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– ¿Tomó algún medicamento en el hospital?

– No, no estuve allí mucho tiempo.

– Debieron facilitarle la píldora contraceptiva del día siguiente Usted no quiere quedar embarazada, ¿verdad?

Lisa se estremeció.

– Claro que no. Me estaba estrujando el cerebro preguntándome qué podía hacer respecto a eso.

– Acuda a su médico de cabecera. Él se la proporcionará, a menos que tenga alguna objeción de tipo religioso… Hay médicos católicos para los que representa un problema. En ese caso el centro voluntario le recomendará una alternativa.

– Es estupendo hablar con alguien que sabe esas cosas -dijo Lisa.

– El incendio no fue ningún accidente -continuó Mish-. He hablado con el jefe de bomberos. Alguien encendió fuego en un almacén próximo al vestuario… y desenroscó los tornillos de las tuberías de ventilación para asegurarse de que el humo iba directamente al vestuario. Ahora bien, a los violadores no les interesa en realidad el sexo: es la emoción del peligro, el miedo, lo que les impulsa. Creo, pues, que el fuego era parte de alguna fantasía de este tipo.

A Jeannie no se le había ocurrido esa posibilidad:

– Di por supuesto que ese canalla no era más que un oportunista que se aprovechó del incendio.

Mish negó con la cabeza.

– El violador que sale con una chica sí que es oportunista: se encuentra con que ella está drogada o ebria y no puede oponer resistencia. Pero los individuos que violan a desconocidas son distintos. Lo preparan mentalmente. Fantasean y trazan un plan para llevar la práctica esa fantasía. Pueden ser astutos. Lo que los hace más aterradores.

La indignación de Jeannie aumentó.

– Estuve a punto de perder la vida en ese incendio -dijo.

– ¿Tengo razón al pensar que no había visto nunca a ese hombre? -preguntó Mish a Lisa-. ¿Era un completo desconocido para usted?

– Creo que le había visto cosa de una hora antes -respondió Lisa-. Cuando iba corriendo con el equipo de hockey, un automóvil se detuvo por allí y el conductor se nos quedó mirando. Tengo el pálpito de que era él.

– ¿Qué clase de coche?

– Viejo, eso sí que lo sé. Blanco, con mucho óxido encima. Tal vez un Datsun.

Jeannie creyó que Mish anotaría aquellos datos, pero la detective continuó con la conversación.

– Mi impresión es que se trata de un pervertido inteligente y absolutamente despiadado capaz de hacer lo que sea con tal de disfrutar de la emoción, del miedo que eso le produce.

– Deberían encerrarlo para el resto de su vida -comentó Jeannie amargamente.

Mish jugó su baza.

– Pero no lo encerrarán. Está libre. Y repetirá su hazaña.

– ¿Cómo puede estar tan segura de ello? -se mostró escéptica Jeannie.

– La mayoría de los violadores son violadores en serie. La única excepción es el violador oportunista que sale con una chica y aprovecha la ocasión si se le presenta, el que he mencionado antes: ese tipo de muchacho sólo comete su delito una vez. Pero los individuos que violan a desconocidas reinciden y reinciden… hasta que los detienen. -Mish miró a Lisa-. En el plazo de siete a diez días, el hombre que la forzó a usted habrá sometido a otra mujer a la misma tortura… a menos que le atrapemos antes.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Lisa.

Jeannie comprendió entonces adónde quería ir a parar Mish.

Como Jeannie había supuesto, la detective iba a intentar convencer a Lisa para que la ayudase en la investigación. Jeannie aún seguía decidida a impedir que Mish intimidase o presionara a Lisa. Pero resultaba difícil buscarle tres pies al gato a las cosas que la detective estaba diciendo.

– Necesitamos una muestra del ADN del violador -dijo Mish.

Lisa hizo una mueca de desagrado.

– Quiere decir de su esperma.

– Sí.

Lisa sacudió la cabeza.

– Me he duchado, me he bañado y me he lavado a fondo. Espero por Dios que dentro de mí no quede nada de ese tipo.

Mish insistió reposadamente.

– De cuarenta y ocho a setenta y dos horas después de la violación, se conservan rastros en el cuerpo. Necesitamos efectuar un frotis vaginal, un peinado de vello púbico y una analítica.

– El médico que vimos ayer en el Santa Teresa era un auténtico majadero -dijo Jeannie.

Mish movió verticalmente la cabeza.

– A los médicos no les gusta nada atender a las víctimas de violación. Si tienen que comparecer en los tribunales pierden tiempo y dinero. Pero a ustedes nunca debieron llevarlas al Santa Teresa. Ese fue uno de los muchos errores de McHenty. En esta ciudad hay tres hospitales con la designación de Centros de Agresiones Sexuales, y el Santa Teresa no es ninguno de ellos.

– ¿Adónde quiere que vaya? -dijo Lisa.

– El Hospital Mercy tiene un servicio de Examen Forense de Agresiones Sexuales. La llamamos unidad EFAS.

Jeannie miró a Lisa y asintió. El Mercy era el gran hospital del centro urbano.

– Le atenderá una enfermera experta en el reconocimiento de agresiones sexuales, un ayudante técnico sanitario que siempre será una mujer -continuó Mish-. Está especialmente cualificada para el examen de pruebas, cosa que no ocurre en el caso del médico que le atendió ayer… éste seguramente hubiera malogrado las pruebas que hubiese encontrado.

Era evidente que los médicos no inspiraban mucho respeto a Mish.

La detective abrió su cartera. Jeannie se inclinó hacia delante, curiosa. Dentro había un ordenador portátil. Mish alzó la tapa y presionó el pulsador de encendido.

– Tenemos un programa llamado TEIF, Técnica Electrónica de Identificación Facial. Nos gustan los acrónimos. -Esbozó una sonrisa torcida- A decir verdad, lo creó un detective de Scotland Yard. Nos permite reunir los rasgos y formar un retrato del agresor sin recurrir a los servicios de un dibujante.

Se quedó mirando a Lisa con expectación.

Lisa proyectó los ojos sobre Jeannie.

– ¿Qué opinas?

– No te dejes presionar -dijo Jeannie-. Decide por ti misma. Tienes perfecto derecho. Reflexiona y haz lo que consideres oportuno y con lo que te sientas a gusto.

Mish lanzó a Jeannie una mirada feroz, plena de hostilidad.

– No se la presiona -dijo a Lisa-. Si desean que me vaya, es como si ya estuviese fuera de aquí. Pero quiero que sepan una cosa. Deseo coger a ese violador y necesito su ayuda. Sin usted, no tengo ni la más remota posibilidad.

Jeannie se perdió en el infinito de la admiración. Mish había controlado y dominado el curso de la conversación desde que entró en el piso y, sin embargo, lo había hecho sin avasallar ni manipular. La detective sabía lo que llevaba entre manos y lo que deseaba.

– No sé -dudó Lisa.

– ¿Por qué no echa un vistazo a este programa informático? -sugirió Mish-. Si le altera el ánimo, lo dejamos y en paz. Si no le afecta, al menos tendré una imagen del sujeto tras el que voy. Luego, cuando hayamos terminado, decide usted si quiere ir o no al Mercy.

Lisa volvió a titubear; al cabo de unos segundos dijo: -Vale.

– Recuerda -terció Jeannie- que puedes suspenderlo en el momento en que empiece a trastornarte.

Lisa asintió con la cabeza.

– Empezaremos -dijo Mish- con un esbozo aproximado de su rostro. No se parecerá mucho, pero será una base. Después iremos perfeccionando los detalles. Necesito que se concentre a fondo en la cara del agresor y me haga una descripción general. Tómese el tiempo que le haga falta.

Lisa cerró los ojos.

– Es un hombre blanco, aproximadamente de mi edad. Pelo corto, sin un color particular. Ojos claros, azules, me parece. Nariz recta…

Mish accionaba un ratón. Jeannie se levantó y fue a situarse detrás de la detective de forma que pudiera ver la pantalla. Era un programa Windows. En la esquina superior derecha había un rostro dividido en ocho secciones. A medida que Lisa iba citando rasgos, Mish llevaba el cursor a un sector del rostro, pulsaba el botón del ratón y se desplegaba un menú; luego corregía las partes del menú de acuerdo con los comentarios de Lisa: pelo corto, ojos claros, nariz recta.

– Mentón más bien cuadrado -continuó Lisa-, sin barba ni bigote… ¿Qué tal?

Mish volvió a hacer clic y en la parte principal de la pantalla apareció el rostro completo. Representaba un hombre blanco, en la treintena, de facciones regulares: podía tratarse de uno entre mil individuos. Mish dio la vuelta al ordenador para que Lisa pudiera ver la pantalla.

– Ahora vamos a ir cambiando esta cara poco a poco. Primero se la iré mostrando con una serie de frentes y nacimientos del pelo distintos. No diga más que sí o no. ¿Preparada?

– Claro.

Mish pulsó el ratón. Cambió el rostro de la pantalla y la línea del nacimiento del pelo retrocedió súbitamente.

– No -dijo Lisa.

Mish hizo clic de nuevo. La cara presentó esta vez un flequillo recto como el de un anticuado corte de pelo estilo Beatle.

– No.

El siguiente fue un pelo ondulado y Lisa comentó:

– Este se parece más, pero creo que llevaba raya.

El que apareció a continuación era un pelo rizado.

– Mejor que el anterior -dijo Lisa-. Pero el pelo es demasiado oscuro.

– Cuando los hayamos repasado todos, volveremos a los que le parecieron y elegiremos el mejor. Una vez tengamos la cara completa procederemos a perfeccionar las facciones retocándolas convenientemente: oscureciendo o aclarando el pelo, desplazando la raya, rejuveneciendo o envejeciendo todo el rostro.

Jeannie se sentía fascinada, pero aquello iba a durar una hora más y ella tenía trabajo.

– He de irme -dijo-. ¿Estás bien, Lisa?

– Estupendamente -respondió Lisa, y Jeannie comprendió que era verdad.

Tal vez eso fuese lo mejor, que Lisa se comprometiera activamente en aquella caza del hombre. Lanzó una mirada a Mish y captó en su expresión un centelleo de triunfo. ¿Me equivoqué, pensó Jeannie, en mi hostilidad hacia Mish y en mi actitud defensiva respecto a Lisa? Desde luego, Mish era simpática. Siempre tenía a punto la palabra precisa. De todas formas, su prioridad no era ayudar a Lisa, sino atrapar al violador. Lisa seguía necesitando una verdadera amiga, alguien cuya preocupación primordial fuera ella, Lisa.

– Luego te llamo -le prometió Jeannie.

Lisa la abrazó.

– Nunca te agradeceré bastante el que te quedaras conmigo -dijo.

Mish tendió la mano a Jeannie.

– Celebro haberla conocido -dijo.

Jeannie le estrechó la mano.

– Buena suerte -deseó-. Confío en que lo detenga.

– Yo también -repuso Mish.