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Capítulo Seis

– ¿Cómo que no comerás conmigo hoy? Lo hemos hecho durante años. ¿Cómo es posible que se te haya olvidado?

– No lo olvidé, papá. Es sólo que hoy no puedo ir.

Jeb Blake guardó silencio al otro extremo de la línea telefónica.

– ¿Por qué tengo la sensación de que me estás ocultado algo?

– No tengo nada que ocultar

Theresa llamó a Garrett desde la ducha para pedirle que le llevara una toalla. Garrett cubrió el auricular y le dijo que iría en un momento. Cuando volvió su atención al teléfono, escuchó que su padre inhalaba con fuerza.

– ¿Qué fue eso?

– Nada.

Entonces en tono de repentina comprensión dijo:

– Es esa chica, Theresa, ¿verdad?

Supo que no podría ocultarle la verdad y respondió:

– Sí, ella está aquí.

Jeb silbó, obviamente complacido.

– Ya era tiempo.

Garrett trató de restarle importancia.

– Papá, no hagas de esto más de lo que es.

– No lo haré, te lo prometo, pero, ¿puedo preguntarte algo?

– Claro -suspiró Garrett.

– ¿Te hace feliz?

Tardó un momento en responder.

– Sí, así es -dijo por fin.

– Ya era tiempo -volvió a decir Jeb entre risas antes de colgar.

Garrett miró el teléfono mientras colgaba.

– Sí, me hace feliz -susurró para sí con una media sonrisa en el rostro-. Muy feliz.

Durante los siguientes cuatro días Theresa y Garrett fueron inseparables. Garrett le dejó la responsabilidad de la tienda a Ian y hasta le permitió dar clases de buceo, algo que nunca había hecho antes. Theresa y Garrett salieron dos veces a navegar; la segunda vez pasaron la noche en el mar, mecidos por el suave movimiento de las olas del océano Atlántico. Theresa se preguntaba si Garrett habría sido tan intuitivo con Catherine como parecía serlo con ella. Era casi como si pudiera leerle la mente cuando estaban juntos. Si ella deseaba que la tomara de la mano, él lo hacía antes de que ella se lo pidiera. Si Theresa sólo quería hablar durante un rato sin interrupción, él la escuchaba en silencio. Si quería saber cómo se sentía respecto de ella, la manera en que la miraba se lo dejaba bien claro. Nadie, ni siquiera David, la había entendido tan bien como Garrett y sin embargo… ¿cuánto hacía que lo conocía? ¿Unos cuantos días?

Theresa pasó la tarde del sábado en casa de Garrett. Al abrazarse, ambos sabían que ella tenía que regresar a Boston al día siguiente. Era un tema que habían evitado tocar.

– ¿Alguna vez volveré a verte? -preguntó ella.

Él estaba más callado de lo normal.

– Eso espero -comentó él, por fin-. No quiero que esto acabe. No quiero que terminemos.

Ella le buscó la mano y dijo con suavidad:

– ¡Oh, Garrett! Tampoco yo quiero que acabe. Podemos hacer que funcione si lo intentamos. Yo podría venir, o tú podrías ir a Boston. Sea como sea, podríamos intentarlo, ¿no crees?

– ¿Con cuánta regularidad te vería? ¿Una vez al mes? ¿Menos que eso? -negó con la cabeza como si lo descartara-. Theresa, es tan difícil en este momento… Todo lo que he pasado…

Ella lo miró de cerca, sintiendo la presencia de algo más.

– Garrett, dime ¿qué sucede? -él no respondió y ella continuó:- ¿Hay algún motivo por el que no quieras intentarlo?

Él seguía sin decir palabra. En silencio se volvió hacia la fotografía de Catherine.

Theresa pudo sentir la manera cómo comenzaron a agolpársele las lágrimas.

– Mira, Garrett, sé que perdiste a tu esposa. También sufriste terriblemente por ello, pero tienes toda una vida por delante. No la eches a perder por vivir en el pasado.

Él hizo una pausa.

– Tienes razón -comenzó, hablando con dificultad-. En mi mente sé que tienes razón, pero en mi corazón… no lo sé.

– Y, ¿qué hay de mi corazón, Garrett? ¿Acaso no te importa?

La expresión sombría de Theresa hizo que él sintiera un nudo en la garganta.

– Por supuesto que sí. Me importa más de lo que crees. Hacía mucho tiempo que no me sentía así, Theresa. Es casi como si hubiera olvidado lo importante que otra persona puede ser para mí. No creo que pueda simplemente dejarte ir y olvidarte, y no quiero hacerlo -durante un momento sólo se escuchó el suave y regular sonido de su respiración. Por fin susurró:

– Te prometo que lo intentaremos.

Él le abrió los brazos y le suplicó con la mirada. Ella titubeó por un segundo, por las miles de emociones contradictorias que la invadían. Luego bajó la cara hasta el pecho de él, para no ver la expresión que tenía Garrett en el rostro. Él le besó el cabello, y le habló con suavidad mientras la recorría con los labios.

– Theresa, creo que estoy enamorado de ti.

Creo que estoy enamorado de ti, volvió a oír ella. Creo…

Sin querer responder, ella sólo susurró:

– Sólo abrázame ¿sí? Ya no digamos más.

El vuelo a Charlotte de la mañana siguiente no iba lleno y el asiento al lado de Theresa estaba vacío. Ella se retrepó en su lugar mientras pensaba en los sorprendentes sucesos de la semana anterior. No sólo había encontrado a Garrett sino que él había despertado sentimientos muy profundos en ella, sentimientos que ella creyó enterrados desde hacía mucho tiempo.

Pero ¿lo amaba?

En vano recordó la conversación de la noche anterior… el temor de Garrett de dejar atrás el pasado, sus sentimientos acerca de no poder verla tanto como lo deseaba. Eso podía entenderlo muy bien, pero… creo que estoy enamorado de ti.

Frunció el entrecejo. ¿Por qué añadió la palabra “creo”?

Cerró los ojos con cansancio, porque de pronto no deseé enfrentarse a sus conflictivas emociones. Sin embargo, una cosa sí era segura. Ella no le diría nunca que lo amaba hasta que tuviera la certeza de que él podría dejar a Catherine en el pasado.

El lunes por la mañana Theresa sintió por fin los efectos de su turbulenta aventura. Casi no había dormido y el primer lugar al que se dirigió cuando llegó al trabajo fue a la sala de descanso, a buscar un café.

– ¡Vaya, hola, Theresa! -Deanna entró detrás de ella y la saludó alegremente-. Nunca pensé que estarías aquí. Me muero por saber todo lo que ocurrió.

– Buenos días -murmuró Theresa mientras revolvía su café-. Siento no haberte llamado, pero llegué un poco cansada después de esa semana -dijo.

Deanna se apoyó en el mostrador.

– Bueno, no me sorprende. Ya me lo imaginaba.

– ¿A qué te refieres?

Los ojos de Deanna brillaban.

– Ven conmigo -dijo con una sonrisa de complicidad mientras la guiaba de vuelta a la sala de redacción. Cuando Theresa vio su escritorio, se quedó sin aliento. Al lado de la correspondencia se había acumulado mientras ella no estaba había una docena de rosas, bellamente arregladas en un florero alto y transparente.

– Llegaron a primera hora esta mañana.

Theresa tomó la tarjeta que estaba apoyada en el florero y la abrió de inmediato. Decía:

Para la mujer más hermosa que conozco…

Ahora que estoy solo de nuevo, nada es como antes.

El cielo es más gris, el mar más amenazador.

Te extraña,

Garrett

Theresa sonrió al ver la nota, la volvió a meter en el sobre y se inclinó para oler las flores.

– Estoy segura de que tuviste una semana memorable -comentó Deanna.

– Así fue -respondió sencillamente Theresa.

– Mira, Theresa, tengo algo de trabajo que hacer. ¿Crees que podamos comer juntas hoy? Así podremos charlar.

– Claro. ¿Dónde?

– ¿Qué te parece Mukini’s? Apuesto a que no hay mucho sushi allá en Wilmington.

– Me parece estupendo.

Deanna le dio unos golpecitos a Theresa en el hombro y se encaminó a su oficina. Theresa volvió a inclinarse para aspirar el fresco aroma de las rosas otra vez antes de poner el florero en un rincón de su escritorio. Durante un par de minutos estuvo clasificando la correspondencia, fingiendo que no veía las flores, hasta que la sala de redacción reasumió su caótica rutina. Se aseguró de que nadie le estuviese observando, tomó el teléfono y marcó el número de Island Diving.

Ian tomó la llamada.

– Espere. Creo que está en su oficina. ¿De parte de quién?

– Dígale que es alguien que quiere reservar unas lecciones de buceo para dentro de un par de semanas -trató de mantener un tono impersonal, porque no estaba segura de si Ian sabía de la relación entre ellos.

Ian la puso en espera y hubo silencio en la línea por un momento. Luego volvió la línea y se oyó la voz de Garrett.

– Dígame, ¿en qué puedo servirle? -preguntó él con una voz que transmitía cansancio.

– Están muy hermosas. Pero, ¿cómo supiste que mis preferidas son las rosas?

Él reconoció la voz y su tono se animó.

– ¡Vaya, eres tú! No estaba seguro, pero nunca he sabido de una mujer a quien no le gusten, así que me arriesgué.

Ella sonrió.

– ¿Así que le envías rosas a muchas mujeres?

– A millones. Tengo muchas admiradoras. Los instructores de buceo somos casi como las estrellas de cine, tú sabes.

– Como estrellas de cine, ¿eh?

– Por supuesto. ¿Alguien preguntó quién te las enviaba?

Theresa rió.

– Claro que sí. Dije que tenías sesenta y ocho años, eras gordo y con un terrible ceceo; pero ya que causabas tanta lástima, decidí salir a comer contigo. Y ahora me persigues.

– Oye, eso duele -replicó él. Guardó silencio-. Pero sí, estoy pensando en ti.

Ella miró las rosas.

– Igual yo -respondió.

Después de colgar, Theresa se sentó en silencio durante un rato Y tomó la tarjeta de nuevo. La leyó una vez más y luego la guardó en su bolso para que estuviera segura. Conociendo a sus compañeros de trabajo, alguno podría leerla cuando ella no se diera cuenta.

Durante la comida, Theresa recapituló lo ocurrido durante la semana anterior. Se guardó muy poco para sí y Deanna la escuchó totalmente cautivada.

– Parece que te fue de maravilla -dijo.

– Así es. De verdad fue una de las mejores semanas que he pasado. Sólo que…

– ¿Qué?

Nerviosa, trató de organizar sus ideas.

– No estoy segura de que llegue a olvidar a Catherine.

De pronto, Deanna rió.

– ¿Qué te causa tanta gracia? -preguntó Theresa sorprendida.

– Tú, Theresa. Sabías perfectamente bien que él todavía estaba enamorado de Catherine cuando fuiste allá. Recuerda que fue ese intenso amor lo que te atrajo en primer lugar. ¿Creías que él olvidaría por completo a Catherine en un par de días sólo porque ustedes dos se llevaron tan bien?