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– Es el momento de la verdad -comentó ella precisamente antes de probar el primer bocado. Garrett sonrió mientras la observaba comerlo.

– Garrett, ¡está delicioso! -afirmó Theresa con énfasis.

– Gracias.

Las velas se fueron empequeñeciendo conforme avanzaba la velada y Garrett le dijo un par de veces lo feliz que se sentía de que estuviera ahí. Afuera, la marea subía lentamente, guiada por la Luna, en cuarto creciente, que parecía haber brotado de la nada.

Después de cenar Garrett sugirió otro paseo por la playa.

La noche era tibia. Bajaron del porche y se dirigieron hacia una pequeña duna y de ahí a la playa. Se quitaron los zapatos y caminaron con paso lento, muy cerca el uno del otro y Garrett buscó la mano de Theresa. Al sentir su calidez, ella se preguntó, sólo por un instante, qué se sentiría si él le tocara el cuerpo, si le recorriera con las manos toda la piel.

– Hace muchísimo tiempo que no pasaba una velada como ésta -confesó Garrett por fin.

– Tampoco yo -aseguró ella.

La arena estaba fresca bajo sus pies.

– Garrett, ¿recuerdas cuando me invitaste a navegar contigo?

– Sí.

– ¿Por qué me pediste que te acompañara?

Él la miró con curiosidad.

– ¿A qué te refieres?

– Me refiero a que me pareció que tan pronto lo dijiste comenzaste a lamentarlo.

El se encogió de hombros.

– No estoy seguro de que “lamentarlo” sea la palabra Creo que me sentí sorprendido de haberte invitado, pero no lo lamenté en ningún momento.

Ella sonrió.

– ¿Estás seguro?

– Sí, estoy seguro. Además, estos últimos dos días han sido los mejores que he tenido en mucho, mucho tiempo.

Caminaron juntos en silencio. Había unas cuantas personas en la playa, aunque estaban tan lejos que Theresa no podía distinguir nada más que sombras.

– ¿Crees que alguna vez puedas regresar? Quiero decir, cuando tengas vacaciones.

– Si lo hiciera, ¿volverías a prepararme la cena?

– Cocinaría lo que tú quisieras. Siempre y cuando sea filete.

Ella rió por lo bajo.

– Entonces lo pensaré.

– Y, ¿qué me dices si añado unas cuantas clases de buceo?

– Creo que Kevin las disfrutaría más que yo.

– Entonces tráelo.

Lo miró.

– ¿No te molestaría?

– En absoluto. Me encantaría conocerlo.

Se detuvieron un momento y contemplaron el agua. Él estaba muy cerca de ella; los hombros casi se tocaban.

– ¿En qué piensas? -preguntó Garrett.

– Solamente pensaba en lo agradable que son los silencios cuando estoy contigo.

Él sonrió.

– Y yo estaba pensando que te he dicho mucho más de lo que le he dicho a nadie.

– ¿Será porque estás seguro de que regresaré a Boston y no se lo contaré a nadie?

Él rió.

– No. Supongo que es porque quiero que sepas quién soy, porque si aún sabiéndolo de todas maneras sigues queriendo pasar el tiempo conmigo…

Theresa no comentó nada, pero entendía exactamente lo que él trataba de decir.

Garrett desvió la mirada.

– Lo lamento. No quise hacerte sentir incómoda.

– No me hiciste sentir incómoda -aseguró Theresa-. Me alegra que me lo dijeras.

Se detuvo. Después de un momento comenzaron a caminar de nuevo por la solitaria playa.

– Pero no sientes lo mismo que yo -insistió él. Theresa lo miró.

– Garrett, yo… -dejó que se perdieran las palabras.

– No, no tienes que decir nada…

Ella no lo dejé terminar.

– Sí, debo hacerlo. Tú buscas una respuesta y yo quiero dártela -se detuvo. Luego aspiró profundo-. Me asusta un poco, Garrett, porque si te digo lo mucho que me interesas, siento que me arriesgo a que vuelvan a herirme.

– Yo nunca te lastimaría -aseguró él con suavidad. Ella se detuvo y lo hizo mirarla.

– Sé que eso crees, Garrett, pero has estado luchado con tus propios demonios durante los últimos tres años. No sé si estás listo para seguir adelante, y si no es así, con toda seguridad seré yo quien salga lastimada.

Esas palabras le llegaron muy hondo y él esperó un momento antes de responder.

– Theresa, desde que nos conocimos… no sé…

Levantó la mano y tocó con suavidad la mejilla de Theresa con el dedo, siguiendo el contorno con tanta ligereza que ella sentía casi como una pluma contra la piel. En cuanto la tocó, Theresa cerró los ojos y, a pesar de sus dudas, dejó que aquella estremecedora sensación le recorriera el cuerpo.

Después Theresa sintió que todo comenzaba a borrarse y repentinamente sintió que estar ahí era lo correcto. La cálida brisa de verano que le soplaba en el cabello aumentaba la sensación que le producía aquel roce. La luz de la Luna daba al agua un brillo etéreo, mientras las nubes proyectaban su sombra sobre la playa.

Entonces cedieron a todo lo que había estado acumulándose desde el instante en que se conocieron. Ella se hundió en él y sintió la calidez de su cuerpo; él le soltó la mano. Luego la rodeó poco a poco con los dos brazos, la atrajo hacia sí y la besó en los labios con ternura.

Permanecieron así, abrazados, besándose a la luz de la Luna durante largo rato, sin que a ninguno le importara mucho que cualquiera pudiera verlos. Los dos habían esperado demasiado aquel momento. Después, Theresa lo tomó de la mano y lo condujo de vuelta a la casa.