– Es cierto -dijo Matsuda con una sonrisa-. Ya me voy acordando de todo. Era tan vergonzoso que no podía hacer ni decir nada sin ponerse colorado. ¿Te acuerdas de la cita en el Hotel Yanagimachi?

Los dos nos reímos y entonces yo comenté:

– Nos ayudaste mucho. Dudo que lo hubiésemos conseguido sin ti. Michiko te estuvo siempre muy agradecida.

– El destino es muy cruel a veces -dijo Matsuda suspirando-. Justo cuando la guerra ya casi había terminado… Me dijeron que fue un ataque por sorpresa.

– Sí, y parece que fue la única víctima. Como bien dices, el destino es a veces muy cruel.

– En fin, te estoy haciendo recordar cosas terribles. Lo siento.

– No importa. Me gusta recordarla aquí contigo. Es como si volviera a los buenos tiempos.

– Claro.

La mujer trajo el té. Mientras dejaba la bandeja, Matsuda le dijo:

– Señorita Suzuki, le presento a un antiguo colega mío. Llegamos a ser íntimos amigos.

La mujer se volvió hacia mí e hizo una reverencia.

– Con la señorita Suzuki tengo un ama de llaves y una enfermera al mismo tiempo. Si no fuera por ella, ya estaría muerto.

La señorita Suzuki se rió, volvió a hacer una reverencia y se marchó.

Después de irse, Matsuda y yo nos quedamos un rato sentados en silencio mirando entre las mamparas que la señorita Suzuki había dejado abiertas. Enseguida vi que en la terraza había un par de sandalias de esparto puestas al sol. Pero apenas alcanzaba a ver el jardín y, por un instante, tuve la tentación de levantarme y salir a la terraza. Sin embargo, me retuve al caer en la cuenta de que Matsuda querría acompañarme y, para él, sería un gran esfuerzo. Me quedé sentado, preguntándome si el jardín seguiría siendo igual que antes. Que yo recuerde, el jardín de Matsuda, aunque pequeño, estaba arreglado con mucho gusto: una alfombra de musgo, algunos arbolillos bien proporcionados y un estanque profundo. De pronto oí un chapoteo y, cuando estaba a punto de preguntarle a Matsuda si aún tenía carpas, me dijo:

– No exageraba cuando te he dicho que gracias a la señorita Suzuki todavía estoy vivo. En más de una ocasión, su presencia ha sido decisiva. A pesar de todo lo que ocurrió, conseguí guardar algunos ahorros. Por eso puedo permitirme tenerla a mi servicio. Otros no han tenido tanta suerte. No es que sea rico, pero si me enterase de que algún antiguo colega está en apuros, haría lo que estuviese en mis manos por ayudarle. Después de todo, no tengo hijos a quienes dejarles el dinero. Yo me reí:

– ¡Ay, Matsuda! No has cambiado nada. Sigues igual de sincero. Eres muy amable, pero el motivo de mi visita no es ése. Yo también conseguí guardar algún dinero.

– Me alegro. ¿Te acuerdas de Nakane, el director del Colegio Imperial Minami? Lo veo de vez en cuando. Ahora está hecho un mendigo. Intenta guardar las apariencias, pero está de deudas hasta el cuello.

– Es horrible.

– Se han cometido muchas injusticias, y muy graves -opinó Matsuda-. En fin, nosotros dos nos las arreglamos para conservar nuestros bienes. Y tú deberías dar gracias, ya que, al parecer, también has conservado la salud.

– Es verdad -dije-. Deberla dar gracias.

Volví a oír otro chapoteo y se me ocurrió que también podrían ser pájaros que estuviesen dándose un baño al borde del estanque.

– Por lo que oigo, tu jardín es muy distinto del mío -apunté-. Se nota que estamos fuera de la ciudad.

– ¿De verdad? Ya casi no me acuerdo de los ruidos de la ciudad. Estos últimos años mi mundo se ha reducido a esto que ves, a esta casa y a este jardín.

– En realidad he venido a pedirte ayuda. Pero no el tipo de ayuda al que aludías antes. -Veo que te has ofendido. Igual que siempre.

Los dos nos reímos y seguidamente añadió: - Y bien, ¿en qué puedo ayudarte?

– El caso es que… -dije- Noriko, la menor de mis hijas, va a casarse y en estos momentos se están llevando a cabo las indagaciones.

– ¿De verdad?

– Para serte sincero, estoy un poco preocupado por ella. Ya tiene veintiséis años. La guerra le puso las cosas muy difíciles. Si no, seguro que ya estaría casada.

– Creo recordar a la señorita Noriko. Aunque sólo era una niña. Así que ya tiene veintiséis años. Como dices, la guerra puso las cosas muy difíciles, hasta para los mejores proyectos.

– El año pasado estuvo a punto de casarse -continué-, pero en el último momento se vino todo abajo. Y ya que ha surgido el tema, quisiera saber si vino a verte alguien para hablar de Noriko. No quiero ser impertinente, pero…

– No eres nada impertinente, lo entiendo muy bien. Pero no, no hablé con nadie. Además, por aquella época estaba muy enfermo. De haber venido alguien, la señorita Suzuki no le habría dejado pasar.

Yo asentí y agregué:

– Cabe la posibilidad de que este año venga alguien a verte.

– ¿Ah, sí? Bueno, de ti sólo tengo cosas buenas que decir. Después de todo, fuimos buenos colegas.

– Te lo agradezco.

– Ha sido todo un detalle venir a verme -dijo-. Pero por la boda de tu hija no era necesario. Quizá la última vez no nos separamos del modo más cordial, pero el asunto de tu hija Noriko es cosa aparte. Ya lo sabes, de ti sólo podría decir cosas buenas.

– Nunca lo he dudado. Siempre has sido muy generoso.

– Sin embargo, me alegro de que esto haya servido para reconciliarnos.

Matsuda hizo un pequeño esfuerzo, se inclinó hacia adelante y empezó a llenar otra vez las tazas.

– Discúlpame, Ono -dijo al final-, pero tengo la impresión de que aún hay algo que te preocupa.

– ¿Lo crees?

– Discúlpame por ser tan brusco, pero la señorita Suzuki vendrá ahora mismo a decirme que debo retirarme. Desgraciadamente, no puedo atender a mis invitados demasiado tiempo, aunque se trate de antiguos colegas.

– Por supuesto. Lo lamento mucho. ¿Cómo he podido…?

– No seas ridículo, Ono. Aún puedes quedarte un rato. Te lo decía porque si has venido por algún problema en concreto, sería mejor que lo dijeses. -De pronto empezó a reírse a carcajadas-. Realmente, te horrorizan mis malos modales.

– En absoluto. Sólo pienso en lo poco considerado que he sido. La verdad es que he venido para hablar del futuro matrimonio de mi hija.

– Ya veo.

– En realidad -proseguí-, mi intención era comentarte algunas cosas que pueden surgir. ¿Sabes?, estas negociaciones quizá lleguen a ser un asunto muy delicado. Te estaría enormemente agradecido si respondieses con mucho tacto a algunas preguntas que puedan hacerte.

– Por supuesto. -Tenía la mirada clavada en mí y sus ojos reflejaban cierto regocijo-. Responderé con muchísimo tacto.

– Especialmente en lo referente al pasado.

– Acabo de decirte -dijo Matsuda con la voz algo más fría- que sobre el pasado sólo tengo cosas buenas que decir de ti.

– Claro.

Matsuda siguió mirándome durante un rato y después suspiró.

– Durante estos últimos tres años apenas me he movido de esta casa -dijo-. No obstante, he tenido los oídos bien atentos y sé muy bien lo que está pasando en este país. Sé que ahora hay quien condena a gente como tú y como yo por ideales que defendimos en otra época y de los que nos sentíamos muy orgullosos. Supongo que es eso lo que te preocupa. Crees que quizá te alabe por cosas que sería mejor olvidar.

– No es eso -me apresuré a decir-. Ambos tenemos motivos para estar orgullosos. Es sólo que en lo que se refiere al matrimonio de Noriko, hay que reconocer que la situación es muy delicada. Ahora que sé que actuarás razonablemente me siento más tranquilo.

– Haré todo lo que pueda -dijo Matsuda-. Pero Ono, hay cosas de las que deberíamos estar orgullosos. ¡Qué importa lo que diga la gente! Dentro de muy pocos años podremos ir con la cabeza bien alta y nuestros antiguos ideales volverán a ser valorados. Sólo espero vivir hasta entonces.

– Sí, a mí me pasa lo mismo. Pero cuando pienso en la boda…

– Por supuesto -me interrumpió Matsuda-. Actuaré con mucha delicadeza.

Hice una reverencia y me quedé callado durante un rato. Después dijo Matsuda:

– Pero dime, Ono, si lo que te preocupa es el pasado, supongo que ya habrás visitado a más gente de aquella época, ¿no?

– La verdad es que eres el primero. De los demás no sé nada.

– ¿Y Kuroda? Me han dicho que vive en el centro.

– ¿De veras? No he vuelto a verlo desde… desde la guerra.

– Si lo que nos preocupa es el futuro de Noriko, quizá deberías ir a verlo, aunque te duela.

– Es cierto. Sólo que no tengo la menor idea de dónde puede estar.

– Ya veo. Esperemos que los investigadores anden igual de perdidos. Aunque suelen ser muy listos.

– Así es.

– Ono, te has quedado más pálido que un muerto. Con el aspecto tan saludable que tenías cuando llegaste. Te pasa por estar en la misma habitación que un enfermo. Me reí.

– ¡Qué va! Son los hijos. No dan más que preocupaciones. Matsuda volvió a suspirar y dijo:

– A veces me dicen que no he sabido disfrutar de la vida porque no me he casado ni he tenido hijos. Pero cuando miro a mi alrededor, me parece que los hijos sólo causan problemas.

– No creas que te equivocas.

– Sin embargo, debe ser hermoso pensar que hay unos hijos a quienes dejarles los bienes.

– Así es.

Unos minutos más tarde, tal y como había presagiado Matsuda, entró la señorita Suzuki en la habitación y le susurró algo. Matsuda sonrió y dijo resignado:

– Mi enfermera ha venido a buscarme. Naturalmente, puedes quedarte el tiempo que quieras, pero ahora te ruego que me disculpes.

Después, mientras esperaba en la parada término a que llegase el tranvía en el que subiría la cuesta para llegar de nuevo al centro, recordé las palabras de Matsuda y me sentí más tranquilo: «Sobre el pasado, de ti sólo tengo cosas buenas que contar.» Es verdad que podría haber confiado en él y que no tenía necesidad de ir a verlo, pero siempre es bueno reanudar viejas amistades. En resumidas cuentas, el viaje de ayer a Arakawa valió la pena, no hay duda.

Abril, 1949

Todavía hoy, tres o cuatro veces por semana, sigo cogiendo el sendero que va hasta el río y el puente de madera. Los que vivían aquí antes de la guerra aún lo llaman el Puente de las Vacilaciones. El nombre se debe a que, hasta no hace mucho, para ir al barrio de la vida nocturna había que cruzarlo, y se dice que, a menudo, había hombres que se quedaban a mitad del puente, sin saber si ir a divertirse o volver a casa con sus esposas. En mi caso, si alguna vez me he quedado a mitad del puente, no es que vacilara, es sólo que me produce un gran placer contemplar cómo se pone el sol, mirar el entorno y examinar todos los cambios que ha habido.