron, llevaban sándwiches y ensalada, pero esta vez cedieron a una familia de marsopas que jugueteaba alrededor del velero mientras comían.

Ya era tarde cuando regresaron a los muelles y después de que Garrett le enseñó a Kevin cómo resguardar el bote para protegerlo de una tormenta inesperada, los llevó de vuelta al motel. Como los tres estaban agotados, Theresa y Garrett se despidieron apresuradamente y cuando él llegó a su casa tanto Theresa como Kevin ya se habían dormido.

A la mañana siguiente Garrett los llevé a su primera expedición de buceo en el mar. Después de que pasó el nerviosismo inicial, comenzaron a divertirse y terminaron utilizando dos tanques cada uno. Gracias al tranquilo clima de la costa, el agua estaba transparente y la visibilidad era magnífica. Garrett les tomó algunas fotografías cuando exploraban uno de los buques que naufragó en las aguas poco profundas de la costa de North Carolina.

Volvieron a pasar la tarde en la casa de Garrett. Después Kevin se quedó dormido frente al televisor y Garrett y Theresa aprovecharon para sentarse juntos en el porche trasero, acariciados por la brisa húmeda y cálida.

– No puedo creer que ya nos marchemos mañana por la noche -dijo Theresa-. Estos últimos dos días volaron.

Él la rodeó con el brazo y la acercó. Theresa le puso la cabeza en el hombro. El silencio hizo que llegara de lejos el sonido de las olas que rompían en la playa.

– ¿Sabes, Garrett? En realidad me siento muy cómoda contigo.

– ¿Cómoda? Lo dices como si fuera un sofá.

– No quise que sonara así. Me refiero a que cuando estamos juntos me siento muy bien conmigo misma.

– ¡Qué bueno!, porque yo también me siento muy bien contigo.

– ¿Muy bien? ¿Eso es todo?

Él movió la cabeza.

– No, no es todo.

La miró y luego volvió los ojos al mar. Después de un momento susurré en voz baja:

– Te amo.

Theresa oyó cómo las palabras se repetían en su cerebro. Te amo. Y esta vez sin ambivalencias.

– ¡Oh, Garrett…! -comenzó ella con incertidumbre, antes de que él la interrumpiera con un movimiento de cabeza.

Theresa, no espero que sientas lo mismo. Sólo quiero que sepas lo que yo siento -le pasó un dedo con suavidad por la mejilla y los labios-. Te amo, Theresa.

– Yo también te amo -le aseguré ella con ternura, articulando las palabras con la esperanza de que fueran verdad.

Luego se abrazaron por largo rato.

Pasaron el último día en Wilmington practicando como lo habían hecho antes, y cuando terminaron su lección final, Garrett les entregó sus certificados.

– Ahora puedes bucear cuando quieras y donde quieras -le dijo a Kevin, que sostenía el certificado como si fuera de oro-, pero recuerda que no es seguro bucear solo. Siempre ve con alguien que te acompañe.

Theresa pagó la cuenta del hotel y Garrett los llevó al aeropuerto. Una vez que Theresa y Kevin abordaron, él se quedó algunos minutos para observar cómo el avión comenzaba a alejarse de la puerta de abordaje.

Ya en sus asientos, Theresa y Kevin hojearon algunas revistas. Durante la primera parte del viaje, Kevin se volvió de pronto y le preguntó:

– Mamá, ¿piensas casarte con Garrett?

Theresa tardó un momento en responder.

– No estoy segura. Sé que no quiero casarme con él inmediatamente. Todavía tenemos que conocernos.

– Pero, ¿es posible que quieras casarte con Garrett en el futuro?

– Tal vez.

Kevin pareció aliviado.

– Me alegra. Te veías muy feliz cuando estaban juntos.

Ella se acercó y le tocó la mano.

– Bueno, ¿qué habrías dicho si te hubiera contestado que quiero casarme con él de inmediato?

Él lo pensó un momento.

– Supongo que me habría preguntado dónde íbamos a vivir.

Por más que lo intentó, a Theresa no se le ocurrió una buena respuesta. Era cierto. ¿Dónde vivirían?