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En ese instante comprende con toda claridad que ha caído en una trampa.

– Permítame una corrección -dice él. Toma el papel, lo arruga, se lo guarda en el bolsillo. Nechaev no intenta impedírselo.

– Demasiado tarde, ya no hay retractación posible dice-. Usted lo ha escrito delante de un testigo. Lo imprimiremos tal como le he prometido, palabra por palabra.

Una trampa, una trampa demoníaca. A fin de cuentas, no es él, en contra de lo que había pensado, una figura salida entre bastidores que se interpone como un intruso incómodo en una disputa entre su hijastro y Sergei Nechaev, el anarquista. La muerte de Pavel solo ha sido el señuelo para hacerle viajar de Dresde a Petersburgo. Él ha sido la presa en todo momento. Ha sido engatusado para salir de su escondrijo, y ahora Nechaev se le ha echado encima y lo ha sujetado por el cuello.

Lo mira enfurecido, pero Nechaev no cede un ápice.